Revista Que Pasa

El abrazo de Malvinas

El 27 de mayo de 1982, el marino inglés Neil Wilkinson derribó el avión que pilotaba el argentino Mariano Velasco. Haber matado a ese hombre le produjo una depresión que destruyó su vida. 25 años después volvió a ver a su enemigo, esta vez en televisión, explicando cómo había logrado sobrevivir. Entonces supo que tenía que viajar a Argentina a buscarlo.

Es el 21 de noviembre de 2011 y Neil Wilkinson, un ex marino británico nacido en Leeds, está parado frente a un viejo portón en la modesta Villa Dolores, una localidad rural perdida entre las sierras cordobesas. Tiene frente a sus ojos un polvoriento camino de tierra, y sabe que si da un paso más habrá ingresado en el mundo de su enemigo. En la inconcebible vida del hombre a quien él disparó y mató cuando tenía sólo 22 años, en esas islas malditas del Atlántico Sur, y que ahora, por algún milagro que aún no logra comprender, está vivo y parado frente a la puerta de su casa. Esperándolo para cerrar lo que  comenzaron en 1982.

Está nervioso. Ha emprendido un largo viaje desde Inglaterra sólo para recorrer ese camino, y de pronto todas las emociones se agolpan en su pecho, como si otra vez fuera la guerra. "Sabía que iba a llorar cuando lo viera. Sólo quería darle un abrazo y que ese abrazo fuera el mejor momento de mi vida", recuerda Wilkinson. "No le iba a decir que mató a todos mis amigos".

Mariano Velasco observa. Sabe que en unos momentos aparecerá caminando por la entrada de su campo el inglés que acabó con él en Malvinas. El tipo que destruyó su avión, y lo dejó como un desaparecido en combate durante varios días. Le basta con ver aparecer su figura y ya está de vuelta en esa época extraña, cuando tenía 32 años y era un temible piloto de la fuerza aérea argentina apodado "Cobra". Un viaje instantáneo de regreso a ese mes sangriento en que él, montado en su viejo avión Skyhawk, fue capaz de hundir el HMS Coventry, uno de los destructores más feroces de la armada británica, cobrando la vida de 19 soldados ingleses.

"Muchos me decían: ¿cómo podés recibir al que fue tu enemigo? Y yo les contestaba: él cumplía con su deber y yo con el mío. Era la guerra. Pero escuchame: podés perdonar", se defiende Velasco. "Las personas pueden perdonar".

De alguna forma, sin saberlo, esa madrugada los dos están representando un viejo poema. Uno llamado "Juan López y John Ward", que escribió Jorge Luis Borges apenas culminó la guerra de las Malvinas, y que narra la historia de un combatiente argentino y otro británico. "Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel", escribió Borges, y Wilkinson avanza hacia Velasco dispuesto a cambiar por una vez ese final de mierda.

"Bienvenido a mi casa", intenta decir Velasco en un esforzado inglés, y entonces los dos viejos se funden en un sentido abrazo. Wilkinson comienza a llorar y permanecen así por un momento. Como si con ese gesto simbólico pudieran evitar que las víctimas sigan muertas debajo del mar y los restos del avión sigan desparramados en esas islas que alguna vez fueron un lecho de muerte.

Disparos en la bahía

La guerra les estalló en sus caras. Era el 2 de abril de 1982 y el joven Neil Wilkinson no entendía por qué en el puerto inglés en que habían parado a reabastecerse estaban subiendo tanta gasolina y tantas municiones. Alguien le explicó que tenían que viajar 13.000 kilómetros para recuperar las Falkland, unas islas de las cuales nunca había escuchado, invadidas por un país que no tenía idea dónde quedaba. Apenas hace tres años había dejado su trabajo en una imprenta con la ilusión de conocer el mundo con la marina, y de un momento a otro era parte de una guerra y no había más preguntas que hacer.

"Muchos me decían: ¿cómo podés recibir al que fue tu enemigo? Y yo les contestaba: él cumplía con su deber y yo con el mío. Era la guerra. Pero escuchame: podés perdonar", se defiende MarianoVelasco. "Las personas pueden perdonar".

"Cuando llegamos, nadie sabía qué hacer", recuerda Wilkinson. "De pronto tu gente empieza a morir y te dices: acá estamos, esto es real. Es un momento que nunca olvidas".

El piloto Mariano Velasco había entrado nueve años atrás a la fuerza aérea fascinado con la idea de volar, pero antes de eso había sido un simple chico de campo. Claro que su convicción y su carácter eran distintos a los de Neil. A él Malvinas le parecía una causa justa, algo por lo cual valía la pena luchar, incluso morir. Cuando estalló el conflicto, ya era primer teniente, y eso lo llevaría a participar en las misiones más riesgosas de la fuerza aérea argentina.

Fue un 25 de mayo, día nacional argentino, la jornada que lo transformó en un héroe de guerra. Esa tarde tuvo que enfrentarse con otros tres pilotos, en sus precarios aviones Skyhawk, a dos de los buques más poderosos de las fuerzas británicas: las fragatas Coventry y Broadsword. En un ataque casi kamikaze de tres minutos, desafiando los poderosos misiles dirigidos de los buques, el cordobés logró penetrar con sus tres bombas el destructor Coventry, destruyéndolo por completo. El buque tocó el fondo marino con 19 ingleses adentro, y fue una de las mayores victorias de Argentina en la guerra.

Embravecido por el triunfo, Velasco y su escuadrilla se lanzaron dos días después a dar un golpe donde más podía doler: iban a destruir la base donde los ingleses tenían todas sus provisiones, en la bahía de San Carlos. Era el 27 de mayo y esa tarde Neil Wilkinson se encontraba descansando en el interior del destructor Intrepid, uno de los cinco buques que resguardaban el desembarco de los suministros. Como todos los días, estaba esperando que todo ese asunto descabellado terminara de una vez. De pronto se activaron las alarmas, se oyeron gritos por todas partes.
Con el coraje inflamado por el miedo, cargó su arma y salió corriendo a cubierta. Miró al cielo y ahí lo vio. Un avión enemigo justo en su línea de fuego. Tenía seis balas en el cargador. Eran las 4.50 de la tarde, y Wilkinson apretó el gatillo que cambiaría su vida.

Un fantasma en la isla

Neil Wilkinson observa los restos del avión que derribó durante la guerra

La noticia llegó al día siguiente a Córdoba. El primer teniente Mariano Velasco había sido alcanzado por fuego enemigo. Su avión se había estrellado contra la isla y él estaba desaparecido. A su esposa, que lo esperaba con sus dos pequeñas hijas, tuvieron que decirle la verdad: las probabilidades de que estuviera vivo eran nulas.

Después de la explosión, Neil Wilkinson fue al lugar del impacto con la vaga esperanza de hallar al piloto vivo, y sólo encontró los restos del avión destrozado. Pero mientras él ya comenzaba a cuestionarse cómo había sido capaz de matar a un hombre -la pregunta que arruinaría su vida-, Mariano estaba escondido en una hondonada, con su paracaídas aún abierto. El piloto, contra todo pronóstico, había logrado maniobrar su avión en llamas parar llevarlo hasta un lugar seguro y luego se había eyectado. "Esperé hasta último momento, y salí del avión en el segundo justo para verlo pasar por debajo de mis pies y explotar en el suelo", recuerda Velasco.

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