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Santuario urbano

A 20 años de su apertura, conmemorando además los 10 de la canonización del Padre Hurtado, recorrimos su santuario. Junto al arquitecto que lo diseñó y a quienes se encargan de que siga vivo, descubrimos las distintas maneras en que la comunidad se lo apropia y la relevancia que tiene para ella.

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Son de Santiago, del norte y del sur de Chile, también de otros países como Perú, Colombia y Haití. Vienen escapando de violencia, pobreza, y muchas veces de ambas juntas. Cuando las personas que trabajan aquí -en el santuario del Padre Hurtado- les peguntan, ellos -entre la aflicción y la desesperación- responden que llegaron preguntando por un lugar que ofreciera ayuda.

“Se pensó en instalar el santuario del Padre Hurtado fuera de Santiago, en la casa de retiro, pero se vio que su vida y su obra tuvieron lugar en las calles de la ciudad, por lo tanto tenía que ser un santuario urbano, con desafíos diferentes a otros, que los ciudadanos hacen suyo de distintas maneras. Tal como el Padre Hurtado habría querido”, explica el padre Jorge Muñoz, rector del santuario.

Hace más de 20 años la oficina de Cristián Undurraga -Undurraga Devés- ganó el concurso para diseñar este espacio en la comuna de Estación Central,  junto a la casa jesuita que Alberto Hurtado habitó varios años y a la primera hospedería del Hogar de Cristo, y entre todos sus proyectos -varios de gran impacto, como la Plaza de la Ciudadanía- este sigue siendo donde mayor relevancia alcanza la definición de la arquitectura como el arte de construir hospitalidad. “Tiene mucho sentido aquí”, dice Undurraga revisitando su trabajo. “Es un arte donde la construcción está implicada, pero es la hospitalidad lo que lo hace trascendente. Me ha ayudado mucho para entenderlo y considerarlo en proyectos posteriores”. Undurraga cuenta que cada vez que muestra el santuario en exposiciones y charlas escoge fotos de pololos, de mamás y niños jugando, de jóvenes estudiando. “Creo que la razón más importante para que nuestro proyecto ganara este concurso fue que nosotros entendimos que estábamos en un lugar urbano, con poblaciones relativamente densas, donde hay muy pocas áreas verdes, y dijimos ‘entonces hagamos un parque’. Fue así de simple”. El Padre Hurtado dejó un legado social tan claro y contundente que no es difícil imaginar que él habría querido eso también.

Este espacio urbano pensado como parque, con cierto misticismo y -hasta hace cinco años, cuando se agregó un museo- sin edificios, más bien como lugar geográfico, tiene como centro el lugar donde reposan los restos del santo. “Una mano fiel ponga por mí unas cuantas ramas de aromos sobre la sepultura de este dormido, que tal vez será un desvelado y afligido mientras nosotros no paguemos las deudas contraídas con el pueblo chileno, viejo acreedor silencioso y paciente”, es un extracto de lo que escribió Gabriela Mistral tras la muerte del Padre Hurtado. Es también el mensaje que recibe en su cripta y el origen de la tradición que comenzó junto al santuario: cada 18 de agosto, el Presidente o Presidenta en ejercicio desciende este camino hacia la humildad y la intimidad del santo para dejar un ramo de aromos en su tumba de piedra.

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“La lucarna deja entrar la luz sobre la tumba. Lo que define el lugar es la sencillez de la cruz y el despojo. Fue la consideración fundamental, una austeridad radical, que permite desde la abstracción que cada cual pueda hacer su propia interpretación. Dentro de la tumba hay tierra de distintas partes de Chile”, explica Undurraga. Afuera domina el sonido del agua que corre por el borde de la cripta y alrededor de una estatua del Padre Hurtado. “Imagínate el efecto que tiene este sonido sobre la gente afligida en busca de ayuda o simplemente consuelo que recibimos todos los días, desde temprano en la mañana hasta las últimas horas de la tarde en el centro de apoyo espiritual que tenemos. Aquí las voluntarias ponen oreja, escuchan y derivan a alguna de las instituciones del Hogar de Cristo. Nadie queda abandonado”, dice Isabel Buccicardi, de la Fundación Santuario del Padre Hurtado.

Semanas antes de que llegara el 23 de octubre, fecha escogida para conmemorar los 10 de la canonización del Padre Hurtado, en su santuario nos contaban que el compromiso con los más vulnerables sería el tema central de la celebración. “Será una oración por un país más humano. Esta vez la invitación no es para el rabino o el pastor sino para los representantes de las voces vulnerables, las minorías sexuales, los inmigrantes, los trabajadores, los estudiantes, la gente que vive en campamentos. Ellos guiaran la oración, no los dirigentes”, explica el padre Jorge Muñoz.

Considerando que cada una de sus actividades -como obras de teatro y conciertos- convoca cerca de 700 personas de los alrededores, que en la última versión del Día de la Chilenidad llegaron a 2 mil asistentes, están esperando una gran concurrencia para una fecha muy importante para ellos y la comunidad.

“Aquí ciertamente se genera un vínculo particular”, dice Undurraga. “Al final del día tú sientes que el encargo es del Padre Hurtado. Para mí es una obra muy querida. Es linda la historia del museo: el día que inauguramos el santuario, cuando ya no quedaba nadie, salimos a caminar con Fernando Montes, rector de la Universidad Padre Hurtado. ‘Se nos quedó algo en el tintero, mostrar la humildad con que vivió. Tenemos que hacer un museo’, me dijo. Fuimos con él y Anita, mi mujer, a San Ignacio y en la buhardilla había un baúl con las posesiones del Padre Hurtado, que alguien había guardado pensando en que algún día sería santo”. Ropa, artículos personales, fotos, documentos y otros objetos están en exhibición en el museo desde hace cinco años, junto a la reconocida camioneta verde, sus escritos y la documentación de los milagros que permitieron canonizarlo.

Para la gente que trabaja aquí los milagros son muchos más que los documentados. El hecho de que el santuario se mantenga en buenas condiciones, ayudando a tanta gente con recursos limitados, debe ser el más impresionante.

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