Por Francisco Pérez MackennaLos “cisnes negros” y lo mejor de lo nuestro

En el libro “Nuclear war, a scenario”, escrito el año pasado y que fue candidato al Pulitzer, la periodista estadounidense Annie Jacobsen relata un escenario hipotético de un primer ataque nuclear contra Estados Unidos. La conclusión de la aterradora historia es que la guerra duraría menos que un tiempo de un partido de futbol y la destrucción del planeta como lo conocemos sería devastadora.
El mundo lleva tres cuartos de siglo viviendo con esta amenaza y parece haberla manejado con responsabilidad hasta ahora, por lo que el relato podría no ser más que ciencia ficción o una curiosidad morbosa. Hace un par de semanas, sin embargo, una película de Netflix volvió sobre el mismo tema. Titulada “Una casa de dinamita”, la cinta tiene un guion que bien podría haberse basado en ese libro.
Con ese tema instalado, EE.UU. anunció un proyecto para construir un “domo dorado”. Un escudo antimisiles, desarrollado sobre la base de sistemas defensivos ya existentes, que protegería al territorio norteamericano de un potencial ataque nuclear y podría requerir hasta US$ 5 trillones de inversión. Ello, a pesar de que tanto el libro como la película le asignan baja probabilidad de intercepción en un ataque real, dada la velocidad a la que viajan los misiles balísticos intercontinentales.
El contexto mundial en que se escriben estos relatos de ficción es complejo: incluye una guerra en Europa que lleva casi cuatro años, el conflicto en Gaza, las operaciones militares de EE.UU. en el Caribe, una aparente guerra fría entre ese país y China, el cuestionamiento a la eficacia de los organismos multilaterales, y una regresión de la relevancia de la globalización de los mercados, con aranceles crecientes y una economía global que se muestra frágil debido a los persistentes déficits fiscales y el alto endeudamiento de muchas naciones importantes. Y un agravante: en todos los conflictos bélicos actuales hay una potencia nuclear involucrada.
Es decir, hay múltiples fuentes para la aparición de lo que el ensayista Nassim Nicholas Taleb denominó como un “cisne negro”, un evento altamente improbable, pero con el potencial de ser muy disruptivo. A mayor abundamiento, el índice de valoración de acciones de Shiller, que da cuenta del múltiplo de la utilidad de las empresas para determinar su valor, ha superado las 40 veces, llevando a los inversionistas a un territorio inexplorado. Lo que podría calificarse de optimista, porque las acciones están altamente valoradas, genera preocupación en quienes ven el pasado como predictor del futuro. Cuando el índice sobrepasó los 40, los retornos reales de los 10 años que siguieron a esas altas valoraciones fueron negativos.
Así, en medio de un escenario global tensionado por conflictos y fantasmas nucleares, con presiones económicas sobre estados altamente endeudados y el mercado bursátil en niveles de optimismo que en el pasado precedieron ciclos negativos, Chile encara las elecciones de hoy. Los desafíos que nuestro país enfrentará en este contexto exigen que prime una mirada de largo plazo y de políticas de Estado. Es de esperar que pueda quedar atrás la frecuente costumbre de negar la sal y el agua al vencedor desde el Congreso.
Desde el extranjero -a juzgar por un artículo reciente del Wall Street Journal-, nos parecen ver menos polarizados de lo que sentimos internamente, y aseguran que nuestros extremos han convergido. Sin embargo, que en los discursos políticos no emerjan propuestas refundacionales para la estructura política o económica, no significa necesariamente que éstas hayan desaparecido del anhelo de algunos sectores.
La historia de Chile es objetivamente una de éxitos, al menos al compararnos con otros actores del vecindario. Nuestras instituciones han sabido detener el populismo con una economía centrada en el mercado, permitiendo que lideremos el desarrollo humano en nuestra región. Por cierto, hay problemas apremiantes que resolver. En el tope de la lista figuran la seguridad, la inmigración ilegal y la necesidad de retomar el crecimiento luego de años de estancamiento. A eso se agrega la necesidad de rebajar el gasto público en un contexto de déficits recurrentes, una deuda pública que se encamina a un preocupante 45% del PIB, y la carencia de los fondos de emergencia que nos permitieron enfrentar la crisis de 2008 y la pandemia. El complejo contexto interior y exterior exige que mostremos lo mejor de lo nuestro.
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