Inocente tras un año de culpable

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A pocos días de su absolución tras dar positivo por dopaje en noviembre de 2017, el nadador Felipe Tapia se desahoga. Relata su largo calvario, sus refugios en el que tilda como el año más duro de su vida y asegura no tener prevista una fecha de regreso a la piscina.



Cuando Felipe Tapia (23) fue notificado de que no había pasado una prueba antidopaje en noviembre de 2017, sintió que el mundo se le venía encima. Por primera vez en su joven carrera como nadador profesional se le estaba privando de hacer lo que más amaba, que era competir dentro del agua. A sus 23 años, tenía alcanzados casi todos los objetivos que se propuso durante su trayectoria; ser medallista de bronce en los Juegos Odesur de Santiago 2014; clasificar a unos Juegos Olímpicos -el sueño de su vida- en Río 2016; y disputar el Mundial de Natación en Budapest, en 2017. Paso a paso, como le enseñó su padre, fue construyendo una carrera llena de esfuerzo que de golpe se torció.

Frente a la playa Los Cañones del sector de Las Salinas en Viña del Mar corre una leve brisa y el sol brilla. Unas cuantas personas se broncean y otras se bañan en la orilla, en un ambiente que transmite tranquilidad. La misma que expresa hoy el rostro de Tapia, pocos días después de conocer el resultado de la muestra B que no confirmó su culpabilidad luego de un año suspendido provisionalmente por presencia de Androstenediona en la muestra A de un control antidoping realizado en junio de 2017. El peor año de su carrera, como él mismo lo describe.

Los primeros dos meses fueron los más traumáticos porque desde que abría los ojos hasta que los cerraba, pensaba solo en eso. "Estaba mal. Me alejé de la natación. Trataba de no ir a la piscina, no toparme con el ambiente, porque me recordaba todo lo malo. Eso era lo que más pena me daba. Un deporte que tantas alegrías me dio y sigo amando, lo estaba viendo con rencor por algo totalmente injusto", recuerda.

Desde que se enteró del positivo no entrenó nunca más. Pasó a dedicarse 100% a la carrera de Ingeniería Civil en la UC de Valparaíso. "Fue un cambio brusco. De entrenar toda tu vida y dedicar todo al deporte, me pasé al lado del estudio y nada de deporte. Fue algo nuevo y chocante. Me costó porque después de cinco años se te terminan olvidando muchas cosas. Si antes estaba agarrando un gorro y unos lentes, ahora eran unos cuadernos. Pero me acostumbré".

Ahí fue cuando buscó distracciones que le limpiaran la mente. "No toqué una piscina. Me venía al mar a hacer surf. La playa siempre me gustó y venir con mis amigos me distraía. Hace muchos años que no pasaba un verano en Viña. Desde que decidí dedicarme a la natación me iba a entrenar a Santiago, a Córdoba, Uruguay. Estar acá me servía y se convirtió en un lugar especial", relata.

Tal era la frustración que pensó muchas veces en dejar la natación para siempre. "Este año pensé tantas cosas, en dejar de nadar, en volver para sacarme esta rabia. Fue una mezcla de sentimientos. Ahora puede que diga que quiero volver y ser el de antes, pero es por la euforia".

El viñamarino cuenta que lo más difícil de recibir el impacto de la noticia de la sanción fue no saber cómo afrontarla. "Fue lo más duro. Uno entra en un mundo desconocido porque en Chile no se sabe mucho del tema. Aquí te tratan como si fueras un criminal".

Destaca que el apoyo de su entrenador, Daniel Garimaldi, fue vital para ver los primeros pasos a seguir luego de conocer el castigo. "Lo primero fue contarle a Daniel. Él era para mí un referente, entonces necesitaba saber su opinión. Me dijo: 'ten cuidado con la muestra B', porque era muy difícil que saliera diferente a la muestra A. 'Contacta abogados, médicos, químicos'... todo lo que pudiera. Me dio un inicio y su apoyo, igual que Kristel (Köbrich), con quien entrené durante años y sabía todo el esfuerzo que hice para llegar a donde estaba".

