Constanza del Río: La incansable búsqueda por encontrar a sus padres
Desde que supo que era adoptada, hace cuatro años, buscó sin parar a sus padres biológicos. En el camino descubrió que había sido una "guagua Monckeberg", fundó la ONG Nos Buscamos, cruzó ADN y reconstruyó su árbol genealógico hasta que llegó a la verdad, a fines de 2015. Esta es su historia.
Paula 1201. Sábado 4 de junio de 2016.
La cita fue en un café de un centro comercial. Se sentaron frente a frente, ambas flanqueadas por sus respectivas parejas. La tensión y la ansiedad se dejaron caer con todo su peso. Constanza Del Río (43) escuchó el monólogo sin pausas que fluía a borbotones de boca de su interlocutora. De pronto, oyó la frase que detuvo el tiempo en su mente: "Sí, yo entregué una guagua y la entregué voluntariamente".
Ese viernes 4 de septiembre de 2015, Constanza supo que su búsqueda había llegado a su fin. O al menos, es lo que creyó en ese momento. Esa mujer de 62 años era su mamá biológica, a quien había buscado incansablemente, sin dejar pista o rastro por seguir, desde el mismo día en que sus padres le confesaron que era adoptada, el 12 de febrero de 2012, días después de cumplir 39 años.
Lo que viviría a partir de ese encuentro no estaba contemplado en ninguno de los escenarios que ella había construido en su mente, cuando soñaba con encontrar a sus padres biológicos. Primero fue su mamá. Y luego, el pedregoso camino tras su papá, que remeció su vida.
Constanza ha vivido los últimos tres años abocada a buscar no solo a sus padres biológicos, sino a ayudar a otros 3.500 casos que se han acercado buscando rastros de sus progenitores en la ONG Nos Buscamos (www.nosbuscamos.org), que creó junto a su marido, Arturo Fellay. Lo que comenzó como una iniciativa espontánea y desesperada para dar con pistas de su búsqueda personal, se ha transformado en el único organismo en Chile que apoya e investiga a víctimas del tráfico infantil y adopciones irregulares. "Hemos logrado 13 encuentros que significa haber encontrado padres, hijos o hermanos que estaban perdidos y que se buscaron durante más de 40 años", cuenta orgullosa Constanza, pese a la energía y horas de desvelo que este esfuerzo le ha consumido. Hoy dependen de que la Presidenta Bachelet les entregue la Subvención Presidencial para poder seguir ayudando a los miles de casos que acuden a la ONG Nos Buscamos.
LA RUTA DEL ADN
La verdad sobre su origen fue un terremoto para Constanza. Durante años, sus padres adoptivos respondían con evasivas o contradicciones sus preguntas sobre el embarazo de su madre o sobre el nacimiento. Ella no entendía por qué. Pero jamás pensó que era adoptada.
Pocos días antes de su cumpleaños 39, ella le pidió de regalo a su mamá la historia de su nacimiento. Días después, el 12 de febrero de 2012, sus padres la invitaron a la parroquia de Santo Toribio en Las Condes, y junto a una imagen de la Virgen en el patio, le confesaron la verdad. "Quedé en shock, sentí internamente como si una pieza del puzzle calzara por fin, entendí por qué yo era tan diferente a mis papás, queriéndolos como los quiero, por qué tantos silencios… y, al mismo tiempo, pensé: 'no voy a encontrar nunca a mis papás biológicos'", recuerda.
Ese año vivió un carrusel de emociones, pero especialmente sintió mucha tristeza y apatía. "Me quedé sin piso, no tenía de dónde afirmarme: no dormía, comía poco, lo pasé mal", dice.
En 2012 para su cumpleaños, le pidió de regalo a su mamá la historia de su nacimiento. sus padres la llevaron a una parroquia y le contataron que era adoptada. "Fue un schock".
