Editorial
Las casas de arquitectos casi siempre son especiales; aparte de lo obvio, que entienden o deberían entender mejor que nadie cómo construir un buen espacio, al analizar cómo están puestas, siempre hay un algo que las hace distintas, únicas. En este número llevamos dos espacios firmados por sus dueños, con estéticas muy distintas entre sí y que tienen una sensatez en cuanto a cómo se han concebido los espacios, las circulaciones, la iluminación; la gracia también es que ambas son remodelaciones, donde había un pie forzado que no permite partir desde cero, como quizás a muchos arquitectos les gustaría. El primero, una casa en la precordillera, despojada y limpia; el segundo, un departamento urbano en Providencia, acogedor y vivido, con lo adquirido por sus dueños exhibido como colecciones y pequeñas obsesiones.
Ambos resumen sabiduría, vivir como deciden hacerlo y no como lo dictan a veces normas obsoletas, pero que a muchos mortales quizás nos cuesta asumir. En el caso de Lipthay, poner la cocina adelante, con toda la vista de Santiago a sus pies, sacándola del lugar rezagado que generalmente ocupa. En el caso de Francisco, buena luz, muebles cómodos y sin el rigor académico de su profesión, aunque quizás eso es influencia de su pareja abogado.
También en este número, el nuevo libro sobre la obra de Gordon Matta-Clark, hijo de Roberto Matta. Su muerte en 1978, con tan solo treinta y cinco años, dejó una obra sólida que cada año gana más adeptos y estudios, adquiriendo más peso en el mundo del arte sus intervenciones en edificios -cortándolos literalmente-, sus videos e instalaciones... todos procesos que vale la pena conocer y así entender la deconstrucción como él la entendía.
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