Paula

El hombre chileno es un pastel

De Gloria, la aclamada película de Sebastián Lelio, todo se ha dicho sobre su premiadísima actriz, Paulina García. Pero en la cinta hay un segundo personaje: el pusilánime Rodolfo, el hombre que hace de contrapunto a la energética mujer tira pa'arriba. Sergio Hernández lo interpreta, y aquí despliega su increíble vida nómada y sus reflexiones sobre el pastel en que se ha convertido el hombre chileno.

Paula 1122. Sábado 25 de mayo 2013.

1948. Viaje en barco desde Arica a Valparaíso. Sergio Hernández tiene tres años.

"Antes de embarcarnos, mis papás me dieron un juego de regalo. Era una Armada completa, con acorazados y cruceros de plomo. Sería mi entretención durante el viaje, pero yo los fui arrojando uno a uno al mar, para que de ese modo ellos también vivieran una aventura. Al llegar al puerto no tenía ningún barquito".

Esta es una de las cientos de escenas que contiene el documento titulado Sergio Hernández: un creador delirante, que escribió durante cinco meses su pareja, Irma Lagos San Martín, cosmetóloga y periodista, con quien vive hace cuatro años.

Cuarenta y dos páginas tiene la historia escrita por su pareja y once el resumen de su currículum en el que, ordenadas espaciotemporalmente, se alternan sus labores como reportero de la Radio Minería de Talca, formador y director del Taller de Teatro de una agrupación rehabilitadora de alcohólicos; su participación en teleseries como  Semidiós, Marrón Glacé, La fiera, Iorana y Romané; y en series como Prófugos y El reemplazante. También figuran allí sus estudios de Mecánica Agrícola y los de Teatro en la Universidad de Chile; un viaje a dedo por Sudamérica en 1965 y decenas de obras de teatro, con especial énfasis en su trabajo de investigación, actuación, dirección y formación que, siempre transhumante, realizó en Francia, España, Italia, Yugoslavia y especialmente en Polonia, donde se unió al movimiento de antropología teatral, creado por el teatrista polaco Jerzy Grotowski, que propone el uso del propio cuerpo y las emociones, volviendo la verdad del individuo ancestral como herramienta fundamental del intérprete.

"Se piensa que un hombre de 50 o 60 años ya no está para enamorarse, no está en edad de sentir pasión. Y te puedo asegurar que eso es falso: yo actualmente soy mucho más completo en términos pasionales de lo que fui cuando era más joven".

En las once páginas se suceden también nombres de los cineastas para los que ha actuado, como Costa-Gavras, Miguel Littin, Raúl Ruiz, Ricardo Larraín, Gustavo Graeff-Marino, Pablo Larraín y Sebastián Lelio, quien lo dirigió en Gloria, la aclamada película recién estrenada en Chile.

En la cinta, el espectador se asoma al mundo de una mujer de 58 años que desde su soledad se niega a abandonar la pasión y la vida, deambulando en fiestas seniors con un pisco sour en la mano, dispuesta a renovarse una y otra vez. Gloria es  interpretada por la actriz Paulina García, quien por su actuación ganó el Oso de Plata en el Festival de Cine de Berlín. Su coprotagonista y antagonista es Rodolfo, el hombre al que conoce en una de esas fiestas, con el que se entusiasma y del que hasta se enamora un poco y la decepciona brutalmente por su insoportable pusilanimidad. Sergio Hernández es el actor que interpreta a Rodolfo.

EL HOMBRE CHILENO

¿Quién es Rodolfo?

Creo que representa a muchos hombres chilenos, sobre todo por nuestra dificultad con el compromiso. Los hombres somos timoratos, miedosos y no nos es simple mantener una relación realmente sólida, ni segura ni confiable.

Sin que lo menciones, asoma la palabra inseguridad…

Claro, porque se supone que tenemos que ser tipos que se la pueden con todo y en todos los aspectos. Se es más considerado en la medida de que no solo seas el mejor proveedor, sino que también un buen seductor. He conocido familias en las que la mujer sabe que el hombre tiene otras historias, una hija por allá y un hijo por acá, y lo acepta en silencio.

