Opinión

Construir puentes con diálogo

Para que el diálogo, en fin, tienda puentes en democracia deben asumirse sus límites como también los tienen los derechos humanos.

Construir puentes con diálogo AFP ALBERTO PIZZOLI

Un emocionado Papa León XIV pronunciaba ayer estas palabras en el balcón de la Basílica de San Pedro, en Roma, frente a cientos de feligreses de todo el mundo congregados para conocer y saludar al nuevo líder espiritual de la Iglesia Católica.

“Construir puentes con diálogo” debiera ser una consigna transversal más allá de confesiones religiosas determinadas o de creencias particulares; debiera ser un imperativo civilizatorio de nuestros tiempos, donde la polarización y la lógica amigo-enemigo reinan por doquier.

¿Cómo no emprender el esfuerzo de escuchar al otro, pero de verdad? Ello supone dejar de lado, por un momento, las consignas y, por cierto, las ideologías para tener presente solo una perspectiva de bien colectivo. Cuando se realiza ese esfuerzo, sin que medien las descalificaciones, sin duda, se logran posiciones compartidas.

El diálogo en democracia supone también entender que quienes se sientan en la mesa son ontológicamente iguales sin que valgan los títulos, los grados o, incluso, la experiencia previa, que solo pueden estar al servicio del intercambio de ideas entre quienes no se sienten en posiciones de preponderancia frente a otros. Solo de esa forma puede lograrse una deliberación auténticamente democrática y fructífera.

Los líderes, por su parte, cuyo apoyo debe provenir de la autoridad ética, del servicio público y del conocimiento que evidencian, deben ser verdaderos puentes entre mundos que, en principio, se perciben distintos. La arrogancia es contraria a la construcción de puentes como también lo es el oportunismo político. Un auténtico líder se emociona, como el Papa León XIV, con solo ver congregados en un ideal común de paz, progreso y justicia a quienes representan el acentuado pluralismo que caracteriza a las sociedades de hoy.

“Construir puentes con diálogo” es un importante mensaje de cara a la contienda electoral que enfrentaremos en el mes de noviembre. Así, la tensión por el lugar que se va ocupando en las encuestas de opinión o la atribución de la genuina representación del sentir ciudadano para deslegitimar a los demás candidatos son signos contrarios al diálogo constructivo que, más bien, busca puentes entre quienes tienen distintas miradas sobre el bien común.

También es una señal que no debiera pasar desapercibida cuando se frenan proyectos de ley tan necesarios como el que regula las reglas de uso de la fuerza (RUF) producto de que una coalición política le reprocha públicamente al gobierno que representa su supuesta falta de claridad frente a los fines del proyecto, dando a entender que las gestiones extraparlamentarias parecen más importantes que el diálogo entre los representantes democráticamente electos.

Para que el diálogo, en fin, tienda puentes en democracia deben asumirse sus límites como también los tienen los derechos humanos. El respeto, la tolerancia, la identificación de nuestra identidad colectiva y la necesidad de asumir los errores del pasado son algunos de esos límites.

Por Marisol Peña, Centro de Justicia Constitucional UDD

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