Decidió viajar a China por dos meses, para tomar distancia. Y al pasar por Australia, donde un familiar, aprovechó de hacerse una prueba de ADN con la empresa norteamericana www.23andme.com, un banco de datos público –al que también se puede pedir confidencialidad– que busca coincidencias genéticas en todo el mundo.
Así tiraba la primera hebra para reconstruir un complejo árbol genealógico que la conduciría hasta Viña del Mar, donde vive el núcleo de su familia de origen. Pero cuando recibió el resultado, no encontró nada que le sirviera.
En esos días, cada mañana se despertaba con una pregunta que la angustiaba: ¿dónde están? No había rastros que seguir. Por mucho que les pidiera a sus padres, ellos le decían que no recordaban nada, ni un solo detalle, aunque quisieran ayudarla. Habían pasado casi 40 años desde ese febrero de 1973 cuando el doctor Gustavo Monckeberg entregó a la niña en sus brazos, sin papeles y de un modo irregular. "Tiempo después, mi mamá me comentó que el doctor le pidió –al momento de ir a buscarme– que pasaran a dejar a la clínica Santa María un tubo con sangre y que tenía un sticker con un nombre y un apellido poco común que ella no recordaba. Solo recordaba el nombre".
Solo un nombre de pila. Era como buscar una aguja en un pajar.
LOS GRITOS DE LAS MADRES
Constanza es decidida; tiene carácter fuerte. Una mañana le pidió a su papá que la acompañara: recorrieron Santiago sin descanso hasta encontrar la maternidad donde ella había sido entregada a sus padres adoptivos. No era tarea sencilla, porque él apenas recordaba que había sido en una casona antigua.
Hubo varios intentos fallidos. Durante horas deambularon desde una maternidad en la calle Fleming, en Las Condes, hasta el sector poniente. En el trayecto, su mamá los llamó para decirles que recordaba haber pasado por la Estación Mapocho, cuando iban a buscarla. El cerco se estrechaba. En el galpón de antigüedades del Parque de Los Reyes, una locataria les dijo que ya no había maternidades en el sector, pero que ella recordaba haber dado a luz en la Carolina Freire, unas cuadras más abajo. Fue la palabra mágica que refrescó la memoria de su papá. Y fue así como llegaron hasta lo que hoy es un sitio eriazo, en la calle San Pablo, donde solo queda un portón de acceso. Ya tenía un punto desde donde partir la búsqueda.
Cuando cumplió 40 años, en 2013, Constanza fue con su pareja a pegar un cartel en ese sitio; cartel que sigue inalterable y dice: "En esta maternidad fui dada en 'adopción'. Ando buscando mi historia", y dejó un teléfono de contacto de una amiga suya.
Decenas de personas la contactaron, algunas de ellas le contaban que habían dado a luz por esas fechas y aseguraban haber coincidido con "jóvenes de situación acomodada que gritaban desesperadas que les habían robado a su hijo". Un año después, el 11 de abril de 2014, apareció el reportaje de Ciper que daba cuenta de otros casos de adopciones irregulares, muy similares al suyo, entregadas por el doctor Gustavo Monckeberg con ayuda del sacerdote Gerardo Joannon.
En los tres años de búsqueda, tuvo tres intentos fallidos: con un posible padre, madre y tío. Todos se hicieron test de ADN. Pero los resultados echaron todo por la borda.
"Me puse a llorar a mares, todo coincidía. Me sentí parte de una mafia, fue espeluznante, mi caso ya no era una adopción lograda por la buena onda del doctor Monckeberg para ayudar a mis papás. Era parte de un tráfico ilegal de guaguas".
Días después de esa publicación, que acaparó la agenda de los medios, echaron a andar su ONG Nos Buscamos. Constanza revisaba la base de datos cada 40 minutos a ver si asomaba algún dato que la condujera en su búsqueda personal. Se amanecían con su pareja buscando cruces entre la avalancha de casos que recibían a diario. Sumaron a un grupo de amigos voluntarios, que hacían lo que podían, pero no daban abasto para revisar todo. Tan así, que en esa maraña de nombres y relatos, se quedó rezagado un antecedente que ella no vio y que tiempo después sería relevante: el caso 333.