Rodolfo es un pusilánime con Gloria pero, por otro lado, es un hombre que se hizo un by pass gástrico porque quiere ser más delgado, un padre que no puede alejarse de sus hijas viejotas que lo siguen reclamando…

Yo creo que, con Gloria, Rodolfo tiene una relación pasional y entretenida. Bailan rico, hacen el amor bien, lo pasan fantástico, pero él solo se ha hecho la cirugía por fuera. Le falta operarse por dentro y transformarse. Rodolfo, igual que muchos hombres chilenos, no logra sacarse la culpa de encima, no logra hacerse cargo de que es un hombre separado, solo, con una familia con la que ya no puede seguir relacionándose de la misma manera, pensando siempre como el proveedor que se ocupa de todo. Él permitió y prefirió que su mujer histérica y sus hijas guatonas se quedaran en la casa y que, ya de adultas, le sigan reclamando atención y cuidado. Él no ha cambiado pero la vida sí.

¿Pero no que debiera ser la obligación de un hombre, por muy separado que esté, deberse siempre a su familia?

A los que dicen que la familia es la base de la sociedad, yo les digo que miren la sociedad en que estamos viviendo. Somos una sociedad desintegrada y en la que esos supuestos valores son finalmente bastante discutibles. La familia chilena es bastante piramidal: el hombre está acá, la mujer un poquito más abajo, los hijos allá, no existe la comunidad que tendría que ser efectivamente esto que se llama familia. La familia está concebida de una manera tremendamente burguesa.

"Los hombres chilenos somos muy pasteles. Mientras la mujer ha crecido y empoderado, nosotros nos hemos quedado pegados. Seguimos siendo grises, chatos, de poco vuelo y poca imaginación para poder compartir con una mujer rica en vida".

¿Y cómo ves que vive eso el hombre chileno?

Después de los 50 o 60 años a los hombres ya no se los considera como válidos en términos de la pasión ni de amores. Tampoco creativamente. A esa edad ya no servimos. Entonces, está lleno de viejos solos que no son respetados y que se mueren solos. Creo que Rodolfo es un instrumento interesante para plantear estos problemas que tenemos nosotros, la gente adulta. Tiene que ver con ser mínimamente considerados por la vida. En un momento de la película, Rodolfo, al hablar del pololeo con Gloria, dice algo así como: "Se van a reír de mí cuando sepan que tengo polola. Si eres un viejo de mierda, cómo se te ocurre andar pololeando, que andái haciendo a tu edad". Y es verdad. Se piensa que un hombre de esta edad ya no está para enamorarse, no está en edad de sentir pasión. Y te puedo asegurar que eso es falso: yo actualmente soy mucho más completo en términos pasionales de lo que fui cuando era más joven.

¿Por qué crees que existe ese pudor de no querer ni siquiera imaginarse que los viejos hacen el amor o que los papás siguen teniendo sexo?

Yo nací en Arica y cuando era chico recuerdo que las fiestas familiares eran con baile, con el valsecito peruano. Mi mamá bailaba mucho y era muy viva, muy juguetona y a mis hermanas les daba vergüenza y le decían: "¡Mamá, por favor!". Yo creo que más que con el pudor lo que dices tiene que ver con egoísmo. Cuando chico escuchaba hacer el amor a mi  mamá y mi papá…

No…

Claro, era re fuerte, ¡cómo tu mamá en esas! Pero, si lo piensas bien, ¿por qué no? ¿por qué pensar que la sexualidad es solo de los jóvenes?

Hablabas de muchos hombres viejos solos. Pero también hay muchas mujeres solas, y de todas las edades. Gloria es más fuerte que Rodolfo, ella va para adelante.

