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Espacio: Casa Fábrica

La belleza del tiempo, del proceso de hacer un buen mueble, de una casa de adobe y de la tradición familiar; eso es lo que hay detrás de estos muros. Un lugar y un modo de vida, al parecer olvidado.

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¿VALPARAÍS0? No. Estamos en Santiago, a pocas cuadras del río Mapocho, en una de las tantas casas de fachada continua y ladrillo visto, levantadas con adobe y vigas de roble, viviendas sociales con más de 120 años de antigüedad. En pleno barrio Vivaceta no solo vive el constructor civil Iván Vergara y su señora, la arquitecta Patricia Traub, sino también allí trabajan. Para ser más exactos, en el segundo piso de una de las 11 construcciones que hoy son parte de la fábrica de muebles que su padre, Iván Vergara V., levantó hace 30 años con el nombre Artín (artin.cl) y que hoy su hijo dirige.

Para hablar de esta casa es inevitable mencionar la historia de esta fábrica, de cómo, poco a poco, fue transformándose de un pequeño taller a una fábrica que ocupa una cuadra entera. Recorrerla implica ver el paso del tiempo. Perfectamente dividida. Cada proceso tiene su lugar, donde se corta la madera, se pule, donde se encuentran los moldes, se arma cada uno de los muebles a pedido, o donde los barnizan y secan. Aquí, en medio de los recovecos de esta laberíntica fábrica, creció Iván. Muchos de sus recuerdos infantiles están asociados a ver cómo las manos de artesanos y la de un ingeniero -su padre- hacían realidad cada proyecto. El aserrín en el piso, los esqueletos colgados en los muros de doble altura, el olor de los barnices que hoy son imperceptibles, el moldeado...

Comenzó desde pequeño, incluso sus últimos años de estudios universitarios se hicieron en paralelo con su trabajo en la fábrica, y luego de un viaje a Europa, Tailandia y otros países, volvió a sus raíces, a esta fábrica, y a hacerse cargo cuando su papá decidió trasladarse al sur.

Aquí los días comienzan temprano. Llueva o truene. Esté enfermo o no. A las 8 está instalado trabajando junto a sus maestros. Luego sube a su casa a tomar desayuno, o bien Pati se lo baja para tomarlo en el escritorio que comparten. “Vivir arriba tiene sus ventajas. Es demasiado cómodo”, concuerdan. Él ya lleva viviendo allí 7 años y ella apenas 2, luego de casarse. Pero no fue hasta ese momento que la casa comenzó a tomar más vida. Antes solamente tenía lo necesario -nos cuenta Iván.

Con la llegada de una arquitecta era imposible no pensar en pequeñas intervenciones, o quizás no tanto. Fue claro que marcaron una diferencia. La casa, a la cual se accede por una escalera -muy empinada por cierto-, originalmente tenía una galería que comunicaba a las diferentes habitaciones. Se modificó botando muros. Ese pequeño gesto hizo que ganara el living y comedor mucha luz y amplitud visual. “Botar el adobe significó semanas de estar limpiando el polvo. Literalmente fue como una explosión cuando cayó”, entre risas dice Patricia.

La decoración, en cambio, se tomó su tiempo. De cada viaje se traen un recuerdo. Los cojines son de Marruecos, Estambul y Colombia, o cada libro de cocina que tienen son en su mayoría un souvenir que nunca falta a la hora de armar maletas cuando regresan a casa. Muchos de sus amigos dicen que ir a su casa es como ir a Valparaíso. Un lugar encantador, lleno de recuerdos, buena comida preparada en casa, como el solomillo con jalea de membrillo que sirvieron en la última cena, y por supuesto la sobremesa con una buena plática.

Piso de madera, puertas vidriadas y ventanas en cuarterones, cristales biselados, muros de adobe blanqueados y una altura de 2,30 metros hacen gala de la riqueza arquitectónica de esta casa.

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