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La comodidad y exclusividad propia de un traje a medida

Tijeras, hilos y telas maravillosas, son sólo algunos de los elementos que componen el taller de don Samuel. Él es uno de los pocos sastres que va quedando en Santiago, un oficio que ha ido desapareciendo debido, en gran parte, a la producción masiva. Sin embargo, este especialista asegura que el retail tiene productos que nunca serán tan buenos como un traje hecho a medida.

Empezaba el siglo XX, cuando nuestro país vivía una época dorada debido a la producción del salitre. Un joven Pablo Ugarte daba sus primeros pasos en el mundo de la confección. Ahí aprendería sobre materiales, cómo cortar y, por supuesto, el estilo que caracterizaba el vestir de un señor de prestigio. Luego se trasladaría a Santiago, donde emprendería con Sastrería Ugarte, lugar que ha sabido traspasar sus técnicas de generación en generación.

Desde hace 50 años, la sastrería es dirigida por Samuel, hijo de Pablo, quien cuenta que ha preferido preservar el espíritu de la técnica tradicional. Esa que habla de hacer todo paso a paso, donde la customización y dedicación se refleja en cada prenda. “Acá nosotros somos del tipo antiguo. En el segundo piso puede ver cómo trabajamos todos. Mano a mano. Cosiendo, armando, planchando… Afortunadamente, aún hay gente que aprecia la exclusividad y sentirse cómodo”, dice Samuel.

Otra de las sastrerías más antiguas es Rubinstein, que tiene sede en la capital y en Viña del Mar. Además  de hacer piezas a medida, arriendan trajes de etiqueta. El alquiler de un frac o smoking va desde los $130.000 a los $200.000. Gonzalo Zúñiga, sobrino del dueño y sastre que elabora cerca de 30 trajes y arrienda otros 200 al mes, dice que este tipo de trajes los solicitan generalmente personajes con altos cargos públicos cuando tienen una cena de gala en el extranjero.

En Sastrerías Cubillos, los precios empiezan en los $450.000. Pedro Mella, quien trabaja en este lugar, afirma que ya no se usan telas de invierno o verano, sino que hoy casi todo es de media estación.

La aparición del retail

Como experto en la materia, Samuel Ugarte es categórico: “La gran diferencia entre un traje a medida y otro de confección es que a través de la medida, nosotros adaptamos un traje a la persona. Y en la confección (masiva) es el cliente el que se adapta a un traje”. Un traje hecho a medida es dúctil, cómodo. El cliente que lo prefiere sabe que podrá manejar y escribir, sin que el traje se sienta extraño o le tire.

Para saber si una prenda está bien hecha, Ugarte dice que se aprecia a simple vista. “Cuando ves las costuras, las terminaciones, los ojales, te das cuenta de inmediato si hubo dedicación o no. Además, los materiales y la caída que tenga el traje hace que sea evidente. Pero  lo principal es la comodidad. Si el cliente siente que no le queda cómodo es porque no se lo hicieron bien”.

Un traje de medida en Ugarte va desde los $580.000 hasta $780.000,  dependiendo de la tela.

El regreso de las sastrerías

“La juventud está adquiriendo el gusto por este tipo de trajes. Ellos quieren vestirse mejor, con materiales finos”, cuenta Ángel Aedo, de Sastrerías Aedo, donde también existe un negocio familiar. Junto a sus hermanos, montaron la sastrería hace varios años. Además cuenta que, en general, nuestro país está mucho más a la moda que antes.

Una de las tendencias que ha visto fuerte es que los chilenos cada vez están optando por traer sus propias telas desde afuera. “Así se consigue algo totalmente a su gusto”, dice Ángel.

El trabajo detrás de la confección de un traje completo implica dedicar cerca de 100 horas.

La Asociación de Sastres reúne en Santiago a cerca de 30 “artesanos”, prueba de cómo ha ido disminuyendo la presencia de este oficio.

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