Crítica de cine: Poder que mata

Este thriller político es un ejemplo de agilidad narrativa. Está hecho con mano firme por Doug Liman (el mismo de la saga Bourne, quien además acá hace de director de fotografía) y está sobre el promedio de las aventuras paranoicas de agentes secretos. De hecho, la película se basa en la historia real de Valerie Plame, agente de la CIA que fue dada de baja en el gobierno de George W. Bush por cuestionar que hubiera armas de destrucción masiva en Irak, la excusa por la que ese gobierno invadió ese país. Lo interesante es que la cinta pone al mismo nivel la vida privada de la agente (interpretada por la bella Naomi Watts) con los problemas de Estado, y más interesante es que una de las disyuntivas del personaje esté entre mantener lealtad a la CIA (donde con orgullo recuerda las torturas que soportó en su entrenamiento) versus ¡salvar su matrimonio! (con Sean Penn, quien interpreta al ex embajador Joe Wilson).
Ya pasa con la ficción lo que pasó con el documental hace unos años: pocos gobiernos norteamericanos tuvieron antagonistas tan cinematográficos como los de la administración Bush.
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