Revista Que Pasa

TV: Conde Vrolok, Sin sangre

Treinta tipos crucificados en llamas no alcanzan, no sirven. Sí, Conde Vrolok está mal: los vampiros no asustan, los ecos de la guerra del salitre aún son sólo brisas y Rudolphy es demasiado bonachón como para ponerse una máscara de fanático de la sangre. Sí, duele reconocerlo porque esperábamos más de Vrolok. Queríamos que nos dejara al borde de las lágrimas o del espanto, queríamos cerrar los ojos para no ver lo que nos disparara la pantalla. Pero no pasó. Vrolok se desliza sobre cualquier superficie menos la del horror. Afortunadamente, aún no se diluye en una comedia. No es el momento de explicar las razones. Quizás está demasiado verde. Quizás los efectos especiales sí importan algo: en la tele la sangre luce como jugo en polvo. Quizás el problema de ver a los mismo actores de Dónde está Elisa? en otros roles nos confunda. Quizás nadie le debió poner una peluca tan lamentable a Julio Milostich. Por lo mismo, quizás haya que ver Vrolok desde otro lado, como un relato de nuestra pequeña e imposible pornografía local. Tal vez, lo mejor del culebrón esté ahí, perdido en esa calentura donde los actores suspiran diálogos en los que no creen, en la sensualidad prefabricada de un romanticismo tan poco siniestro como apresurado. Destaca, por supuesto, el único casting milagroso de la teleserie: Antonia Santa María, depredada por el deseo y lacerada al ritmo de un orgasmo por minuto, que es capaz de enamorar peones, abrazar caballos hasta dejarlos sin sangre y seducir a amigas y vecinas. Quizás sus suspiros son lo que recordaremos de Conde Vrolok, un terror que terminó convertido en el softcore nuestro de cada noche.

*Escritor, autor de Música marciana.

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