"En la cárcel me dijeron: no hay que llorar"
<p>El 17 de diciembre de 2009, Dan Díaz (25) fue detenido por robo con intimidación en una casa en Pedro Aguirre Cerda, a sólo cuadras de donde él vivía con su familia. El joven, que estaba a punto de ser abogado en la UC y sostiene que fue obligado a delinquir bajo amenazas, lleva cuatro meses preso. Aquí cuenta por primera vez por qué estuvo involucrado en esos hechos y cómo pasa sus días en el Módulo 35 del penal Santiago Uno. </p>
"En dos semanas más, cumpliré cuatro meses en Santiago Uno. La cárcel es un ambiente que yo no conocía. Recuerdo que en mi primer día sentí mucho miedo. No sabía qué me podía pasar, una incertidumbre total. Esa noche llegué muy tarde y, cuando iba entrando por el módulo, los internos gritaban por la ventana: '¡Llegaron las lavadoras!, ¡llegaron las lavadoras!'. Eso significa que me iban a poner a lavar ropa, que iba a estar al servicio de los demás. Luego llegué a la pieza. Por suerte, me recibieron bien. 'Si te quieres bañar, acá hay de todo', me dijo una persona. Pude dormir sólo por cansancio, estaba agotado. Al día siguiente, cuando desperté, lo único que hice fue mirar para todos lados. Pensaba ¿dónde estoy?, ¿qué hago aquí?, ¿qué me va a pasar?. Siempre era la misma pregunta: ¿qué me va a pasar?
Con mi compañero de pieza conversamos un poco, pero yo no quería contar nada. No me gusta hablar de mi caso. Yo ya tengo sueños tormentosos todas las noches y no necesito, al estar consciente, además acordarme de por qué estoy acá... Desde que estoy en la cárcel sueño mucho con la calle, y eso me atormenta. Cuando estás en una celda, hay cosas que añoras. Cosas que para alguien que está libre son triviales, como comerse un durazno, o que me abrace mi mamá, o estar con mi hermana chica. También extraño a mis sobrinos, la comida, el fin de semana, la privacidad.
Cuando entré aquí, estuve seis días en un módulo de tránsito. Pero cuando entré al Módulo 35 (para primerizos de bajo compromiso delictual) se me abrió otro mundo. No sufro amenazas, nadie me pega. Pero cuando veo a mi familia me pongo mal, porque está destrozada. Pero en el otro módulo me dijeron que no tenía que llorar. Que es señal de debilidad, porque los choros no lloran. En cambio, en el 35 me dijeron: 'Si quieres llorar, hazlo'. Recuerdo que lo hice en la primera visita de mi papá. Pero sólo cinco segundos. No he podido llorar o perderme llorando, que es cuando uno se cansa de llorar. Recuerdo un día que tuve muchas ganas. Estaba almorzando y me acordé que a veces uno encuentra mala la comida que le sirven en su casa. Y sentado acá pensé: Esto sí que es comida mala... Se me caían las lágrimas.
He tenido que aprender jerga y códigos de conducta. Por ejemplo, no puedes llegar y sentarte a una mesa. Hay que pedir permiso. Y cuando termina de comer el último, se para la mesa entera. No saber esos códigos te puede costar carísimo. A mí ya me han retado por errores. En una ocasión, un interno me preguntó por qué venía. Yo le respondí: '¿Sabes? No me gusta hablar de eso'. Y me dijo: '¡Y qué me venís a hablar así! Yo choreo desde cabro chico, no es primera vez que estoy acá y tú me venís a hablar así... Ya, córrete'.
"Cuando paso por los calabozos, los internos me gritan: '¡Abogado!'. Yo los saludo, a pesar de que de repente ni sé quiénes son. O bien, me paran y me preguntan: 'Oye, estoy acá por esto, ¿qué puedo hacer?".
Los internos se fueron enterando de que yo era estudiante de Derecho. Y hay algo chistoso: si bien jurídicamente mi delito (robo con intimidación) es muy grave, desde la perspectiva del hampa, acá te da como un grado. Para ellos, yo era el que andaba levantando narcos y con armas. Alguien bacán, porque además mi nombre había salido en la prensa varios días. Al poco tiempo, me decían: 'Ah, tú eres el abogado'. Y empezaban las preguntas. '¿Y qué pasó?, ¿por qué te metiste?'. A mí no me gustaba mucho hacer alusión a eso, porque una de las personas con las que llegué detenido (Mauricio Pino, su vecino) estaba en mi propio módulo.
Cuando paso por los calabozos, los internos me gritan: '¡Abogado!'. Yo los saludo, a pesar de que de repente ni sé quiénes son. O bien, me paran y me preguntan: 'Oye, estoy acá por esto, ¿qué puedo hacer?'. No sé si me ha servido saber de Derecho. El miedo en la cárcel no es algo que se pueda acabar, porque acá uno no tiene seguridad de nada. Para muchos puedo ser una persona útil; pero para otros puedo ser uno más, un tonto. Mi estadía acá se puede dar desde esas dos perspectivas.
En el Módulo 35, donde hay gente primeriza y la mayoría es gente de edad, hay mucha culpa. Y muchos son inocentes. No es que se hable mucho, pero sí se habla una o dos veces de los casos. La mayoría de las conversaciones son preguntas como: '¿Te diste cuenta de lo que hiciste?, ¿te das cuenta de lo que has pasado por una tontera?'.
Para mi familia siempre fue un horizonte que entráramos a la universidad, porque mi papá llegó hasta quinto básico y a los 8 años empezó a trabajar. En 2003 di la Prueba de Aptitud Académica. Saqué 797 en Matemáticas, 756 en Verbal, 766 en Historia y 744 en la específica de Historia. En mi familia me felicitaron, me preguntaban qué iba a estudiar... Siempre quise Gobierno y Administración de Estado, en la Universidad de Chile, porque me gusta la política. Pero al final escogí Derecho, porque vi en la carrera una herramienta para realizar millones de cosas. Si me quería dedicar al empresariado, me serviría. Si me quería dedicar a una institución de acción social, también.
Postulé a la UC porque mi hermana mayor es ingeniera de la Católica. Y es una institución súperseria. La gente se ayuda entre sí y comparten muchos valores de los que yo tengo, porque soy cristiano. Además, allá tenía muchas posibilidades de tener crédito, y eso para mí era determinante. Hasta el día de mi detención, el 17 de diciembre del 2009, trabajaba en una empresa. Ganaba 250 mil pesos mensuales. De eso, 100 mil pesos eran para ayudar a mi papá (feriante en Lo Valledor) a pagar la universidad, y 150 mil para mí, la micro, los libros y comer.
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