
Un nuevo florecer para el Jardín Botánico de Viña del Mar
A más de un año del incendio que arrasó con más de 360 hectáreas del parque, uno de los santuarios verdes más grandes de la Región de Valparaíso, vuelve a florecer. Esto, gracias a la restauración ecológica y al trabajo colaborativo de instituciones como la Universidad Andrés Bello, que no han dejado solo al equipo tras el desastre. Aquí, sus cuidadores revelan qué ha ocurrido desde entonces, y cómo la naturaleza sabiamente ha encontrado el camino hacia la rehabilitación.

En los más de 100 años de historia que posee el Jardín Botánico de Viña del Mar, desde la compra del terreno en 1917 por parte de un empresario salitrero, no hay día más doloroso que la jornada del 2 de febrero de 2024.
Los incendios forestales que azotaron a la Región de Valparaíso golpearon con dureza este refugio climático: en sólo 45 minutos, las llamas cobraron la vida de cuatro personas dentro del parque y quemaron 360 de las 400 hectáreas del lugar.
A más de un año del desastre, la naturaleza es sabia y ha logrado volver a crecer, como un pulmón verde que se niega a dejar de respirar.

Después del incendio, Alejandro Peirano, director del Jardín Botánico de Viña del Mar, relata que los primeros tres meses fueron “muy duros”, durante los cuales el parque tuvo que cerrar por completo.
Era imposible abrirlo al público, los caminos estaban bloqueados por árboles caídos, el lugar no era seguro ni para los funcionarios ni para los visitantes. “Fue un verdadero caos”, rememora.
Poco a poco, como la paciencia de un agricultor con sus plantas, el equipo fue habilitando zonas para que la gente pudiera regresar. La respuesta de la comunidad fue increíble. Vecinos de Viña del Mar, Villa Alemana y Quilpué entendieron que una forma concreta de apoyar era pagando su entrada y ayudando a poner nuevamente en marcha el parque. “Esa colaboración fue fundamental”, reconoce Peirano.

También se sumó el apoyo de la empresa privada. El Consejo Minero, por ejemplo, aportó 150 millones de pesos, lo que permitió recuperar el sistema de riego, la cafetería, las casas de los funcionarios y también levantar un nuevo centro de visitantes y canopy. “Gracias a ese respaldo pudimos avanzar con obras que, de otra forma, habrían sido imposibles”, explica.
El Jardín Botánico cumple muchos roles, entre ellos, el educativo. Allí, el trabajo con universidades y la comunidad estudiantil ha sido vital. “Todas las universidades de la región han colaborado, tanto con voluntariado directo como con propuestas más creativas”, explica Peirano.
Entre las instituciones que se sumaron al proceso, destaca el rol de la Universidad Andrés Bello (UNAB), que ha aportado con trabajo voluntario, investigaciones y propuestas para la restauración.

“La UNAB ha sido clave en el acompañamiento académico”, afirma Peirano. “Han venido con sus estudiantes a hacer estudios sobre vegetación, biodiversidad, propuestas para zonas de interpretación y a colaborar con el trabajo en terreno. Un apoyo donde no solo se necesita talento técnico, también manos para escarbar la tierra”.
Reforestar y restaurar
La restauración del jardín no es solo una cuestión de estética. Hablamos de un proceso complejo y profundo, que busca regenerar el ecosistema mediterráneo protegido en esta zona central.
Para ello, se están reintroduciendo especies nativas como el quillay, el boldo y el colliguay. Todo esto se hace respetando el ritmo de la naturaleza.
“Los procesos de restauración ecológica no son rápidos ni forzados. Hay que esperar, dejar que llueva, que el suelo se recupere. Y eso también es parte de la enseñanza que queremos transmitir”, dice el director.

En cuanto al trabajo de restauración, la comunidad de la UNAB participó plantando especies nativas desde la laguna hacia arriba: nalcas, arrayanes, canelos, olivillos y otras plantas que limpian el agua y se adaptan a ambientes hídricos.
De hecho, Peirano comparte que algunos análisis internos muestran que el agua que entra al jardín viene contaminada desde arriba, dado que en las quebradas hay tomas habitacionales. Pero, al pasar por esta vegetación, se purifica casi completamente. “La diferencia en los niveles de coliformes es impresionante”, sintetiza.
Héctor Hidalgo, director general de Vinculación con el Medio y Sostenibilidad de la UNAB, también ha participado de esta tarea a largo plazo. “Cuando vimos la magnitud de la catástrofe, quisimos ayudar desde lo que sabemos hacer: observar, interpretar y proponer soluciones paisajísticas que conecten lo ecológico con lo humano”, explica.

