Monocromo
La escultora Pilar Landerretche develó en el color blanco un lugar de depuración y calma que vitaliza e ilumina su obra y vida cotidiana, algo así como su musa inspiradora.
Les propongo un juego. Una imaginería. Esa es la clave para entrar al universo de la escultora Pilar Landerretche, que cumple ya 17 años de trayectoria, y a éste, su lugar, su nido, su camino de paz interior. Cierren los ojos y respiren profundamente. Dense el tiempo para develar lo invisible, para descifrar el camino de una creadora en búsqueda de la perfección, donde el tiempo desacelera su pulso hasta casi desaparecer, y poder así terminar sumergiéndose en un profundo sueño.
Aire fresco y puro. Olor a tierra mojada. Fuera zapatos. Esa suavidad del pasto tal cual como si camináramos sobre una alfombra de lana bien mullida. Los rayos de sol acarician con su tibieza la cara, tal cual como la mano de una madre a su hijo. Una ráfaga de viento hace que perciban el sonido de las hojas y así sin más comienzan a abrir los ojos, a despertar en medio de una luz blanca que enceguece en un primer momento. No están solos. Figuras alargadas se mueven alrededor. No saben bien qué o quiénes son, de lo que sí se percatan es que su presencia les conmueve profundamente. Al aclarar la visión un manto blanco cubre este etéreo bosque. Tienen la sensación de descubrir algo familiar, ¿quizás un gesto humano? En un minuto están en el living del departamento de esta artista y en otro se encuentran acompañados de siete árboles que crecen a tamaño natural. Son siete esculturas gigantes de metal, a cera perdida -su técnica favorita- y patinadas en su totalidad en blanco.
TEXTURAS.
La mesa fue pintada de blanco, aparecieron las fundas de lino, las pieles y después el juego de la luz con los velos y espejos.
Esa es su obsesión desde que quedara con la imagen pegada en su memoria de un árbol colgado en Tallix, la fundición más grande del mundo cuando expuso en Nueva York hace más de diez años. O quizás esta quimera vino de mucho antes, cuando visitó los parques nacionales sudafricanos luego de otra muestra, cautivándose por la presencia de cada árbol que descubrió en esa travesía. Tal vez esa conexión con la naturaleza se deba a su infancia en Arica, cuando su pasatiempo favorito era caminar y recolectar cochayuyos, piedras o cualquier cosa que el mar y la tierra compartiera con ella.
"Cien por ciento agradecida -dice- cuando le preguntamos de cómo se siente hoy. Y no cabe duda de eso, porque el proceso de la escultura es un acto de confianza, una alianza de cariño entre creador, fundición y espectador. "Perseverancia, fe, trabajo, creatividad, amistad, generosidad, libertad, fuerza, gratitud y mucha humildad", sentencia la artista. Y así, cuando terminamos la entrevista, visiblemente emocionada nos invitó a ser parte de su sueño: bienvenidos al bosque blanco de Pilar Landerretche.
Inspiración
Aquí el blanco es la base y el tono que potencia las formas y volúmenes.
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