El propietario del récord nacional en 1.500 metros estilo libre señala que el apoyo de su familia también fue determinante. En especial, de su padre, a quien define como la persona más importante durante estos meses por la forma en que condujo la situación. "Lo que más me sorprendió es que cuando le di la noticia, lo primero que me dijo es que había que apelar. Ni siquiera me preguntó si es que había consumido algo. Fue una muestra de confianza que me dio tranquilidad. Mi papá con mi mamá son como un equipo. Ella está más en la parte emocional, pero él fue el principal apoyo en toda mi carrera deportiva. Siempre fue autocrítico con las cosas, por más que me estuviera yendo bien", afirma.

Sin fecha de retorno

Tapia asegura que cuando le notificaron el resultado de la contramuestra lloró mucho, tanto o más que hace once meses."Yo no sabía cuándo me iban a notificar, así que fue sorpresivo. Venía saliendo de un examen médico y cuando me avisaron no podía más de felicidad. Me fui directo a la casa y mi mamá llevaba como una hora llorando. Fue una presión tan grande que tenía, que me trajo tranquilidad y ahora puedo ver la natación con los mismos ojos que antes de todo esto". No obstante, luego de ser comunicado del negativo en la muestra B y ser absuelto, tocaba volver a meditar su futuro. "Todo el tiempo perdido lo quiero recuperar lo antes posible. Pero con mucha calma. Tampoco quiero que sea un regreso forzado y si se da, que sea al 100%, con la misma convicción que tenía antes".

Ahora, después de un año, volvió a nadar en una competencia universitaria realizada al día siguiente de enterarse de la absolución. Entre risas, revela que la ganó y que fue uno de los eventos más emocionantes después de los Olímpicos. "Apenas supe, dije: 'tengo que ir'. Después de no entrenar durante un año, fue cerrar un círculo negro en el que estaba y poder salir. La mejor manera de celebrar era compitiendo. Creo que nunca había estado tan feliz en una piscina, aunque lo de ganar era secundario. Fue una forma de cerrar esta estapa".

Sobre la opción de ir a Tokio 2020, reconoce que es una de las motivaciones para retornar a los entrenamientos. "Cuando uno llega a cierto lado quiere más. Nunca hay un techo. Si ya seguiste un proceso y llegaste, puedes hacerlo de nuevo. No es inalcanzable. Siempre estuvo dentro de mis planes llegar a otros JJ.OO. y las ganas siempre están, pero también está la parte de querer volver y lograr una marca para clasificar. Eso toma mucho tiempo de preparación y hay que evaluarlo".

Uno de los mayores temores que aún guarda, asegura el deportista, es que le suceda lo mismo a otro atleta que no tenga la posibilidad de defenderse. "Uno pasa de héroe a villano. Todo lo bonito que viviste, la gente te lo empieza a cuestionar. Dicen que 'este fue dopado a los Juegos Olímpicos', que 'los récords no sirven para nada', que 'desde cuándo se está dopando'. Eso es lo más difícil porque toda tu carrera se ve manchada por algo minúsculo. Hay deportistas que lo hacen y quedan sancionados, pero yo no lo hice y aún así me ensuciaron la imagen. Te cambia mucho el estilo de vida y también la manera de pensar. Yo antes era de los que cuando acusaban a alguien al tiro decía: 'Ah, ya está, dopado'. Hace poco me preguntaron por los 80 casos de doping en Chile y les dije que mientras no los resuelvan, los iba a apoyar. Porque a mí me pasó lo mismo. Lo más injusto que hay es que un deportista no se pueda defender por temas económicos", culmina el redimido Tapia, que además asegura que aún no ha recibido explicación de los organismos encargados de regular el dopaje. Nadie se ha pronunciado, pero la pesadilla ya terminó.

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