El blog de Antonia Moro
Llegué hace 7 años y es cierto que hay unos tres meses en que llueve sin parar, que en lo personal se me hacen bastante largos. Pero hay otros nueve que son increíbles y de esos, cuatro, en que parece el paraíso en la tierra.
Dentro de las muchas maravillas que tiene vivir aquí, una muy importante para mí ha sido disfrutar la cocina de una forma diferente a la que acostumbraba. De hecho, ha significado disfrutarla por primera vez.
No tengo horno eléctrico, solo a leña, y como buen hogar sureño queda en el corazón de la casa, obligándonos a todos a bajar el ritmo. El que quiere mamadera, que se espere a que hierva el agua (de todas formas hay un termo para la ansiedad extrema). Lentamente se prende fuego, mientras uno se va poniendo las pantuflas. Empezar la mañana haciendo fuego para el café transforma el día por completo.
Como todo se prepara lento, uno pasa más tiempo ahí, a la espera, macerando, aliñando, echando leña, conversando.
Un gran cambio en Puerto Varas fue darme cuenta de que no me daba tanta lata cocinar como pensaba. Sencillamente me gusta hacerlo acompañada y el sur invita a eso, porque en la mayoría de los casos es el lugar más calentito de la casa.
Ahora, como no siempre se puede implementar este sistema, hay otras formas. Algunas sugerencias:
Es fundamental que toda silla sea sumamente cómoda, mejor aun un sofá, tener buena circulación de aire y luz natural, dejar los libros de cocina a la vista, muy a mano, para motivarse.
Y por último mi regla de oro: la cocina es el único espacio de la casa donde no se permiten ni iPads ni computadores. Así queda un lugar sagrado donde todo es a fuego lento y conversado.
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