Desde entonces, junto a un grupo de estudiantes han trabajado en el lugar generando diagnósticos y diseñando propuestas de restauración con sentido social, ecológico y territorial.
La metodología ha sido profundamente participativa. “No llegamos con soluciones prefabricadas”, afirma. “Escuchamos al equipo del Jardín, vimos cómo el fuego afectó zonas distintas y desde ahí empezamos a imaginar qué podía hacerse”, cuenta el ingeniero.
Una de las principales zonas intervenidas ha sido el acceso por El Salto, donde se ha proyectado un nuevo espacio de acogida, interpretación y encuentro, diseñado con criterios de accesibilidad universal y restauración de especies nativas.

Seguir creciendo
Enfocados en reforestar y restaurar, esta tarea va de la mano de un respeto profundo a los ciclos del clima. Durante el primer año tras el incendio, el Jardín Botánico apenas pudo plantar. Afortunadamente, las colecciones botánicas no sufrieron daños graves.
Algunas especies se “chamuscaron”, pero no recibieron fuego directo al estar en la zona húmeda del jardín. Especies como los toromiros de Rapa Nui o las plantas de Juan Fernández están vivas, en buen estado y produciendo muchas semillas.
En estos momentos, el Jardín Botánico ha retomado la plantación con voluntarios de empresas, colegios, grupos, scouts y un largo etcétera. También han estado extrayendo especies exóticas no deseadas, como eucaliptos y aromos, que tras el fuego brotaron en masa.
”Son especies muy absorbentes, que ya no se adaptan a nuestra condición hídrica”, cuenta Alejandro Peirano, ante un cambio climático que exige pensar en un bosque esclerófilo, que es el que ha existido allí por millones de años y el que mejor resistirá lo que viene a futuro.
El enfoque del trabajo, según Héctor Hidalgo, de la UNAB, es claro. No se trata de reconstruir lo perdido, sino también sanar una herida simbólica. “La tragedia no sólo arrasó con flora y fauna, también con vínculos humanos. Con la muerte de funcionarios, se perdió parte de la historia del parque”, sostiene.

Por eso, se está trabajando en la incorporación de un memorial, una especie de espacio para el recuerdo y la contemplación, rodeado de vegetación resiliente. “La naturaleza también puede ser un lenguaje para el duelo”, agrega.
Además del memorial, los estudiantes han trabajado en propuestas como la de jardines demostrativos que promuevan la educación ambiental. “Queremos que el visitante no solo camine por un lugar bonito, sino que entienda qué está viendo, por qué hay especies reintroducidas o zonas en regeneración”, afirma.
Uno de los aportes más valorados ha sido la visión integradora de la carrera, al incluir la formación de arquitectos paisajistas abriendo la mirada en el territorio donde lo ecológico, lo social y lo técnico tiene cabida. “Eso es lo que hemos tratado de aportar al jardín”, comenta Hidalgo, quien también destaca la colaboración con el equipo técnico del parque y otras instituciones.

El trabajo con la UNAB no ha sido un episodio puntual. Se trata de un vínculo sostenido, con nuevas visitas, propuestas en desarrollo y, sobre todo, una oportunidad formativa para los estudiantes. “Este tipo de experiencias no se enseñan en una sala. Aquí nuestros estudiantes aprenden en terreno, enfrentando problemas reales, dialogando con actores diversos y asumiendo que el paisaje no es una postal, sino una construcción colectiva”, concluye.
Un sendero hacia la cascada
Otro cambio significativo en el último año ha sido la disminución de incendios: “De 154 incendios entre 1988 y 2023, pasamos a cero en los últimos 12 meses”, explica Alejandro Peirano.
Eso no es casualidad. Según su visión, estos han parado tras haber detenido a personas que provocan fuegos intencionales junto con la generación de una conciencia ambiental tras las horribles imágenes que dejó el incendio. “Ahora la comunidad nos cuida”, dice Peirano.
Respecto a la visión de futuro, el Jardín Botánico de Viña del Mar tiene un enorme potencial de crecimiento. Hoy son 32 hectáreas habilitadas como jardines formales, pero cuentan con 400 hectáreas en total. “Si queremos pasar de 380 mil a 500 mil visitantes al año, necesitamos abrir nuevos espacios, pero siempre respetando nuestra cláusula modal”, explica.
En breve, aquí no se puede construir cualquier cosa. Pascual Baburizza, el fundador y empresario salitrero, dejó estipulado que este lugar debe seguir una línea botánica, educativa y ambiental.
Por eso se están desarrollando y evaluando diferentes ideas. Desde un jardín a pies descalzos, senderos para personas no videntes, hasta centros de eventos ecológicos, nuevas áreas de interpretación son algunas de las propuestas.

Desde la mirada de los árboles, un año no es nada. El dolor del incendio sigue silenciosamente, pero también está la convicción de salir adelante. El público ha vuelto al jardín y lo ha hecho suyo siendo uno de los pocos jardines botánicos en Chile que casi logra autosustentarse. A su tiempo, este especio verde volverá a mimetizarse con el paisaje, envolviéndose entre los ruidos del mar que llegan hasta sus árboles, que vieron de cerca el fuego y hoy siguen firmes para que otros los vean y se reconozcan.
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