Construyendo para el mundo
La arquitectura nacional hoy se exporta a diversas latitudes, nuestros arquitectos han internacionalizado sus ideas y proyectos, y en su quehacer han levantado el nombre de Chile. No en vano famosas publicaciones extranjeras dedican páginas a talentos chilenos que son invitados a bienales y a seminarios, y que reciben premios en nombre de todos nosotros. Aquí tres compatriotas nos cuentan cómo les ha ido en este proceso.
Gonzalo Mardones
Desde Costa Rica, y como invitado a la conferencia Arc-LatinAmerica, 2011, Gonzalo muestra un botón, y habla sobre el rol de la arquitectura actual en el contexto internacional. "Con la globalización la arquitectura recorre a mil toda la tierra, y se abren posibilidades de trabajar en países que nunca hubiésemos soñado", explica Gonzalo, quien no solo ha desarrollado su carrera en Chile con grandes aciertos en lo residencial y comercial, como el recién inaugurado showroom de la tienda Miele, sino que también ha despegado internacionalmente con proyectos tan disímiles como la Embajada de Chile en Alemania (2002) y la Casa Sol en Caracas (2011), esta última y más reciente "se plantea como un gran cubo de hormigón blanco que levita permitiendo el paso de la naturaleza del cerro casi sin tocarlo. Los espacios intermedios semicubiertos permiten establecer la necesaria relación entre la obra y la geografía circundante. El acceso se da por las cubiertas que se utilizan como mirador, mientras la casa se soterra en la ladera permitiendo fundarla en terreno natural", puntualiza. Así, con dos décadas de experiencia y casi un centenar de proyectos, este arquitecto demuestra que el camino internacional se hace cada vez más atractivo y cercano, y que la arquitectura nacional está en su mejor momento.
OWA
"Renuncié a trabajar con hormigón y aluminio", explica Alberto Mozó, quien hace tres años desarrolló junto a Alain Du Pontavice la oficina de arquitectura OWA (Opt for Wood Architecture). Un sistema constructivo de madera prefabricado, que además del ahorro económico y de tiempo logra una gran disminución en el impacto medioambiental que tiene la construcción de un proyecto. "El 50% de los desechos proviene de la construcción. Yo opté por este, como una visión crítica sobre la estructura política de arquitectura que se hace actualmente", explica Mozó.
Utilizan pino radiata de plantaciones forestales certificadas, no usan solventes químicos, solo productos orgánicos, ceras y aceites. En sus obras no se hacen movimientos de tierra, sino que las casas se montan a través de un sistema de ensamblaje, tardan dos meses en construirlas y otros dos en montarla.
Su línea de casas va desde los 46 m² hasta los 200 m² o más, los diseños son de uno o dos pisos, y pueden ir variando según cada caso, pero todos dentro de una misma estructura, agregando o quitando módulos. Dadas las condiciones naturales del pino radiata es posible tratarlo para diferentes fines, obteniendo mejores resultados en comparación con las maderas nativas, que son más difíciles de penetrar.
Actualmente están desarrollando pedidos para Francia, en Orgeval y otro en Carcassonne, esta ultima es la casa Rural Loft, de 86 m², diseño que también había sido utilizado para un pedido en Rapel, pero de acuerdo a la condiciones climáticas de cada zona se hacen algunas variaciones térmicas, como el ancho de los muros. A la fecha llevan alrededor de 20 casas construidas en Chile, cuatro proyectos en Francia y están abriendo mercado a Inglaterra.
Sandra Iturriaga y Samuel Bravo
El encargo de hacer el ecolodge Ani Nii Shobo en el Amazonas peruano fue un desafío para la arquitecta Sandra Iturriaga y el arquitecto Samuel Bravo. "El encargo surgió de un grupo de amigos por realizar un conjunto de seis cabañas y un comedor comunitario para consolidar la primera etapa de un ecolodge dedicado a realizar terapias alternativas con plantas medicinales en pleno Amazonas peruano. El terreno consistía en una pequeña península de 14 hectáreas situada en una de las riberas de la laguna de Yarinacocha, en la desembocadura del río Ucayali. Dadas las condiciones de emplazamiento del lugar, se privilegió el uso de materiales de la zona como maderas de quinilla y capirona, para la estructura y revestimientos, y hojas de cubiertas de irapai para las cubiertas que forman parte de la tradición local. Se empleó una lógica constructiva en base a una grilla constante de 75 cm, que fuera coincidente con la modulación de las maderas que había, y que al mismo tiempo formara parte de un método de construcción que facilitara la tarea de instruir a la mano de obra. Para combatir el clima extremo los arquitectos usaron sistemas pasivos con ventilaciones cruzadas que permitieron una permanente sensación de frescor. Mosquiteros de mallas metálicas para los cerramientos y puertas que permiten mantenerse cerradas y abiertas indistintamente fueron parte de las herramientas que usaron para eso.
Seleccionado entre los mejores proyectos internacionales en la XVII Bienal de Arquitectura de Chile, la obra es una buena apuesta por la idea de sustentabilidad en la arquitectura.
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