William Sater, historiador: "No es posible cambiar el pasado: Bolivia quiere su costa y no va a conseguirla"
El académico estadounidense presentó en Santiago su libro Tragedia andina, sobre la Guerra del Pacífico.
“Las guerras son como el matrimonio: es fácil entrar en ellas, pero es difícil sostenerlas”. A principios de marzo, cuando asomaba en los escaparates locales su libro Tragedia andina. La lucha en la Guerra del Pacífico, 1879-1884, William Sater (78) ya desplegaba vía mail frontalidad y sentido del humor. Luego, a mediados de abril, estuvo en Santiago, invitado por el Centro de Estudios de Historia Política de la UAI (con quienes participa en un proyecto de investigación) y por el Centro de Investigaciones Diego Barros Arana de la Dibam, que tradujo y editó el libro. Y no variaron mucho la frontalidad ni el humor.
Publicada originalmente en 2007, esta obra “estrictamente militar” aborda la secuencia de campañas en el conflicto que enfrentó a chilenos, peruanos y bolivianos. Y pone sobre la mesa los factores determinantes. Así, queda en evidencia que ninguna de las fuerzas en pugna supo aplicar -si es que las conoció -las eneseñanzas de la guerra moderna. Y dentro de las carencias, ineptitudes e impericias (que abundan y se describen enjundiosamente en el libro), se impuso quien menos errores cometió.
Hoy profesor emérito de la California State University, Long Beach, Sater llegó por primera vez a Chile en 1965, gracias a un programa de intercambio. Le interesó la imagen de “santo secular” de Arturo Prat, y ocho años más tarde publicó un libro que se traduciría en 2005 como La imagen heroica en Chile. Años más tarde vendría una historia general de Chile coescrita con el británico Simon Collier (1996, aumentada en 2003). También un estudio sobre la prusianización del Ejército que aún está por traducirse (The grand illusion, 1999). En este último, como en el resto de su producción, desmitifica y cuestiona ideas recibidas.
¿Qué tiene de particular escribir sobre Chile sin hacerlo desde un “nosotros, los chilenos”?
Tengo un prejuicio en favor de Chile, pero como historiador no puedo hablar así. Cuando describía en Tragedia andina la muerte de (el comerciante boliviano) Eduardo Abaroa, puse algo como, “tras su muerte, entró al panteón casi desierto de los héroes de guerra bolivianos”. Pero mi editor no me dejó conservarlo. Tuve que tratar de ser objetivo. Ahora, creo que Chile tenía toda la razón: la guerra fue culpa de (Hilarión) Daza, que era un loco, que quería plata, que quiso aprovechar la situación de Aníbal Pinto, quien le dio la Patagonia y la Tierra del Fuego a los argentinos. Y Pinto no tenía alternativa, porque ése era un año de elecciones parlamentarias y los conservadores estaban empujándolo a la guerra para vengarse de lo ocurrido con los argentinos.
Quizá al lector chileno le sorprenda leer que Baquedano, que tiene una estatua ecuestre en un hito urbano de Santiago, sea un héroe “generoso con la sangre ajena”…
Dijo alguien hace mucho que la historia la escriben los vencedores. Douglas MacArthur ganó, pero era un necio. Tuvo 12 horas de advertencia de que la guerra estaba en marcha, tras el ataque japonés en Pearl Harbor, pero no tomó precauciones ni escondió los aviones: los japoneses atacaron las Filipinas y destruyeron la aviación por su culpa. Cometió un error tras otro, pero el Presidente no podía hacer nada porque se necesitaba un héroe y él fue el elegido. En este caso, Baquedano ganó. El hecho de que haya sido un carnicero no supone una gran diferencia.
¿A qué apuntaba cuando escribió, en Chile and the War of the Pacific (1986), que el triunfo en la guerra evitó a Chile tener que hacer grandes reformas al sistema fiscal o a la estructura social?
En 1878 el país estaba en bancarrota: sólo un banco tenía dinero. Los cultivos estaban destruidos, el precio del cobre estaba en el suelo. Entonces se empezaron a aplicar impuestos directos: a las ganancias, a las herencias, a las donaciones, lo que es difícil de hacer en un país cuyo Estado obtenía el dinero del impuesto al consumo o a las exportaciones. Si Chile no hubiese entrado en guerra, habría tenido que aceptar un cambio dramático en su economía: habría tenido que iniciar una política de sustitución de importaciones, desarrollar industrias, aplicar aranceles proteccionistas, y con todo ello habría creado una economía balanceada. Pero dado que ganó la guerra, tomó la salida fácil.
No es ésa una visión muy extendida…
La gente ve las cosas a partir de ciertas premisas y le encantan las conspiraciones: culpamos a los comunistas, a los masones, a los católicos… alguien tiene que ser culpable. Y procede en función de esas premisas, así que realmente no quiere examinar críticamente lo que ha ocurrido. Por ejemplo, nadie se fijó en lo que hizo Emil Körner, el capitán prusiano contratado por Chile para reformar el Ejército (tras la Guerra del Pacífico). Yo descubrí que fue sobornado: actuó como agente de los fabricantes alemanes de armas. ¡Y las armas que se compraron no eran buenas!
¿Qué le parece que la votación popular en un programa de la TV pública haya ungido a Arturo Prat entre los “grandes chilenos”?
Tiene todo el sentido del mundo. Prat es el epítome de la virtud cívica. Es un chico pobre que va a la Academia Naval, que se convierte en abogado, que hace clases en una escuela normal para gente pobre. Se mete en problemas con (Juan) Williams Rebolledo por defender a otro marino, desafía al sistema en defensa de sus principios, aunque sigue sus órdenes al pie de la letra. Cuando leía todo esto lo encontraba muy loco: en EEUU, si quieres la Medalla de Honor -o en Gran Bretaña, si quieres la Cruz Victoria-, tienes que matar a mucha gente o salvar a mucha gente. Pero entregar tu vida, que es lo que hizo Prat, no tiene sentido. Por otro lado, fue una persona decente: un hombre virtuoso que cuidó a su madre, que cuidó a su esposa, a sus hijos. ¿Qué más se puede pedir? Fue una persona honesta y decente y todas las sociedades necesitan ese tipo de gente.
¿Ha estado al corriente de las demandas de Perú y Bolivia contra Chile en los últimos años?
Sí. Bolivia quiere su costa… y no va a conseguirla. No es posible cambiar el pasado y quien cree que se puede es ingenuo. Los franceses, por ejemplo, son dueños de Niza. ¿De dónde la sacaron? Se la robaron a Italia. ¿La van a devolver? No. Los británicos, ¿van a devolverles Gibraltar a los españoles? Cero posibilidad. ¿Es injusto? Odio ser un cínico, pero el mundo no es justo. Y los bolivianos pueden enojarse, gritar, quejarse, pero da igual: no les van a devolver el territorio. Comenzaron una guerra y la perdieron. Firmaron un acuerdo y el asunto se terminó.
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