Esta es una película eminentemente feminista y me gusta que lo sea. El hombre queda a la altura del unto. Rodolfo es un pastel, como muchos chilenos que, frente a la posibilidad de una relación fuerte y rica, no se la pueden. A mí me impresiona que ya a los treinta y tantos años muchas mujeres opten por no vivir con un hombre, por no tener pareja, y prefieran salir solas y regresar solas a su casa. Para qué decir las mayores, señoras producidas, con colorete y preciosamente vestiditas, que salen a ver si hay un poco de vida. Las mujeres ahora se pegan una cana al aire por ahí, pero no están dispuestas a involucrarse en una relación más estable, porque somos muy pasteles. Mientras la mujer ha crecido y empoderado, los hombres nos hemos quedado pegados. Seguimos siendo grises, chatos, de poco vuelo y poca imaginación para poder compartir con una mujer rica en vida.

TRASHUMANTE

En la biografía que Irma, su pareja, escribió, Sergio Hernández confiesa: "Desde niño fui nómada y no es un tema ligero, porque tiene que ver con saber terminar las cosas. Mi nomadismo se relaciona con eso. Con llegar al fondo y cerrar los procesos para obtener una totalidad".

¿Cuándo comenzó todo? Tal vez esa mañana en la que su tía Alicia con una feroz brutalidad, lo despertó para decirle: ¡Levántate porque tu papá murió y hay que ir al entierro!

Sergio tenía 12 años.

¿Cómo fue?               

Tuvo un accidente en motoneta, en una de las primeras que llegaron a Chile. Murió cuando más lo necesitaba. Éramos muy unidos, cada domingo salíamos a las nueve de la mañana, nos íbamos hasta Plaza Italia, caminábamos por Pío Nono, yo me tomaba una orange crush en el Venecia: seguíamos caminando y subíamos a pie hasta la virgen. Después bajábamos por Pedro de Valdivia Norte, nos comprábamos unas empanadas, tomábamos la micro y nos bajábamos en Catedral con San Martín y llegábamos a la hora de almuerzo a la casa. Mi papá también me llevaba a Lourdes, en la Quinta Normal. A mi papá, que también era periodista como su hermano Luis Hernández Parker, yo lo iba a visitar al diario y recorría todos los rincones, las máquinas, las prensas… Fuimos muy cercanos, a diferencia de la relación que tuve con mi mamá. Ella trabajaba en Ferrocarriles del Estado. Y trabajaba, trabajaba, trabajaba. Nunca fue tan cercana. No como mi papá, que fue muy amigo mío. Él me llevó al teatro por primera vez.

¿Y qué te pasó cuando murió?

Mi mamá me mandó al Internado Barros Arana.

¿Al tiro?

Al tiro. El día que murió mi papá se acabó mi familia.

¿Extrañabas tu casa?

Lo único que yo tenía en esa casa era mi papá.

¿Y cómo y por qué llegaste a la Escuela de Aviación?

Tenía 16 años y llegué porque quería volar. Asunto que nunca sucedió. Lo mismo que cuando entré a estudiar Mecánica Agrícola, en Talca, pensando en que estaría en contacto con  los prados, los árboles, el cielo y los ríos y lo único con que me encontré fue con las matemáticas, para las que siempre fui nulo.

No duraste mucho ahí. ¿Al final cumpliste tu sueño de volar?

Una vez nos subieron a un avión de carga a Quintero, eso fue todo. Después descubrí el pito, que me permitió hacer lo mismo con menos riesgos.

¿Y qué más has sido aparte de actor, reportero, casi aviador y mecánico agrónomo?

Soy pintor de brocha gorda. Estudié siete meses cuando me fui a Francia, en diciembre de 1973. Pinto al agua, óleo, esmalte, barniz. También fui percusionista en una banda, en el sur de Francia y también acá, donde hice una especie de jazz-rock durante un tiempo. También toco el acordeón. Mira: he plantado papas, he manejado camiones. Cuando uno es nómada hace muchas cosas. Tengo esa capacidad de transformarme, de reciclarme. No me voy a morir de hambre en ninguna parte, nunca. Me las voy a arreglar siempre, porque tengo la capacidad de entrar en contacto con la vida, y asumir las circunstancias que se presentan.

