No fue un milagro: la última gran revolución económica chilena

El progreso de Chile no fue un milagro. Fue el resultado de una ruta clara marcada por políticas económicas contenidas en un plan de recuperación que se aplicaron con convicción y decisión, las que hace 50 años iniciaron una transformación profunda.
Sin embargo, el proceso se remonta a 1955, con la visita de una delegación de la Universidad de Chicago, en la que participó Arnold Harberger, cuyo objetivo era firmar un convenio universitario e introducir un enfoque económico distinto al estructuralismo predominante. De esta visita surgieron becas que enviaron a jóvenes talentos a EE.UU. como Sergio de Castro, quien a su regreso modernizó los estudios de economía de la Universidad Católica y articuló un plan económico conocido como “El Ladrillo”, base intelectual del nuevo modelo. Esa semilla se convirtió en una revolución económica, impulsada por figuras como Sergio Undurraga, Pablo Baraona, Álvaro Bardón, Roberto Kelly y más tarde José Piñera y Hernán Büchi.
El 24 de abril de 1975, el ministro de Hacienda, Jorge Cauas, presentó el “Plan de Recuperación”, una propuesta que no solo buscaba contener la inflación desbordada, sino que prometió un “desarrollo nunca conocido”. Y lo cumplió.
Un mes antes, en su visita a Chile, Milton Friedman, uno de los economistas más influyentes del siglo XX transmitió a Augusto Pinochet la urgencia de detener la inflación, desatada por la emisión monetaria destinada a financiar un gasto público excesivo. El Premio Nobel de Economía, recomendó un ajuste fiscal drástico, acompañado de apertura comercial y libertad para emprender y elegir. Sus propuestas redefinieron el rol del Estado y reforzaron la importancia del equilibrio macroeconómico.
Medio siglo después, Chile enfrenta un desafío conocido: un crecimiento económico mediocre y la amenaza de ver frustrado su desarrollo. Es, quizás, el momento preciso para reflexionar sobre el verdadero valor de la libertad. Milton Friedman lo dejó claro en el libro “Capitalismo y libertad (1962)”: la democracia y el mercado no son rivales, sino dos caras de la misma moneda. La libertad es indivisible. En los años 80, voces como la de José Piñera reafirmaron este principio en Chile, enfatizando que la libertad económica constituye un pilar fundamental de la libertad política y humana.
Si algo podemos calificar de milagro es que un gobierno militar haya elegido un programa de libre mercado como el aplicado; y más tarde la izquierda y centroizquierda chilena abandonaran la trinchera ideológica del pasado para aceptar la realidad económica y mantener el rumbo, más allá de los ajustes propios.
Pero el propio Friedman en los años 90 dejó planteada una pregunta inquietante: ¿sería Chile capaz de mantener la libertad política, económica y humana al mismo tiempo? ¿O la libertad política, una vez conquistada, terminaría usándose para socavar la libertad económica? Los hechos posteriores invitan a reflexionar: en 2011 surgieron las consignas del “No al lucro”; en 2014 Jaime Quintana amenazó con poner una “retroexcavadora”, para “destruir los cimientos anquilosados del modelo neoliberal”; y en 2021 Gabriel Boric prometió en campaña que Chile pasaría de ser la cuna a la tumba del neoliberalismo.
Parece que Chile arriesga convertirse en el “hombre enfermo” de América del Sur, dejando en el pasado su papel de modelo y buen alumno en el vecindario en materia de crecimiento económico, desarrollo y movilidad social. Pero si pudo cambiar el rumbo una vez y en condiciones aún más adversas que las actuales, puede volver a hacerlo. No existen recetas mágicas ni automáticas, pero en el caso de Chile existe una hoja de ruta y una experiencia exitosa que permite soñar con un Plan de Recuperación Económica 2.0 para los próximos 50 años.
*Ángel Soto es parte de la Universidad de los Andes y Álvaro Iriarte es parte del Instituto Res Publica.
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