Plaza Padre Letelier: Una isla en medio de la ciudad
Fueron construidos en los años 50 pensando en parejas jóvenes y han perdurado hasta nuestros días junto a su espíritu de barrio. Departamentos pequeños y sobrios que se han valorizado por el intangible que ofrecen: calidad de vida.


Según Zoominmobiliario, desde 2011 a la fecha las búsquedas de arriendos en el sector ha subido en un 55% y la oferta no ha variado, lo que da por resultado un alza en sus precios, que bordean los 400 mil pesos mensuales.
Hay un mito urbano que corre de boca en boca entre los nuevos habitantes de los departamentos que rodean la plaza Padre Letelier, en Pedro de Valdivia Norte: que años atrás la plaza era cerrada, como una suerte de condominio con área verde propia que con los años fue abierta a la ciudad. Eso explicaría una de las características principales de este grupo de cinco bloques de departamentos de ladrillos rojos; que sus habitantes usan la plaza como su ‘patio delantero’.
“Los domingos me despierto con los asados”, dice Francisca Germain, productora de modas, quien vive desde hace un par de años en el primer piso de uno de ellos. Cuando el clima lo permite sale a leer a la sombra de algún árbol o practica

yoga sobre el césped. También ha hecho ventas de ropa en una de las bancas. “Siempre hay gente, no solo los fines de semana, la otra vez había un almuerzo de oficina: con mesa, mantel y mozos acá afuera”, cuenta.
Esa misma característica fue lo que llevó a las propietarias de la cafetería Clementina, con cinco años en el lugar, a disponer de manteles para que sus clientes pudieran almorzar en las áreas verdes. “Veíamos que las mamás comían con sus hijos sentados en el pasto y nos dijimos que si ellas podían hacerlo por qué nosotros no, además ya no teníamos más espacio en el local y tiramos la idea, por si resultaba, y es sorprendente la cantidad de gente que viene exclusivamente a eso”, señala Isidora Kraemer, una de sus dueñas.
Pero, al contrario de lo que dice el mito, la plaza nunca estuvo cerrada. Fue ideada así al construirse los departamentos a comienzos de la década de los 50, como urbanización

tardía de lo que alguna vez fue la chacra Lo Contador. En la calle bautizada en honor al sacerdote jesuita Fernando Letelier Icaza.
Para el director del Campus Creativo de la Universidad Andrés Bello, Federico Sánchez, su uso como espacio público obedece a la estructura de ‘ciudad jardín’ que tiene el barrio Pedro de Valdivia Norte en general y Padre Letelier en particular: “El Garden City norteamericano es la arquitectura de volúmenes aislados rodeados de espacios vacíos, que pueden ser los patios delanteros y traseros de las casas, o, en este caso, la plaza. Este barrio es un excelente experimento de ‘garden city’ que ha logrado subsistir al embate inmobiliario en Santiago. Debe ser de los barrios más unitarios de la ciudad, con excelente urbanización, servicios a la mano, proximidad y movilidad”.
Sánchez vivió en uno de los departamentos a comienzos de los años 90 y cree que el barrio tiene un valor patrimonial que se debe

resguardar igual que el de las casas de fachada continua del centro de la ciudad.
QUE BONITA VECINDAD
El ocupante más antiguo del conjunto habitacional es Manuel Diez, propietario del minimercado que lleva su apellido, en el costado que mira hacia Avenida Los Conquistadores. Llegó en 1967, cuando compró una botillería que había en el lugar, al lado de una carnicería y una verdulería. Cuenta que en los departamentos siempre ha habido matrimonios jóvenes, los que o bien emigran al tener hijos o bien se quedan hasta que los hijos crecen y los dejan para que sean ocupados por nuevos matrimonios jóvenes. “Hasta que hace 10 años nos quedamos sin niños y comenzaron a llegar las oficinas. Recién en el último tiempo han vuelto las familias”.
La misma opinión tiene Leo, el dueño de la verdulería, quien se hizo cargo del negocio de su padre hace 20 años: “Antes esta era una plaza desolada, ahora es un mar humano”, sentencia. También recuerda con nostalgia a la vecina de edad que vivía arriba de su negocio y que cada mañana enviaba un canasto amarrado hasta el primer piso con una lista de pedidos y el dinero de la compra. El lugar hoy lo ocupa una oficina de arquitectos.
Para Isabel Valdés, quien vive hace 16 años en uno de los pisos superiores, la plaza cobró nueva vida con los juegos para niños que se instalaron hace seis años. Con ellos

comenzó a llegar gente de sectores cercanos, entre ellos muchos extranjeros con parejas chilenas. También los interesados en vivir en estos departamentos de dos dormitorios y 80 m² y que están dispuestos a cancelar un precio superior al promedio por quedarse ahí.
Para tener una idea, según datos del portal Zoom Inmobiliario, las propiedades del barrio aumentaron su valor en un 12 % solo en el último año. Dar con uno de estos apartamentos es un ejercicio de largo aliento. Así lo corrobora Maita, una diseñadora industrial que vive hace año y medio en uno de los conjuntos. Según ella, es muy común que le toquen el timbre para saber si hay alguno disponible. “Estos departamentos no se arriendan poniendo avisos en el diario, lo que se da es el boca a boca; nosotros llegamos acá por un amigo que dejó el departamento justo cuando veníamos llegando del extranjero”, señala.
Hoy no quedan ocupantes originales, y los más antiguos no llevan más de 20 años ahí. Sus nuevos habitantes son mayoritariamente arquitectos, o están ligados a actividades artísticas. No tienen junta de vecinos, pero se coordinan vía mail para llevar a cabo iniciativas conjuntas, desde planificar huertos a los pies de los edificios hasta crear provisorios jardines infantiles durante las vacaciones de invierno. Son

una pequeña comunidad suburbana enclavada a minutos de los nudos viales, las grúas y los rascacielos.
Maita,
una de las ocupantes, confeccionó una “repisa” para sus libros con las cajas que le regaló el verdulero de la plaza.
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