Experta en trastornos de alimentación explica qué hacer cuando los niños no quieren comer
<img height="14" alt="" width="82" src="http://static.latercera.cl/200811/208885.jpg" /> <br /> La siquiatra Patricia Cordella Masini, asegura que el problema comienza cuando comer se transforma en una pelea por quién tiene el poder.

"Cuando los niños se oponen a comer y dan la pelea durante un tiempo prolongado en todas las comidas, hay tensión y además bajan de peso, la señal de alerta es clara", dice Patricia Cordella, experta en trastornos de la alimentación.
Siquiatra de la Universidad de Chile y magíster en Sicología con mención en Sicoanálisis, es también la jefa de la Unidad de Trastornos de la Alimentación de la Escuela de Medicina UC. Está en la vanguardia de su especialidad, que le encanta, porque une la siquiatría con la terapia familiar. Y en estos días, sus genes italianos la tienen yendo y viniendo desde Bologna, donde estudia un doctorado en Semiótica con el escritor Umberto Eco.
"Quise entender cómo se construye la imagen corporal. Me apasioné por encontrar los links entre el código genético y el código cultural", dice. Y en ese contexto prepara una tesis que comparará los procesos de significación pre verbal, de niños entre 2 y 18 meses, en la cultura chilena y la mapuche, mientras comen. "A través de videos veo cómo un niño es capaz de comprender lo que está ocurriendo, de significar las acciones de la madre, a pesar de que no hay lenguaje. Los grabamos mientras comen y eso nos muestra algo cotidiano y transparente: cuando ella le dice 'sigue comiendo' y el niño da vuelta la cabeza, por ejemplo, y demuestra que no quiere. Vamos entendiendo los procesos de significación".
- ¿Qué intentas analizar?
Al dar de comer a niños pequeños propones un modo de relación. Ésta puede ser colaborativa, en la que la madre se muestra empática, en sintonía con las necesidades del niño y trata de ajustarse al ritmo de su hijo. Ése es el paraíso. Y está también la relación competitiva, en la que hay más agresión. Lo que está en juego es el poder. La comida pasa a ser solamente un símbolo de quién ganó. Si tú tragaste, gané yo. Si no, ganaste tú. Cuando el comer se transforma en eso, ya no se trata de alimentación, nutrirse, crecer, desarrollarse, se trata de quién ganó. Y esto es lo que uno ve muchas veces en pacientes que llegan después a desarrollar un trastorno de alimentación.
- Descríbeme una escena típica.
Es habitual que la madre piense: "Este niño está haciendo conmigo lo que quiere. Si es así a los 2 años, cómo va a ser a los 15". Esta típica interpretación hace que la madre se ponga en pie de de guerra y exija: "¡Te tomas la leche!". Se ve muy bien entonces que el niño inicia un proceso para decir "no quiero": despega la mirada de la madre, corre la cara, se echa para atrás, pone las manos por delante, intenta empujar a la mamá, escupe o vomita.
- Pero cuando no quiere comer se hace imposible no pelear en la mesa...
Los juegos de poder forman parte de la vida. El problema es cuando los mezclas con la alimentación. Ante la actitud impositiva: "¡Usted se toma toda la leche, porque yo lo digo!", el niño aprende una estructura síquica de relación y la ejercita cuando siente que es necesario: se opone a través de la comida como una forma de expresar que está sufriendo, que no le gusta lo que está sintiendo o viviendo. A la larga, una cuchara va a ser para él equivalente a una espada. Y, si insiste en negarse a comer, se va a empezar a desnutrir. En ese caso, la probabilidad que desarrolle conductas anoréxicas es altísima.
- ¿Es habitual que un niño que haya tenido algún problema con la comida desarrolle después un trastorno de alimentación?
Todo depende de cómo lo signifique. Si la mamá tiene en la cabeza que lo que está pasando es terrible, que si su hija no come va a ser anoréxica, se da el fenómeno de la profecía autocumplida. Si la madre relaciona la comida con sus propios temores, estamos mal, como cuando piensa: "No quiero que mi hija sea gorda, como yo cuando chica". En vez de proyectar el problema en su hija debería mirarse a sí misma. Claro que en esto no hay recetas.
- ¿Pero, cuál es el límite? También está el extremo de las mamás que con tal de que los niños coman les dan lo que quieran, los persiguen en cuatro patas.
Lograr que la comida sea una entretención está muy bien. Como esas madres pillas que descubren que con el niño distraído funciona poner dos acciones en paralelo, como comer y jugar. Pero si se llega a extremos de tensión permanente, algo está ocurriendo. No es normal. Lo normal es que el niño coma, duerma y excrete. Que algunas cosas le gusten y otras no. El gusto es una cuestión que va variando con el tiempo. Si a un niño de un año le das roquefort, lo más probable es que vomite. Y años después le va a parecer interesante el sabor. Es normal que a veces el niño no tenga hambre, porque comió a deshora, se tomó un helado o de verdad no quiere más. Pero los niños van a tender a comer si todo está bien. No tienen por qué no comer. Y van a tender a comer demasiado, si algo anda mal también.
- Muchas madres se asustan al pensar que los niños no consumirán las calorías necesarias para su edad.
Hoy todo está enriquecido con vitaminas y es poco probable que un niño se desnutra si no come ciertas cosas. Hay un maravilloso experimento en el que dejaban que niños chicos eligieran lo que querían comer durante un mes. Al final, todos lograron las calorías necesarias. ¿Qué es lo obvio de pensar? Que aunque hay una población desnutrida y de sobrepeso que hay que cuidar, de forma natural el ser humano come las calorías que necesita, sin necesidad de que se lo impongan. A un niño de peso normal, que habitualmente no tiene problemas para comer, no hay para qué insistirle.
