Su primer trabajo lo realizó en el taller tipográfico de su padre, para luego estudiar en la Escuela de Bellas Artes de su país, donde se graduó como arquitecto. Hizo de su profesión y de su admiración por las ideas de Le Corbusier una revolución, transformando el hormigón y sus estructuras rígidas y lineales en curvas y exuberancia. Su obra es enorme, única y universal. Aquí una muestra diferente del genio de Oscar Niemeyer (1907).

Se dice que es uno de los últimos comunistas (su amigo Fidel Castro lo asegura), que fue un mujeriego y que es brillante. También se lo llama el último de los modernistas. Lo cierto es que el arquitecto brasileño más famoso del mundo, hoy de 104 años, es un emblema. Proyectó una ciudad completa, un sambódromo y una serie de edificios privados y públicos impresionantes, entre cientos de obras. Pero además dibujó -como siempre inspirado en la naturaleza y el cuerpo femenino- una de las casas en las que vivió. En Canoas, 1951, se inauguraba la residencia Niemeyer, una construcción única con rampas eternas -que el arquitecto defiende diciendo de ellas que son el mejor modo de disfrutar del paisaje y la arquitectura- y naturaleza exuberante que penetra, recorre y rodea la construcción. Allí fue que durante años Niemeyer fue ‘acumulando’ diversos muebles creados y fabricados por él, salvo contadas excepciones en las que trabajó junto a marcas.

Uno de ellos es la Chaise Rio, que en 1978 diseñó en colaboración con su hija Anna Maria Niemeyer. Como siempre, la inspiración para esta reposera de madera laminada teñida negra y curvada con calor, con superficie enjuncada, se encontró en la sinuosidad de la naturaleza, en su natal Río de Janeiro, de ahí su nombre.

En la antigua casa de la familia Niemeyer funciona hoy la Fundación O. Niemeyer, organización que evalúa reeditar próximamente algunos de los diseños más potentes del arquitecto.

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