No le tienes miedo a abandonar la zona de confort…

No, porque ya me fui varias veces, abandoné todo varias veces.

¿Qué descubres en cada partida?

No sé. Tengo dificultad para conocerme, para descubrirme. Me puedo meter en distintas situaciones e ir a distintos mundos, convivir con gente muy rica, convivir con gente miserable, con distintos tipos de razas, pero no sé mucho cómo soy yo. Viví con gitanos en España y en Polonia. Puedo descubrir y adaptarme, pero me cuesta infinitamente más hacer lo mismo con lo que está al interior mío. Me han dicho: " Tú eres así o asá" y me quedo para dentro. Me sorprendo, porque no estoy muy capacitado para conocerme.

¿Y el teatro?

Desde chico en el colegio fui el lobo en la Caperucita Roja, el más chico de los Tres Chanchitos, el rey en los Tres Alpinos.

DESAPRENDER

Hoy, junto a Claudia di Girolamo, Sergio prepara El mar en la muralla, la segunda parte de la trilogía Buenaventura, de Luis Alberto Heiremans. También quiere seguir con las funciones de Gladys, de Elisa Zulueta, la obra teatral que arrasó en los premios Altazor 2012. En el cine ha realizado algunos teasers como El dueño de la luna de Francisca Fuenzalida, una comedia que narra la historia de un poeta de Talca que patentó la Luna a su nombre en los 60. En televisión está en plenas grabaciones de la segunda temporada de El reemplazante, actuando como Dionisio, –padre de Charly, el protagonista–, inspector general del colegio donde se desarrolla la mayor parte de la serie. Por si fuera poco, figura dentro del elenco de En terapia, la versión chilena de la serie de HBO, In treatment que realiza el canal 3TV.

¿Qué ha implicado para ti trabajar en El reemplazante?

Abordar el tema de la educación de un estrato social con serias dificultades de convivencia en un sistema clasista y discriminador, con jóvenes de familias humildes enfrentados a problemas económicos, delictuales y de mucha violencia, me provoca sentimientos encontrados. Por una parte, solidaridad y cariño hacia estos chicos que no encuentran salidas para lograr una participación más igualitaria dentro de una sociedad exitista y basada fundamentalmente en los valores materiales;  y, por otra parte, impotencia y molestia al darme cuenta lo difícil que resulta lograr que estos muchachos tomen conciencia de cómo el sistema los adormece y los mantiene entregados a la tontera cultural predominante que les ofrecen los medios y el colegio, el barrio y  el entorno cotidiano familiar. Esta es una comunidad que no posee ninguna organización para protegerlos o ayudarlos a salir de la precaria situación que les ha tocado.

¿Qué te duele de Chile?

Me duele la gran pérdida. Haber llegado a ser un país que ni siquiera tiene memoria de lo que fue; lo que fuimos y lo que fueron nuestros padres y abuelos, nuestra historia.  Me duele "el pago de Chile": que exista la capacidad de estrujar a alguien, sacarle el jugo, todo el provecho posible, y luego se le tire como un trapo viejo en cualquier asilo o en la misma calle, o simplemente se le abandone a su suerte sin que a nadie le importe. Acá se han perdido dos cosas fundamentales: el compromiso y la solidaridad. El que existan programas de televisión para juntar dinero cuando hay alguna catástrofe o cuando hay que ponerse para los niños discapacitados, no nos libera de todo lo indiferentes que podemos ser frente a los que nos encontramos en dificultades o que requieren, por último, de algunas palabras o algún gesto amigable. La gente pasa al lado de los demás sin  importarle mayormente qué le pasa a ese que tiene al lado.  Si sonríes a alguien en el metro, cuídate, lo puede tomar a mal y maltratarte. El chileno se ha acostumbrado a la gravedad, a demostrar que es fuerte, que se la puede y que es más que el otro.

