Paula

Ángela Llanquinao Millaqueo y su hijo machi

En la Expo Osaka 2025, el pabellón de Chile se estructura en torno a un manto de 242 metros cuadrados tejido por 200 tejedoras mapuche, entre ellas las de la agrupación Witraltu Mapu. Las historias de estas mujeres muestran que, más que una técnica artesanal compleja y laboriosa, el textil mapuche es un lenguaje. Aquí una de ellas.

Fotografía: Sergio Piña

Ángela Llanquinao Millaqueo (56), tres hijos, un nieto, Nicolás, de 6 años, ha perfeccionado la técnica textil que le enseñó “una tía abuela por lado de padre, Juana Llanquinao”, gracias a los encargos detallados y súper específicos que le ha hecho durante años un comerciante argentino del cual ya varias artesanas nos han hablado.

“Él pone la lana y paga bien por la mano de obra. Viene un par de veces al año. Me trae fotos y yo copio los diseños. Encarga mantas que luego vende en otros países como si fueran antiguas. Le da una pasadita por el fuego a la lana, para que se vea gastada, desteñida y sale el mismo olor que cuando le quemas los cañones a un pollo desplumado. Vende en España, Argentina, y le pagan como un millón de pesos por manta. El hombre sabe de textiles. Dirige un club de gauchos, es criador, tiene una estancia”.

Y un negocio dudoso, ya que vende gato por liebre, manta nueva por antigua, pero que ha beneficiado a varias mujeres de esta comunidad, donde muchas son distinguidas artesanas y están casi todas emparentadas entre ellas.

Fotografía: Sergio Piña

“A los 8 años, empecé a hilar. Llegué hasta quinto básico en esa escuela que está en el camino que viene hasta acá. Por mi primera venta me pagaron dos mil pesos, buena plata en esos años. Fue una manta lisa, tipo sal y pimienta, matizada. Así empecé ambulando, vendiendo lo mío al callejeado, en la Feria Pinto de Temuco”.

Cuenta que fue en el hospital, cuando tuvo a su hija, que, conversando con otra parturienta, supo que había organizaciones de artesanas. “Fuimos a una reunión con la Audolina Travol y la Rosa Rapiman, y así partimos. Fue bueno porque aprendimos a valorar nuestro trabajo. Ahora tenemos una agrupación formada casi por puras parientas”.

Ángela está convencida de que si no teje, se enferma, se muere. Y que a ese quehacer debe sumar “hacer el almuerzo, el lavado de la ropa y el cuidado de mi marido, que no es sano, sufre del corazón”. Pero no se queja. Más duro fue lidiar con lo enfermizo que fue de niño su hijo mayor, quien hoy es machi y sana a otros. Ahora mismo anda en Chiloé, haciendo diagnóstico. “Lo llaman de Curarrehue, de Conce, de todos lados”, cuenta orgullosa, aunque afirma que decidir la vocación de machi, responder al llamado del newen, es un proceso duro y doloroso no solo para el que lo experimenta, sino para toda la familia.

“Mi hijo trabajó en Bata, en Easy, fue profesor de mapudungun como dos años, después estuvo cultivando el campo, pero tenía un don desde chiquitito que no comprendía y frente al cual no pudo hacerse el leso. Le viene por el lado de mi abuela y por el abuelo de mi marido, que eran machi. Pero ahora está feliz, hallado, y lo llaman de todas partes”. Igual que ella, con su don de talentosa artesana.

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  • Este testimonio es parte del libro Herederas de Llalliñ (2019) editado por Fundación Artesanías de Chile, que recopila 17 relatos de artesanas mapuche de las comunas de Chol Chol y Padre Las Casas en su camino por rescatar y reproducir antiguas piezas textiles resguardadas por el Museo Nacional de Historia Natural, que forman parte del lenguaje y la tradición de su pueblo. Por el valor de estas historias, estos testimonios son rescatados por Paula.cl, profundizando en la relación que ocho duwekafe sostienen con su witral (telar tradicional mapuche), cuya trayectoria las llevó a participar de “Makün: El Manto de Chile”: la gran obra textil que protagoniza el pabellón de Chile en la Exposición Universal Osaka 2025, que se desarrolla entre el 13 de abril y el 13 de octubre de 2025
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