COMER Y AMAR
- ¿Por qué algunas madres convierten el comer en una relación de poder?
En los primeros meses, sobre todo con el primer hijo, lo más probable es que la madre ocupe los patrones que trae. ¿En qué otro idioma le va hablar a su hijo? ¿Qué otra cosa va a hacer? Si tuvo una relación competitiva con su propia madre, es muy probable que para ella preocuparse y querer a otro tenga una carga agresiva. Y a lo mejor no va saber de qué otra manera hacerlo, porque así ocurrió con ella.
- El que tuvo una mala relación con su madre al comer, ¿necesariamente repite el patrón?
No, porque las formas de relacionarse se pueden aprender. Además, el niño puede haber tenido una muy mala relación con la madre –porque ella estaba pasando por una depresión, una crisis matrimonial, un duelo, por ejemplo–, pero una muy buena relación con una abuela, una nana o el papá. Lo importante es que la función materna haya sido buena.
- ¿Cuál es la señal de alarma para consultar?
Por supuesto, si el niño está bajando de peso. También si se niega a comer en todas las comidas, durante un tiempo. Pero además, una madre tiene que sentirse confortable en la relación con el hijo. Si la madre no siente así, es una alarma. Debe preguntarse qué pasa. Tiene que encontrar la comodidad en ese vínculo, porque si ella no lo hace, el niño, que no tiene tantas herramientas para pensar y analizar, tampoco lo va a encontrar. Para la madre tiene que ser agradable estar con cada uno de sus hijos, que son todos distintos. Eso es lo primero. Si no logra esa comodidad, debería consultar.
- ¿Y eso tiene arreglo?
Claro, hoy existen talleres y terapias para niños de todas las edades. Lo que se hace también es grabar el momento de comer para después, junto a los papás, analizar el diálogo corporal de los niños. Por ejemplo, la mamá puede estar tensa cuando le da de mamar o de comer al niño; él lo siente y no le gusta, se pone nervioso y se larga a llorar. Entonces la mamá se pone más tensa todavía. En esos casos el terapeuta puede ayudar a la madre a tener una relación más sincrónica con el niño durante la alimentación.
- ¿Desde qué edad llegan a la consulta niños que no quieren comer?
De cualquiera. No recibo tantos menores de 2 años, porque creo que todavía los pediatras no manejan el concepto del vínculo alterado y no derivan estos casos a los especialistas. Generalmente, no se complican mientras no haya baja de peso. Pero a los niños no sólo se les debería pesar y medir. También hay que evaluar sus vínculos. Esto serviría como prevención para cualquier patología mental.
- ¿Cuáles son los problemas habituales en un niño que persiste en no querer abrir la boca?
Es muy raro que los problemas del comer vengan solos. En preescolares se suelen juntar con signos de ansiedad, como muchas pesadillas cada noche. Y la pregunta que uno se hace rápidamente es qué está ocurriendo que lo tiene con angustia. Y eso es transparente a los ojos de los padres, porque sus aparatos síquicos son negadores, no logran integrar toda la realidad. Entonces, cuando uno les pregunta si está pasando algo en la familia, habitualmente responden: "Nada". Y sólo mucho después entregan datos clave como la nana que se fue.
- Hay gente que dice que la maña es genética, porque todos sus hijos son mañosos.
Genético no es, pero familiar, tal vez. El genoma en sí mismo es un abecedario con el que puedes escribir de todo, desde garabatos hasta poemas maravillosos. La que empieza a usar tu abecedario es la persona que te cuida. Y lo escribe de modos familiares que pasan totalmente inadvertidos: desde cómo te toma en brazos, cuánto te aprieta, el tono de voz que usa para hablarte. Todo esto tiene que ver con la forma en que se regula después el tema de la comida. Hay algunas en las que la comida no está tan cargada de placer y no se le da mucha importancia. Y hay otras en las que comer y amar forman prácticamente una unidad.
- ¿Hay patrones de familia que se repiten en las consultas?
Por supuesto. Uno las puede evaluar desde la involución emocional que tienen los miembros y desde su organización. Hay familias muy involucradas en las que todos viven lo que siente el otro; y las desligadas, en las que nadie sabe si el resto se levantó. También están las rígidas, llenas de reglas y menús organizados; y las caóticas, donde ni se sabe quién va a cocinar. Estas dos dimensiones son esenciales para ver cuáles son las posibilidades de que se desarrollen patologías. En general, los problemas para comer y los trastornos alimentarios aparecen en las familias aglutinadas y rígidas, que son también las más comunes. En ellas el niño aprende a ponerse normas y después se le hace fácil decidir no comer nunca más pan, por ejemplo.
- ¿Pero cómo lograr un equilibrio emocional con la comida?
Los papás tienen que buscarlo. Por ejemplo, permitiendo alguna vez la comida rápida, pero no todos los días. Lo importante es que la comida no puede transformarse en moneda de guerra. Es bien difícil ser papá.
- ¡Comer debiera ser algo tan simple!
Claro, pero el comer está atravesado por la cultura y ahí queda la escoba. Piensa que hace cincuenta años los niños estaban obligados a tomar aceite de ricino. Hemos pasado por modas. Cada cultura marca ciertas prácticas como propias, como en Italia, donde no hay gordos y la gente come pastas todos los días. Allá el invitar a comer incluye cocinar y toda la diversión que eso puede implicar: se uslerea, se rellenan los tortellini, se doblan las puntas, es decir, literalmente se ponen las manos en la masa. Las personas se involucran con el alimento que luego consumirán, que no es sólo la sensación de "guatita llena", es tacto, es sonido, es olor, es comentario compartido. En una familia así el comer se relaciona con el amor y no con el poder.
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