Crítica de cine: Larry Crowne
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Tom Hanks, como siempre en su rol de hombre común y corriente, esta vez encarna al personaje titular, un esforzado y satisfecho empleado de una gran tienda que, tras años de trabajo, es sorpresivamente despedido debido a que no cuenta con estudios universitarios. Frustrado, solo (divorciado y sin hijos) y a punto de hipotecar su casa, decide enrolarse en la universidad para subsanar el problema, a sugerencia de su vecino (que parece estar eternamente en una venta de garaje). A los pocos días, Larry engancha con varios alumnos, hace nuevas amistades, encuentra trabajo como cocinero, se compra un scooter, se enamora de una profesora y, en resumen, le encuentra un nuevo sentido a su vida.
La premisa de Larry Crowne es atractiva: un cincuentón divorciado que de repente se encuentra sin trabajo y cómo poder superar el impasse. El equipo detrás de la película es atractivo. Además de Hanks –quien además dirige y co-escribió el guión– tenemos a la siempre estupenda Julia Roberts y a un muy bien elegido elenco secundario que funciona como pequeños engranajes que hacen mover la historia.
Pero ahí está justamente el gran problema de Larry Crowne: su extrema candidez, ingenuidad y sacarina. Porque si bien el drama presentado en el primer tercio del rodaje logra hacer empatía, el resto de la cinta se deshace en un poco probable desarrollo del personaje principal, además de lograr una casi perfecta relación amorosa con la profesora más apetecida del lugar. Todo eso es demasiado bueno para ser cierto. Y dada la premisa, sabemos que la vida real no funciona así.
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