Decidieron entonces avanzar un paso más, para apuntalar esta búsqueda que empujan con más ñeque que recursos. Con la ayuda de otra "guagua Monckeberg", quien costeó su pasaje a San Francisco, Constanza resolvió viajar a la sede del banco de ADN "23andme" a buscar una alianza entre ellos y la ONG Nos Buscamos. Se presentó, contó su historia, y compró-con su tarjeta de crédito-50 kits de ADN para traer a Chile.
Entonces, uno de ellos revisó nuevamente los resultados del test de ADN que ella se había hecho tres años antes, y encontró una pista que resultó ser muy relevante: "Me dijo, tienes un 2% de coincidencia genética con una persona que vive en Los Angeles, Estados Unidos. Eso es mucho y te puede ayudar a reconstruir tu árbol genealógico materno".
Constanza salió de esa reunión y se sumergió en internet a rastrear a ese hombre, llamado Alexis. Le mandó un mail. Nada. Insistió muchas veces, pero él no daba señales de vida. Hasta que, por cansancio, respondió. "¡Era algo concreto, por primera vez! Me dijo que su abuelo materno y su mamá eran chilenos, pero que él nunca había estado en Chile. Con la ayuda de su mamá empezamos a armar su árbol genealógico".
De ahí en adelante, dedicaron todo su esfuerzo a completar ese mapa familiar, convencidos de que en algún momento alguien se decidiría a hablarles. Si había coincidencias de porcentaje con un miembro de la familia materna, entonces la huella de la mamá biológica no debía estar lejos. El camino fue largo, horas de investigación a través de internet, geni.com y otros sitios genealógicos entregaban pequeñas pistas de quienes eran los integrantes del árbol de Constanza. A través de Facebook, rastrearon a todos los parientes posibles y les enviaron mensajes privados durante meses, pidiendo ayuda para reconstruir el árbol genealógico. Ni una palabra que sugiriera adopción ilegal o algo que pudiera asustarlos.
LAS RAMAS DEL ÁRBOL
En esa espera, los contactó una hermana de su mamá biológica. Pero en ese entonces, Constanza no lo sabía: estaba investigando a tres ramas posibles de la familia. La pregunta era si algún pariente suyo había perdido o entregado alguna guagua en adopción en 1973. La mujer no sabía. Era la menor de ocho hermanos y, para esa época, tenía 6 años. Pero la contactó con su propia madre, quien resultaría ser la abuela de Constanza.
"La llamó Arturo (su pareja) porque tenían conocidos en común y ella fue muy agradable y atenta. Aceptó reunirse con nosotros y venir a Santiago, para ayudarnos a reconstruir el árbol genealógico de la familia", cuenta Constanza.
Se reunieron el domingo 16 de agosto de 2015, en un café de La Reina. Constanza se sentó frente a ella y la observó: no encontró en ella ni un rasgo familiar. Arturo, en cambio, la vio y sin dudar le dijo: "Esa mujer es tu abuela materna".
Ella se mantuvo inalterable en todo momento, dice Constanza. Revisaron el árbol genealógico que había construido, de su puño y letra, con una serie de hojas pegoteadas que a esa altura, medía 3 metros de extensión. La mujer aportó algunos datos de otros integrantes de la familia. Pero nada más.
"El único momento en que se contactó emocionalmente conmigo, fue cuando me tomó de las manos y me preguntó: 'Linda, ¿esto ha sido muy difícil para ti?'. Le expliqué que sí, pero que lo único que buscaba era saber mi verdad, y que por favor me dijera si alguien de su familia había entregado una guagua en adopción. Ella, con tranquilidad, dijo que no".
El encuentro terminó con más dudas que certezas para Constanza. "No me atrevía a esperanzarme, porque no quería desilusionarme después", confiesa.
