Watergate sigue fascinando: los ejes de la sátira Los Plomeros de la Casa Blanca
Woody Harrelson y Justin Theroux protagonizan la miniserie de HBO sobre una arista poco conocida del escándalo que terminó con la renuncia de Richard Nixon a la presidencia de Estados Unidos. Evitando incluir al mandatario y a los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein, la producción apuesta por la sátira para contar la historia del dúo que, con sus operaciones clandestinas, contribuyó a la caída de su propio gobernante.
Las posibilidades de contar una historia dramática en torno a Watergate se agotaron. Cinco décadas después de que estallara el escándalo que terminó con la renuncia de Richard Nixon a la presidencia de Estados Unidos, las mentes detrás de Los Plomeros de la Casa Blanca (White House Plumbers) llegaron a esa conclusión, resolviendo alejarse de las figuras más habituales de la historia y descansar en la sátira.
Sus personajes son E. Howard Hunt (Woody Harrelson), un exoficial de la CIA, y G. Gordon Liddy (Justin Theroux), un exagente del FBI, un dúo que coincide en la residencia y principal centro de trabajo del mandatario. Ambos lamentan sus reveses del pasado, mantienen matrimonios infelices (Lena Headey y Judy Greer encarnan a sus esposas) y comparten una disconformidad casi patológica con su vida personal y profesional.
Su situación cambia cuando reciben un encargo que les permite dar rienda suelta a sus delirios de grandeza: deben dedicarse a evitar las filtraciones a la prensa con el fin de reforzar la posición del Presidente. A partir de ese momento, básicamente se convierten en dos agentes que operan en la clandestinidad (pero con el favor de la Casa Blanca) y se convencen de desempeñar un trabajo impecable, pese a que debido a descuidos propios y ajenos en verdad están pavimentando el camino para el gran desastre.
Según la óptica de los creadores de la miniserie de cinco capítulos (todos los lunes uno nuevo en HBO y en la plataforma HBO Max), Hunt y Liddy son protagonistas de un bromance sostenido en un amor en común: Nixon, una suerte de protector ante el comunismo –o lo que identifican como un alza de la izquierda en el país– y de sus aburridas existencias.
“No queríamos centrarnos en las personas poderosas. Eso ya se había hecho y tiende a ser un montón de tipos espesos en sus oficinas hablando de poder”, expuso Alex Gregory, creador de la ficción junto a Peter Huyck. “Siempre la imaginamos como una historia de amor entre estos dos tipos que habían sido dejados de lado y sentían que habían perdido su oportunidad de alcanzar la grandeza”, agregó el guionista de algunos episodios de Veep.
La historia real dice que Hunt lamentó la vergüenza de haber estado al centro de la fallida invasión de Bahía Cochinos en 1961 –por lo que detestaba a John F. Kennedy–, y el segundo naufragó durante su estadía en el servicio de seguridad y de inteligencia nacional de Estados Unidos, y en su intento por volcarse a la política.
No son las figuras más idóneas para ocuparse de la delicada labor que les asignan (la primera misión consiste en viajar Los Angeles para comprobar que Daniel Ellsberg estaba trabajando para la Unión Soviética al filtrar los Papeles del Pentágono). Sin embargo, alguien pensó que estaban capacitados para encabezar una serie de operaciones de alto riesgo y terminar irrumpiendo en las oficinas del Comité Nacional del Partido Demócrata en Washington en 1972. Una tarea que, según enfatiza la producción, intentaron completar sin éxito en tres ocasiones previas.
“La situación es orgánicamente absurda. Puedes escribir un diálogo completamente neutro y dejarlo tal cual, y será divertido”, afirmó Huyck a The New York Times. Su compañero, en tanto, defendió su propósito con la ficción. “Si esperamos conseguir algo, es lograr que la gente se interese por la historia en general haciéndola entretenida. Tal vez la gente aprendería de la historia si se sirviera como una hamburguesa con queso en lugar de como una ensalada de rúcula sin aderezo”.
“Al profundizar en la vida familiar, las historias personales y los miserables motivos del dúo, Los Plomeros de la Casa Blanca se siente lo suficientemente fresca como para entretener y provocar (en ese orden)”, planteó IndieWire, aunque advirtió que “su tono puede ser demasiado indefinido para atraer a los fanáticos promedio de la televisión”.
Aludiendo a razones similares, Rolling Stone fue más fría en su análisis. “No está exenta de momentos divertidos, ni de actuaciones interesantes –aunque Woody Harrelson, Justin Theroux y Lena Headey parecen estar actuando en proyectos diferentes entre sí–, pero en general se siente como una broma larga donde el remate se repite una y otra vez”, opinó la revista, asegurando que la producción “no puede decidirse por un tono”.
“Por partes, Los Plomeros de la Casa Blanca ofrece una recreación irónica y con amplios recursos, obra de un elenco y equipo de habituales de HBO. En su conjunto, la serie no puede consolidarse como una pieza convincente en torno a Watergate, aunque se divierte jugando en los márgenes”, concluyó Variety.
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