Opinión

Nunca les importó la educación

¿Qué es educar? Básicamente, es transmitir habilidades y conocimientos de tal manera que luego puedan ser actualizados por quien los aprende. Esto significa que el fundamento de la educación es enseñar a aprender, puesto que sin la disciplina, la perseverancia, la concentración, la memoria y el raciocinio requeridos, no es posible la instrucción. De ahí que educar también sea formar el carácter. Para aprender a aprender hay que someterse a una disciplina que repulsa a muchos de nuestros deseos e impulsos más básicos, lo cual es molesto y difícil. Por esa razón es que el maestro debe poseer autoridad: tal como el médico, su trabajo es prescribir y administrar tratamientos que a veces disgustan. Educar no es entretener.

Si existiera un movimiento político comprometido con la educación de Chile, sus promesas serían duras, porque el paciente desfallece. Según las investigaciones disponibles, alrededor del 80% de los estudiantes que salen de enseñanza media no entienden bien lo que leen ni manejan aritmética básica. En simple, su capacidad de abstracción es mínima. Estos alumnos han sido dañados por el sistema: no desarrollaron habilidades prácticas útiles, pues estaban sentados escuchando abstracciones, pero tampoco aprendieron a aprender. Doce años de sus vidas fueron despilfarrados y dejarán la escuela sin saber trabajar ni estudiar. Nuestro sistema escolar es como un hospital invertido que enferma y mata a personas que llegan sanas.

¿Cómo terminamos así? Debido a una sumatoria de indulgencias. En Chile, ampliar la educación ha sido, por más de un siglo, sinónimo de bajar su exigencia. Primero se les exigió menos a los profesores, luego a los estudiantes. Los títulos y certificados son peligrosos en manos de los políticos: siempre estarán tentados de multiplicarlos y ofrecerlos a todo el mundo, devaluándolos y desvirtuándolos. Hace 80 años tener un título de educación básica significaba haber aprendido a leer y a escribir. Hace 60 años, tener un título de educación media significaba estar capacitado para trabajar en oficios de relativa complejidad. Abrían puertas. Hoy no significa nada. Hasta hace 50 años ser profesor era un cargo honorable y respetable, una autoridad local a la par con un médico. Hoy es una vocación mirada con horror y desprecio. Bajos puntajes, mínimas exigencias y vidas laborales terribles, atravesadas por el maltrato de estudiantes y apoderados enojados.

Lo que la política ha masificado es el acceso a títulos y certificados educativos, pero no a la educación. La última etapa de este proceso es la masificación de la universidad. Hoy es fácil conseguir un cartón universitario, pero el pregrado está en un proceso de banalización similar al experimentado por la educación básica y media. El despilfarro de 12 años de enseñanza, en muchos casos, se extiende ahora a 17, lo que, a su vez, se refleja en las crecientes cifras de “cesantes ilustrados”. La verdad que casi nadie quiere aceptar, porque es muy dolorosa, es que una enorme cantidad de esos profesionales no tiene las capacidades que sus títulos certifican. Basta preguntarle a cualquier empleador.

Los capitanes de esta última etapa de la farsa educativa han sido los dirigentes del Frente Amplio que hoy ocupan los máximos cargos de la nación. Lideraron algo llamado “movimiento estudiantil”, porque estaba compuesto de estudiantes, pero lo cierto es que nunca les importó la educación. Su promesa, renovada antes de cada elección (incluyendo la que viene), es sencilla: cartones universitarios para todos, gratis. Este año, una vez más, el presupuesto para educación preescolar, escolar y secundaria será recortado en desmedro de la superior. Ahí están los clientes, ahí están los votitos.

Hace tiempo, por un breve lapso, existió un movimiento dentro de la derecha que planteaba poner a “los niños primero” en la agenda educativa, moviendo los recursos de manera exactamente inversa al Frente Amplio. Duró poco, debido al poco rendimiento electoral de la promesa, pero no porque su diagnóstico fuera equivocado. Quizás cuando la burbuja universitaria reviente, esa agenda verdaderamente educacional tenga una nueva oportunidad. Y, junto con ella, nuestro país.

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