Y algo de razón tenía. En esos tres años desde que inició su búsqueda de la mano de la ONG, tuvo tres encuentros fallidos con un posible padre, madre y tío. Todos se hicieron el test de ADN, convencidos de que ella era a quien buscaban. Los resultados echaron todo por la borda.
Semanas más tarde, llamó nuevamente a quien podía ser su abuela, para pedirle ayuda. La mujer le dio el celular de una hija. Cuando mencionó su nombre, a Constanza se le aceleró el corazón. Era el mismo nombre que estaba escrito en el tubo de sangre que su mamá adoptiva fue a dejar a la clínica Santa María, el día que recibió a Constanza de brazos del doctor Monckeberg.
A las 19 horas del domingo 30 de agosto de 2015, marcó el número de esa mujer. Al otro lado de la línea, una voz inalterable, escuchó su historia: "Yo apenas podía hablar de los nervios. Ella me dijo que no sabía nada, que no me podía ayudar, pero que llamara a otra de sus hermanas. Me pidió cortar para rescatar su número del teléfono. Y, cuando llamé nuevamente, ya no contestó. Entonces dije: 'es ella, no cabe duda'".
Al día siguiente, recibió un mensaje en su celular. La mujer le proponía juntarse en Santiago el viernes siguiente. Constanza pensó que esa era su gran y quizás única oportunidad. Le escribió una larga carta y rastreó toda la información posible sobre ella a través de Facebook. La ansiedad la consumía por dentro.
Intentó comunicarse con ella. Le mandó mensajes a diario. Hasta que su madre biológica le contestó: "déjame en paz".
PERDERLA POR SEGUNDA VEZ
El 4 de septiembre de 2015 Constanza llegó a la cita con un pack de ADN bajo el brazo y su atesorado árbol genealógico. Intentando controlar los nervios, se sentó frente a la mujer, que estaba acompañada de su marido. Tras un saludo distante, la mujer se largó a hablar, sin pausa. Hablaba con rabia, reclamando respeto por sus derechos a la privacidad y a la intimidad. "Tanta era su furia que en un momento le dije que si estaba tan molesta podíamos dejar hasta ahí la conversación. Pero ella me dijo que era su forma de ser". De pronto, emergió en la conversación lo que ella tanto esperó escuchar:
–Yo entregué a una guagua en el año 73.
Constanza se quedó helada.
–Perdón, pero acabas de reconocer que entregaste una guagua con el doctor Monckeberg.
–Sí, yo entregué una guagua y la entregué voluntariamente.
–¿En qué fecha?
–En febrero de 1973.
–Esa guagua puedo ser yo.
Constanza relata que entonces intervino el marido de la mujer que le dijo: "tú estás suponiendo".
–No. Hay un ADN que confirma que es de esta familia, por grande que sea. Tú reconoces que entregaste una guagua y, además, yo sé cómo se llama mi mamá biológica.
La mujer estalló en furia, según relata Constanza.
–¡Pero cómo! El doctor dijo que esto iba a ser confidencial para siempre. ¿Qué pasa con mis derechos?, ¿con mi privacidad?
"Todo era mí", dice Constanza. "Ahí Arturo intervino y le dijo: 'espera un poco, aquí hay dos personas y ella también tiene un montón de derechos que tú le estás negando'".
Desencajada con la reacción, Constanza le explicó que solo quería tomar un café con ella nuevamente y conversar, nada más. "Necesito tiempo", fue su respuesta.
Le pidió que le diera el nombre de su papá. Ella confirmó que era su pololo de entonces, pero que no revelaría su identidad y terminó la conversación. Se despidieron fríamente.
Constanza intentó comunicarse con ella después; le mandaba mensajes a diario, sin respuesta. Hasta que recibió un llamado. "Me trató mal, me pidió que la dejara en paz, que no la siguiera molestando. Reaccioné muy dura y le dije: 'una cosa es que no me quieras ver ni en pintura, pero tú estás decidiendo por otro ser humano, que a lo mejor no sabe que existo o quizás sí sabe y me anda buscando'. Y me respondió: 'si me encontraste a mí, entonces ahora encuéntralo a él'".
