Por Felipe RetamalLa vida mágica de Los Jaivas hizo historia en el Estadio Nacional (y con Gabriel y el “Gato”)
La legendaria banda repasó su historia y lo mejor de su repertorio en el coliseo de Ñuñoa. Un show que con su habitual ambición musical tuvo invitados, un espectacular despliegue escénico, la interpretación al completo de su obra cumbre, Alturas de Macchu Picchu y hasta la aparición en pantalla de Gabriel Parra y el “Gato” Alquinta junto al grupo.

El trinar de los pájaros, el sonido de la naturaleza que seguramente Los Jaivas escuchaban en sus días argentinos en Zárate, y en la francesa casona de Les Glycines, acompañaba la entrada del público al Estadio Nacional. El recordatorio de un tópico que ha cruzado la obra de la más universal de las bandas del rock chileno.
Y asimismo, el canto de los pájaros marcaba un contrapunto. La primera presentación de Los Jaivas en el Nacional, en el lejano abril de 2003, estuvo cargada de dolor. Fue un evento de homenaje a Eduardo “Gato” Alquinta, con la presencia de sus hijos, Aurora, Ankatu y Eloy (quien moriría tiempo después). Una noche eléctrica que funcionó como un desahogo colectivo.
Lo de la noche del domingo 7 de diciembre estaba cruzado por la algarabía. Un aplauso sincero y agradecido a Los Jaivas, por su condición de emblema del rock chileno, en el recinto más importante para los espectáculos en el país.
A diferencia de un concierto convencional, había notoria presencia de un público transversal y familiar, con niños y adultos mayores, incluso el Presidente Gabriel Boric se ubicó en el palco, ante el aplauso de parte del público.

El flujo de gente continuaba entrando al coliseo a eso de las 21.00 horas, la hora en que estaba programado el inicio del show. En la tribuna Andes no pocos optaron por sentarse en las escaleras. De allí a que se retrasara la salida del grupo al escenario montado en el arco sur.
Recién a eso de las 21.40, tras una fuerte silbatina del público, se apagaron las luces y en las pantallas apareció un firmamento estrellado. Un marco que permitió proyectar la historia de Huayruro, un niño altiplánico que recorre la historia gráfica del grupo en un viaje de la cordillera al mar. Un tributo, creativo, cariñoso e inesperado a René Olivares, el artista responsable del arte de los discos del grupo, fallecido en octubre pasado. “Gracias René”, sonó al final. La ovación del respetable marcó el primer momento emotivo de la noche.
Y de inmediato, sin tiempo para un respiro, sonaron las inconfundibles claves, percusiones, y la guitarra inundada en efecto que abren la instrumental Takirari del puerto. Una sorprendente elección para el arranque. Los Jaivas ya estaban en el escenario.
El piano de Claudio Parra, de vuelta tras ausentarse de varios shows entre 2024 y los de esta temporada, destacó en un bello pasaje instrumental, que antecedió a la lectura Jaiva para Arauco tiene una pena, uno de los temas que el grupo reimaginó en sus días franceses. Fue el momento en que saludaron al público. “Muchas gracias por todos los años que han estado ahi” dijo Mario Mutis. “En las buenas y en las malas”, agregó.

Le siguió un emocionado Claudio Parra, resumiendo un poco la historia del grupo antes de seguir con otro pasaje instrumental, la clásica Corre que te pillo, un tema a ritmo de malambo, con Mario Mutis pasando a la guitarra (Alan Reale tomó el bajo Rickenbacker), como invocando al inolvidable “Gato” Alquinta y Juanita Parra manejando con su habitual aplomo los fills y fraseos ricos en matices que antaño grabara su padre Gabriel. La acompaña Juan Pablo Bosco, con una apasionada interpretación en el bombo legüero, al que siguió un lucido segmento con timbales de orquesta a cargo del percusionista Matías Peñailillo, el primer y discreto invitado de la noche, introducido por Juanita.
Los invitados siguieron en escena; con el charango al hombro sube Roberto Márquez de Illapu para tocar La Centinela, el tema de Los sueños de América. Luego, sonó la ovación para el “Macha” Aldo Asenjo, para cantar Vergüenza ajena, un viejo bolero de sabor portuario (grabado para la banda sonora de la película Palomita Blanca), en un apronte para el show del Bloque Depresivo en el mismo coliseo. “Romántico este cabro”, bromeó Mario Mutis.
Luego se sumó Nano Stern, quien ha acompañado sl grupo en su gira nacional del disco Concierto Acústico, para cantar Indio Hermano. “Si yo no estuviera aquí, estaría vacilando entre la gente”, aseguró el cantautor. Seguro aplaudió, al igual que el resto del respetable, la entrada de Pancho Sazo y “Tilo” González, de Congreso, para sumarse a la interpretación de Valparaíso, el clásico tema de “Gitano” Rodríguez que parece llevar a otra época. “Siempre quisimos ser Jaivas”, dijo Sazo.

