Recuerdo que en un libro de Julio Cortázar llamado «Último Round», el escritor argentino se ocupaba de reproducir algunas de las consignas más creativas que en mayo de 1968 los estudiantes pintaron en las calles de un Paris convulsionado. "Seamos realistas, pidamos lo imposible", "Prohibido prohibir", "Hagamos el amor, no la guerra" y "La imaginación al poder" eran algunas de las frases que Cortázar reproducía en el libro. Como la memoria es frágil, quise buscar el libro -lo compré cuando menos hace veinte años, en una edición de Debate-, pero por más que di vuelta la casa no lo encontré. Fue entonces que buscando en Internet las famosas frases de la revuelta parisina me topé con la historia de un grupo de futbolistas y periodistas deportivos que, por esos mismos días, se tomaron la Federación de Fútbol de Francia (FFF) bajo la consigna de "El fútbol para los futbolistas".

Así como los estudiantes tenían sus razones para protestar -el blanco de la revuelta fue la sociedad de consumo y todas sus circunstancias-, los futbolistas también tenían argumentos de peso para llevar adelante su acción: luchaban por sus derechos. Como bien apunta un artículo del diario Marca, desde el momento en que firmaban un contrato profesional quedaban amarrados a ese club hasta los 35 años, dejando en manos de los dirigentes cualquier decisión sobre su futuro profesional a cambio de un sueldo que en algunos casos estaba por debajo del salario mínimo.

El grupo que a las ocho de la mañana del miércoles 22 de mayo de 1968 entró a ocupar las dependencias de la FFF lo formaban principalmente futbolistas amateurs, algunos periodistas deportivos vinculados a la revista «Miroir du Football» -que a su vez estaba vinculada al Partido Comunista galo- y unos cuantos futbolistas profesionales como André Mérelle y Michel Oriot, integrantes de uno de los clubes más poderosos de Francia en aquellos días: el Red Star FC de París.

El movimiento generó una adhesión importante, incluido el apoyo inicial del Sindicato de Futbolistas Profesionales, que en ese entonces dirigía Michel Hidalgo -con el tiempo llegaría a ser técnico de la selección gala-. También contó con el respaldo público de dos leyendas del fútbol francés: Just Fontaine y Raymond Kopa.

Fontaine había conquistado el título del máximo goleador en la Copa del Mundo de Suecia (1958), donde anotó 13 goles, marca que no ha podido ser superada hasta el día de hoy. Un año antes de su retiro, en 1961, y a pesar de que lo tenía todo, había liderado la formación de la Unión Nacional de Futbolistas Profesionales para luchar contra los malos tratos de los dirigentes.

Kopa, quien se retiró del fútbol en 1967 -luego de defender al Angers, al Stade de Reims y al Real Madrid-, ya había dado muestras de su preocupación social al escribir un manifiesto para «France Dimanche», que bajo el título de "Los jugadores son esclavos" denunciaba la precaria situación del futbolista galo, con frases como: "Hoy, en pleno siglo XX, el futbolista profesional es el único ser humano que puede ser vendido y comprado sin contar con su opinión".

La toma duró cuatro días, tiempo al cabo del cual el centenar de "rabiosos" -como fueron apodados- abandonó la FFF consiguiendo un aumento del 35% en los salarios de los futbolistas y el reconocimiento de la UNFP como sindicato que velaba por los derechos de los jugadores.

A cincuenta años de la revuelta parisina, puede que la condición de las estrellas del fútbol no tenga parangón con lo que ocurría entonces, pero hay una serie de demandas sociales que siguen pendientes sobre todo para aquellos que no gozan de las regalías de la fama. En estricto rigor, el fútbol sigue en manos de otros: de la televisión, de los empresarios, de los mismos dirigentes. Y, así como están las cosas, pasarán mucho años -muchos más- antes de que la frase "El fútbol para los futbolistas" pueda tener un sustento real.

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