Tu diagnóstico es demoledor…

Y para qué hablar de las enormes desigualdades existentes. No es posible que haya algunos que ganan 10, 15, 20 millones y más en un mes, cuando hay cientos de miles que no ganan ni siquiera 200 mil pesos mensuales. Eso duele, y mucho.

Viviste mucho años fuera de Chile.

Catorce años sin volver. Desde el 74 hasta el 86.

¿Y en el 86, con qué Chile te encontraste?

Con otro país. Pero yo también era otra persona. En 1974 mataron a Ana María Puga, la madre de mi hijo mayor, que era miembro del comité central del MIR. Mi hijo tenía ocho años y por suerte acababa de llegar a Francia a vivir comigo. Fue espantoso. Que la hayan matado así… Con esto te quiero decir que el comienzo de mi vida fuera de Chile fue brutal, desgarrador, como si te sacaran algo propio desde muy adentro. Tuve que comenzar de nuevo. Viví seis años y medio en Francia y de ahí me fui a Polonia. Polonia fue marcadora porque ahí entré al Movimiento de Antropología Teatral y tuve que aprender a desaprender.

¿Cómo?

Tuve que deshacerme de todo lo aprendido como actor. Yo salí de Teatro en la Universidad de Chile con nota 7 porque era un gran mentiroso; había aprendido a mentir bien.

¿Y acaso no es eso la actuación?

No. Y eso lo aprendí en Polonia: a trabajar con la verdad. Yo abordo los personajes intentando ser lo más verdadero posible. Siempre está uno mismo, toda actuación tiene que ver con lo que realmente puedes entregar. Cuando lo haces así sabes que estás envuelto en una determinada sensibilidad, en una forma de mirar, de comunicarte, en una forma de ser que es, ese personaje a través tuyo.

¿Es muy abrumador?

Hay un proceso previo de estudio y de ensayo que, efectivamente, tiene una dosis de angustia importante, pero una vez que estás en el escenario se acaba. Me resulta difícil imaginar a un buen actor que no se atreva a vivir la vida, que todo lo que haga le nazca de la cabeza. A mí me tocó ser una  persona vividora, en el sentido de meterme en los distintos mundos y ser atraído por las diferentes situaciones con las que me encontré. Me he atrevido a despojarme de muchas cosas y tomar otras nuevas, ir cambiando, ir conociendo, partir incluso sin haberlo planeado. Tuve mucha suerte al vivir en la calle cuando estuve en Europa.

Volviste  a Chile en el 86 y te volviste a ir en el 89.

Sí. Volví a Polonia. Y en un momento viajé a Berlín, y fue justo cuando se había empezado a hacer el hoyito en el muro. Estuve allí en esa tremenda calle, con la puerta de Brandenburgo al fondo, escuchando a Pink Floyd. Y me vi nostálgico. Por un lado caía el muro y eso era un motivo para ponerse contento, pero al mismo tiempo yo estaba triste, sentía que algo se perdía. Con el muro algo más se vino abajo… Y en las esquinas, los cerros de botellas de champagne. Algo me pasó que me hizo ver que en mi pasada por Chile no había sabido jugar las nuevas reglas del juego y que, si quería sobrevivir, tenía que aprender a jugarlas. Entonces me volví a Chile. Y he hecho películas, series, teleseries, obras. He trabajado con mucho respeto.

Tu historia me recuerda la canción Like a rolling stone, de Bob Dylan…

Bob Dylan es muy poeta, muy dulce para mí. Si fuera un músico sería Frank Zappa o Jimi Hendrix. The Beatles y Pink Floyd han marcado mi vida. Pero yo no me morí a los 27 como muchos rockeros. Hoy soy el vals que toco con mi acordeón. Una melodía más reposada pero con mucha nostalgia, muy melancólica. Es mía, yo la inventé y la puedo tocar durante seis horas.

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