Luego, sin aviso, entró Joe Vasconcellos, para cantar Un mar de gente. También desplegó su habilidad en la conga, durante un segmento dominado por la percusión que animó al público. En el segmento también pasó Canción del sur, otro tema de los días zarateños, que sonó apabullante.
“¿Y cómo subieron el piano?”, probablemente la pregunta que más ha escuchado Claudio Parra en su vida, se proyectó en las pantallas para marcar el siguiente bloque del show, la interpretación completa de Alturas de Machu Picchu, la obra inmortal del grupo y uno de los discos más importantes del rock chileno.
De pronto, la atención del respetable viró hacia la marquesina, donde un sujeto con la esfera luminosa y el traje de Diablada ejecutó una coreografía, tal como antaño lo hacía Gabriel Parra. Continuó hasta el escenario y luego apareció en el memorial de los detenidos desaparecidos, mientras, como el canto del viento en las alturas andinas, comenzaba a sonar el arreglo de ziku que abre Del aire al aire. Un bello tributo a la historia del grupo. Acaso como una bendición de tono místico.
En las pantallas, un cóndor cósmico sobrevuela el firmamento estrellado mientras sonaba la introducción de la siempre apabullante La poderosa muerte. El ánimo subió con Amor Americano, momento marcado por unas bellas visuales en plan de psicodelia incaica.

Pasó la misteriosa Águila Sideral, con la guitarra inundada de efecto y el juego entretejido junto al bajo, el piano y el tambor, en la noche cerrada y fresca.
Antigua América, sonó poderosa, destilando su marcha de impronta rockera y el solo recreado con precisión por Alan Reale. Luego la ovación atronó apenas sonó la introducción de sintetizador Moog que marca Sube a nacer conmigo hermano. El karaoke masivo recordó otros conciertos con historia en el lugar.
Un momento de comunión entre el público y el grupo. En Final, sonó la voz inexpresiva de Pablo Neruda, como hablando desde otra dimensión, mientras la imagen del Intiwatana, diseñada originalmente por René Olivares para la portada del álbum, pasaba por la pantalla.
El segmento final, fue el de los clásicos. Antes, la gente aplaudió a los integrantes del grupo, que en una secuencia de video, se reunieron para una imagen, que, tecnología mediante, sumó además a “Gato” Alquinta y a Gabriel Parra. La ovación fue notable y permitió abrir el tramo con La Conquistada, un momento coronado por las luces de los móviles.
Siguieron con La quebrá del ají, sorprendieron con Desde un barrial, un tema del álbum Aconcagua, no muy habitual, para continuar con la siempre animada Pregón para iluminarse, la noventera Hijos de la tierra (con la habitual introducción de Juanita en la batería) y Mambo de Machaguay.
Subió a escena Álvaro Henríquez, el último invitado de la noche para cantar Mira Niñita, acompañado por el coreo masivo del respetable. El cierre, muy evidente con la ineludible Todos Juntos, marcó la despedida a lo alto.
La ambiciosa puesta en escena, destacando el arte que cruzó la historia de Los Jaivas, presentó un adecuado marco para una celebración de su historia. Un concierto que celebró el legado de una agrupación que nunca temió a probar ideas y correr riesgos. Y mostró, una vez más, su profundo arraigo popular y familiar.
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