El rechazo de su mamá sepultó la última esperanza que le quedaba a Constanza. "Tengo mucha pena, porque la perdí por partida doble, antes y ahora. Pero también creo que ella pierde una maravillosa oportunidad de sanarse interiormente".
Pese a ello no renunció a buscar a su padre. Así comenzó la segunda odisea para Constanza del Río.
Luego de tres años de búsqueda, Constanza encontró a su papá biológico Fernando Jorquera y conoció a dos de sus tres hermanos –hijos de él– Matías y Dani.
EL CASO 333
El apoyo que no encontró en su mamá biológica, sí lo tuvo en una de sus tías, la única hermana de su mamá que supo del embarazo y asistió al parto en un hospital de Viña del Mar. Había guardado el secreto, por instrucciones de su madre; la abuela de Constanza, esa mujer amable con quien sostuvo un encuentro sin que le confesara la verdad.
Su tía le dio una pista: los padres biológicos de Constanza se habían puesto a pololear mientras eran jefes scout en una parroquia de Las Condes, entrados los años 70. Y agregó otro dato: el pololo de entonces tenía el apellido Pantoja.
Se lanzó a buscar. Dio con el sacerdote que entonces acogía al grupo scout en la parroquia y que hoy ya no es cura: Juan Zerón. Lo visitó, pero él no se acordaba. "Le pedí que tratara de recordar, que la verdad es liberadora. Me contestó: 'No todas las verdades son buenas'. Sentí que sabía y no quería hablar".
No se dio por vencida. Rastreando a los compañeros de generación scout, Constanza consiguió la dirección de un abogado que perteneció al grupo. Fue a buscarlo sin más dato que el nombre de su calle, con la suerte de que estaba parado fuera de su casa. Cuando le contó su historia, él le dio lo que tanto anhelaba: el nombre de su padre era Fernando Jorquera Pantoja. Y él, además, tenía su teléfono.
De regreso a su casa, llamó. Contestaron, escuchó voces y cortaron. "Pensé que tampoco él quería verme. Fue terrible". Mientras, su pareja buceaba por internet. Encontró un afiche que anunciaba que el profesor Fernando Jorquera Pantoja era expositor en un seminario que terminaba ese día, 29 de noviembre, a las 5 de la tarde. Eran las 4. Salieron corriendo a tomar un taxi.
El lugar estaba lleno de gente. Sin saber por qué, fijó su vista al fondo y se dirigió directo adonde un hombre de anteojos, barba abundante y pelo desordenado.
–¿Fernando Jorquera?
–Sí, soy yo.
Constanza enmudeció. Apenas atinó a verificar algunos datos básicos con él y fue Arturo, su marido, quien le preguntó si sabía que su polola de juventud había tenido una guagua. Dijo que sí, que sus suegros escondieron a esa guagua y nunca supo dónde la llevaron. De repente se detuvo y quedó mirando a la pareja. Entonces Arturo le dijo, "Fernando, te presento a tu hija"..
Constanza estaba aterrada. No era capaz de resistir otro rechazo. Pero Fernando la abrazó un largo rato.
Esa tarde supo que Fernando, quien vive en Osorno, solo viene a Santiago una vez al año. Justo ese día. También supo que él la había visto en televisión y había inscrito sus datos en la ONG Nos Buscamos, meses antes. Era el caso 333 que ella nunca vio.
Fernando tomó su celular y llamó a su mamá: "Encontré a mi hija", le dijo. Cuando Constanza escuchó esa frase, se puso a llorar.
Nunca olvidaría ese 29 de noviembre de 2015. Su familia paterna regresaba a su vida, esta vez para quedarse. Semanas más tarde, el test de ADN daría positivo. Entonces Fernando se reunió con los papás adoptivos de Constanza. Al despedirse, les dio las gracias por haberla criado con tanto amor.
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