Paréntesis de joyería
A solo 45 minutos de Santiago se encuentra Las Majadas de Pirque, un antiguo palacio de principios del siglo pasado y que fue restaurado de un modo espectacular. Hoy Las Majadas es un centro de conversaciones y reuniones, donde la atmósfera relajada y de alto diseño da cabida solo a las buenas ideas. Los invitamos a ser parte de esta pausa y descubrir con nosotros cada rincón de esta reliquia.
Silencio, aquí nada se escucha a excepción del viento tímido que choca contra los árboles. Entramos a Las Majadas de Pirque, un palacio de 1906, imponente en su presencia, refinado en sus múltiples detalles. Hoy el lugar pertenece al empresario argentino Wenceslao Casares -quien lo compró en 2006 con la idea de venirse a vivir al inmueble, pensamiento que se esfumó al tomar la decisión de irse a EE.UU., por negocios-, y en manos de los otros dos socios, Pablo Bosch Ostalé y Diego Valenzuela, se convirtió en un epicentro de conversaciones para que innovadores, gerentes, ejecutivos o emprendedores de cualquier área vengan aquí, respiren, sientan la paz que existe en Las Majadas y hagan explotar su cabeza con buenas ideas. Pablo Bosch hijo, gerente general del proyecto, nos relata: “El 2010 nació la idea de que este palacio se convirtiera en un aporte para Latinoamérica, de ahí surgió la creación de un centro de generación de capital social para el continente. Después el proyecto evolucionó y llegó a ser lo que es hoy, un epicentro de conversaciones. Con estas generamos vínculos y redes entre las personas, desde eso construimos confianza, y la base del capital social es la confianza. Creemos que es muy importante que tanto en Chile como en Latinoamérica haya espacios que faciliten las conversaciones. Aquí vienen organizaciones, empresas como ONG o gubernamentales; los grupos varían entre las 20 y 150 personas, desde gerentes, ejecutivos, líderes de innovación, de opinión o emprendedores”.
Pero no todo siempre fue color de rosas para este centro de reuniones. La historia comienza así: el ‘castillo’ fue construido como un regalo de parte de sus hijos para Francisco Subercaseaux, en 1907. Fue el arquitecto Alberto Cruz Montt -uno de los arquitectos preferidos de la alta sociedad santiaguina a principios del siglo XX, pues poseía la sensibilidad del gusto que demandaba esta clase- quien estuvo a cargo de la construcción del inmueble, que más tarde pasaría a formar parte de la familia de José Julio Nieto -por esos años se realizaron magnos eventos en él, como la visita del príncipe Bernardo de Holanda y la del vicepresidente de EE.UU., Henry Wallace, en 1943-. Más tarde, y tras una serie de sucesiones, cayó en las buenas manos de Casares el 2006. Luego vino el terremoto de 2010, cuya fuerza natural destruyó gran parte del palacio; esto sumado a los años que traía consigo la construcción que ya lo tenían bastante deteriorado. “Con el terremoto de 2010 se cayó la torre del lado norte completa, mientras que la del lado sur estaba superfisurada, y como era complicado restaurarla, se llegó a la determinación de botarla y hacerla de nuevo. Había otros lugares muy dañados, como la terraza”, explica Felipe Lavín, jefe de oficina técnica y encargado de la restauración.
Trabajo de joyería
La restauración, en manos del arquitecto Teodoro Fernández y su equipo, fue una labor minuciosa, sutil, hermosísima. Comenzando por los muros, que eran de albañilería y se revistieron con una capa de hormigón. Se hicieron de nuevo todo tipo de conexiones, eléctricas, las corrientes débiles y las conexiones de agua. Se reutilizaron materiales, se rescató lo que se podía y se unieron, uno a uno, los mil y un detalles del edificio para dar con resultados de punta. “Originalmente se entraba por el lado contrario, y al ingresar había una escalera enorme que se abría hacia los dos lados. Esa pared se botó, se hizo una mampara de vidrio y en parte de ella se pusieron los vitrales originales de la casa pero en otro orden. Todas las puertas del palacio se hicieron completamente de nuevo, con la madera de pino oregón de las vigas principales del palacio. Se construyeron a partir del modelo original pero se cambiaron varias cosas, como, por ejemplo, se les eliminó un antepecho que disminuía la entrada de luz; por las nuevas puertas entra mucha luz”, continúa explicando Lavín.
El piso de la primera planta es de raulí con laurel, y también es parte del trabajo de rescate y restauración del palacio.
El interiorismo
Todo lo que no puede verse desde afuera, pero que sorprende una vez dentro del edificio, estuvo a cargo de la oficina de interiorismo del diseñador Santiago Valdés. Lo cierto es que este trabajo fascina por la calidad del mobiliario que se eligió, y la capacidad de Valdés de abstraerse de la magnificencia del palacio y decir, ‘simplicidad, por qué no’. De este modo, se eligieron muy pocos muebles -solo los necesarios-, ni un solo cuadro en los muros y colores neutros. “Era un encargo bien determinado en cuanto a la flexibilidad que debían tener los espacios; entonces todos se diseñaron con la finalidad de que siempre puedan cambiar. Si bien la cafetería es el más determinado, al tener una instalación fija de madera y que tapa el ascensor, los demás espacios están hechos para mover todos los muebles si se quiere.
El aspecto que se eligió estuvo determinado por la arquitectura. El palacio tiene un nivel de detalles enorme, entonces quería que el interiorismo fuese lo menos invasivo posible, porque lo que resalta es el parque, la casa. Finalmente lo que hicimos fue habilitar este lugar más que decorarlo. Tratar de ser lo más respetuoso posible con la obra de arquitectura”, explica Valdés.
La casa, en términos concretos, cuenta con distintos espacios que invitan al encuentro: el bar, en el subterráneo; la cafetería y el lounge, en el primer piso; una sala de estar, tres salas para reunión, una sala taller y la biblioteca, en la segunda y tercera planta.
Y está el parque de 8 hectáreas, que tiene 100 años y en él hay árboles con 250 años de historia. Alejandra Bosch, la paisajista a cargo de su restauración, señala que "estaba supersegmentado, era un terreno que se había subdividido a lo largo del tiempo. La estructura original es de Guillermo Renner, realizada en 1909. La recuperamos, creamos de nuevo el sistema de recorridos, seleccionando los lugares más importantes. Hay mil árboles en el parque, le pedimos al botánico Héctor Reyes que nos hiciera un catastro de los árboles, cuáles necesitaban mantención, cuáles poda, cuáles se habían muerto a lo largo del tiempo y teníamos que reponerlos… Hay peumos que tienen 250 años, también magnolios, cedros, encinos, plátanos orientales, etcéetra".
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