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Caracol Los Pájaros: la galería que resiste el paso del tiempo

Desde hace más de cuatro décadas el recinto de Bucarest con Providencia resiste como un refugio de la memoria. Entre muebles franceses, lámparas antiguas y monedas de colección, sus locatarios siguen apostando por el valor de objetos con historia.

En la esquina de Bucarest con Providencia una singular galería de forma espiral, conocida como Caracol Los Pájaros, sobrevive al paso del tiempo y a los cambios del barrio con una promesa: no venderá nada nuevo. En sus pasillos se amontonan antigüedades, reliquias, objetos con historia y comerciantes que siguen apostando por la memoria en pleno siglo XXI.

Cristóbal Cruz Bruce creció entre muebles franceses, candelabros de gota y copas de cristal tallado. Parte de su vida transcurrió, junto a su hermana Catalina, en los pasillos de la Galería Los Pájaros, ese peculiar caracol de cinco pisos que hoy funciona como refugio de objetos con historia. Su madre, Lorena Bruce, abrió la tienda allí hace más de 37 años y hoy son sus hijos quienes la acompañan en el negocio.

“Ella empezó en un local muy chiquitito, vendiendo plaqué, plata, estaño. Solo porque le gustaba. Hoy tenemos tres tiendas. Todo esto ha crecido con los años”, cuenta Cristóbal, de 44 años, mientras muestra una lámpara de bronce con piezas importadas desde Francia. Allá es donde parte una vez al año con su cuñado: “Llenamos un contenedor y lo traemos a Chile. Vendemos arte oriental, alemán, francés…, pero acá se prefiere lo clásico: Luis XV, Luis XVI, Napoleón III. También gusta mucho el arte chino y japonés”.

‘Antigüedades Bruce’ es uno de los cerca de 70 locales que hoy se mantienen activos en el caracol.

Pero la historia del edificio comenzó mucho tiempo atrás, por 1982. Marcado por una época de debacle económica, la entonces recién construida galería estaba prácticamente vacía. Fue ahí cuando alguien propuso una idea inusual: poblarla con anticuarios. No se les cobraría arriendo, solo gastos comunes. Era una de esas ofertas imposibles de rechazar.

Con la apertura del mercado inmobiliario y los nuevos créditos hipotecarios a largo plazo, muchos de esos anticuarios pasaron de arrendatarios a dueños de sus locales.

Con forma de espiral, una estética retro y una escalera que parece casi teatral, la galería se transformó en un epicentro para los buscadores de tesoros: decoradores, turistas, cineastas y coleccionistas que buscan piezas únicas.

La resistencia

En los vitrales y vitrinas del lugar se encuentran desde sillones victorianos hasta relojes de péndulo, pasando por cuadros al óleo, tocadiscos, cámaras fotográficas, cristalería, muñecas y monedas de colección. La experiencia, más que una compra, es una travesía por la historia.

“Hay buena recepción con el tema de las antigüedades. Nos llegan clientes antiguos, pero también gente joven. Hay un revival mundial. La gente se dio cuenta de que las cosas antiguas son de muy buena calidad y duran muchos años más. Es algo que no te ofrece el retail”, explica Cristóbal. “Y no es todo caro. Hay vajillas, copas y decoraciones a precios bien accesibles. Que no se asusten: hay precios para todos”.

Carmen Canales, de 79 años, conoce bien esa evolución. Llegó a la galería cuando apenas comenzaba a consolidarse como centro de anticuarios. Antes tuvo tiendas en calle Merced, en Santiago Centro, y en Los Castillos, en Vitacura, hasta que encontró su lugar definitivo en el caracol. Su tienda está repleta de porcelanas, marfiles, lámparas y muebles. Y todo lo que vende lo elige por gusto.

“Realmente vendo lo que a mí me gusta. No tengo algo fijo. Todo me lo vienen a ofrecer acá mismo: por sucesiones, porque ya no lo quieren, por distintos motivos”, explica. “Antes los anticuarios se abastecían solo en Chile. Lo de viajar afuera es más nuevo. Hoy, cada uno se mueve como puede”.

Con voz pausada, Carmen lamenta que ya no haya el mismo interés que antes. En eso difiere de Cristóbal. “El flujo ha bajado mucho. Ya no hay coleccionistas como antes. La juventud no se interesa por las antigüedades. Antes la gente coleccionaba de todo: cucharitas, platos, pañuelos. Hoy, eso casi no existe”.

Pese a las dificultades, Carmen no piensa cerrar. Va todas las tardes, después de cuidar a su esposo, y se queda hasta que el lugar cierra, a eso de las 19:00. “Mi trabajo me llena completamente y no lo dejaría por nada”, asegura. “Lo que me da pena es que en este país nunca se ha fomentado la cultura de las antigüedades. Nadie enseña lo que es una pieza hecha a mano de hace más de un siglo. Esas cosas no se valoran. Y es una lástima”.

En una repisa muestra con orgullo una réplica en bronce de un rinoceronte chino. “Es fantástica. Pero nadie se detiene a preguntar. Lo mismo con estas cajas toledanas. En Europa son carísimas. Acá las tengo a 30 mil o 40 mil pesos, y ni así”.

Cristóbal coincide en que falta más conocimiento. “Hay un prejuicio de que todo es caro, pero no es así. Cuando entiendes la calidad de lo que estás comprando, cambia todo. Y lo mejor es que son objetos con historia. Cada cosa tiene una vida, un pasado. No son piezas desechables”.

A pesar de los altibajos en las ventas y la menor afluencia de público en comparación con décadas pasadas, los locatarios del caracol se las ingenian para sobrevivir. Algunos, como Cristóbal y su familia, han apostado por profesionalizar el negocio, abrirse a las redes sociales y vender en línea con despacho a todo Chile.

Otros, como Carmen, mantienen viva la tienda gracias a su clientela fiel y a quienes, de vez en cuando, llegan buscando una pieza con alma. La mayoría combina experiencia, pasión y flexibilidad: ajustan precios, diversifican su oferta o, incluso, rotan productos.

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