Opinión

El oprimido Winter

Foto: Javier Torres/Aton Chile JAVIER TORRES/ATON CHILE

“Si no votas, la mesa del poder seguirá celebrando”. Así cierra uno de los spots de campaña del candidato presidencial del Frente Amplio, Gonzalo Winter, que competirá el próximo 29 de junio en la primaria oficialista. En un (frustrado) intento de sátira, retratan una escena grotesca: hombres poderosos –allí no hay mujeres– hablando a gritos, con un sobrepeso que prueba sus privilegios, en una mesa atiborrada de platos caros que comen como salvajes. Personajes deleznables que gozan a costa del pueblo. Mientras se llevan a la boca manjares selectos e inaccesibles, se jactan de los pecados deliberadamente cometidos estando en el poder: convencer a la gente de que “endeudarse para estudiar era invertir en su futuro” (nunca pierde ocasión el Frente Amplio para apelar al CAE) y de la cantidad de dinero ganado en esos tiempos dorados, riendo a carcajadas por los males causados. La frase final del spot aparece en medio de las lenguas sibilinas y repulsivas de unos oligarcas despreciables.

Detenerse en esta burda escena es un buen ejercicio para advertir cómo el heredero de este gobierno –y por tanto todo su entorno– mira la realidad. En una lectura maniquea y moralista que ya conocemos, los poderosos (que siempre son otros, incluso cuando ellos están en el poder) son la encarnación del mal y sus motivaciones son siempre viciosas. Para Winter, el poder (de los otros) solo se sirve a sí mismo. Los errores cometidos no se deben a la falibilidad de la condición humana o a la siempre más compleja realización práctica de los proyectos, sino al hecho de que aquellos que gobiernan lo hacen únicamente por beneficio propio, que incluye por defecto el aprovechamiento y daño a los demás. Los sentados a la mesa del poder no son meros enriquecidos que disfrutan de su fortuna, ignorantes de la vida de las mayorías, sino que están plenamente conscientes de que su dinero es gracias al sufrimiento de otros, lo que les produce risa y sorna. Para Gonzalo Winter el mundo se divide así en buenos y malos, y él se identifica, como lo escuchamos esta semana, con “el oprimido”: Winter está del lado de los buenos. Las cosas en política se hacen mal entonces según quien las hace, no por cómo se ejecutan ni por las ideas que las inspiran. Eso explica la tendencia recurrente del Frente Amplio a ser tan duros en la evaluación del resto y tan complacientes al mirar su propio desempeño. Merecen indulgencia porque son los buenos que luchan contra “el opresor”.

Pero el spot no solo nos muestra cómo la nueva izquierda mira el poder, sino también el tipo de aproximación que tiene sobre sus votantes. Hemos escuchado al diputado Winter muy preocupado por los discursos de odio que promoverían sus adversarios –“que pueden terminar en violencia física”–, pero acá es él quien está dispuesto a despertar las peores pasiones. Cuesta imaginar qué otra cosa espera con esas imágenes sino gatillar emociones negativas contra los malos y poderosos de siempre; monstruos que remiten a toda una elite que es, sin embargo, la misma con la que ha tenido que gobernar y de la cual hoy forma parte. Así aspira el candidato a convocar a las grandes mayorías; así aspira, como dijo también esta semana, a oponer “al odio” el “amor a Chile, “al miedo la esperanza”: no identificando las profundas demandas desoídas de la ciudadanía, sino reduciendo nuestra historia al dominio más brutal y deliberado de un grupo de poderosos que merecen ser expulsados definitivamente. Los buenos podrán salvarnos.

Es de una caricatura y pobreza inquietante la lectura ofrecida por el candidato frenteamplista, que se agudiza al advertir que los años en el poder no han enriquecido su juicio sobre la realidad ni sobre sus propios actos. Pero ya que no podemos confiar en que avancen a una comprensión más rigurosa de las cosas (por lo visto no les interesa o está fuera de su alcance), sí podemos confiar en la gente: que con su voto prueben que solo una minoría lee así nuestra historia y que su sátira es una metáfora de su propia farsa.

Por Josefina Araos, investigadora IES

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