Alexander Sokurov, el ruso impenetrable que se impuso en el Festival de Venecia
El León de Oro para su cinta Fausto es un espaldarazo a una singular filmografía.

En la nómina había varios consagrados a tiro de galardón (Cronenberg, Polanski, To, Clooney), así como propuestas llamativas y arriesgadas de distintas latitudes. Pero, finalmente, el jurado veneciano, encabezado por Darren Aronofsky, asignó el León de Oro de la 68ª edición de la Mostra a Fausto, de Alexander Sokurov. Un filme "vertiginoso", como lo definió cierta crítica tras su exhibición. Aunque no faltó quien viera en esta adaptación de Goethe -por demás hablada en alemán- una cinta "insufrible", como pasó con el crítico de El País.
Pero no será primera vez que la diversidad de pareceres se presenta ante un filme del singular cineasta ruso, a quien han llamado "el último verdadero autor soviético", y cuyo nombre localmente no dice mucho, pese a que dos de sus realizaciones (Madre e hijo y El arca rusa) ya han pasado por las salas locales.
Cine que descoloca
"Ver las películas de Sokurov, ha escrito la académica Nancy Condee en su libro The imperial trace (2009), es aceptar por adelantado la propia condición voluntaria de exasperación, de desorientación y de expectativas frustradas". Pero este cine que descoloca, para comenzar, es también una experiencia validada hace rato.
Discípulo y amigo del desaparecido Andrei Tarkovski, quien lo consideraba un genio, lleva 40 años de accidentada producción -cortos y largometrajes, documental y ficción- que sólo en la segunda mitad de los 90 se abrió a Occidente, precisamente gracias a Madre e hijo (1996), curiosa y potente alquimia de estética y emoción que procura una equivalencia visual para los sentimientos y se acerca al tema de la memoria.
Nacido en Siberia, en 1951, su condición de hijo de militar lo llevó a vivir de pequeño en distintos puntos de la ex URSS, graduándose de la secundaria en Turkmenistán. A los 19 años producía emisiones de TV. Tras enrolarse en el instituto estatal de cine VGIK, dejó evidencia de su talento artístico, pero también se hizo fama de "difícil" de cara a la oficialidad. Sin ir más lejos, el que se suponía debía ser su filme para diplomarse del VGIK (Voz humana solitaria) no sólo fue proscrito por las autoridades respectivas, sino que se ordenó la destrucción del material filmado, que desde entonces circularía clandestinamente. Sus conflictos con el instituto lo llevarían, finalmente, a terminar su carrera como alumno externo.
Las dificultades continuaron tras graduarse, como revelaría el documental televisivo Y nada más (1982): destinado a celebrar los 40 años del triunfo soviético en Stalingrado, fue considerado "políticamente ambiguo". Plena de malentendidos y contradicciones, su filmografía es vasta y desconcertante, a lo que ha aportado el propio realizador, al afirmar que poco le importa si sus películas encuentran un público. Con todo, hubo audiencia para El arca rusa (2002), considerado el primer largo de la historia que prescinde del montaje.
Moloch (1999), sobre Hitler; Taurus (2001), sobre Lenin, y El sol (2005), sobre el emperador japonés Hirohito, fueron las tres primeras partes de una tetralogía que el realizador finaliza con Fausto: grandes jugadores que perdieron la apuesta más importante de sus vidas, en palabras del realizador.
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