Histórico

La verdadera historia secreta de Chile

Tradicionalmente en Chile la historia la han escrito los hombres y hasta hace poco había un puñado de pioneras que había logrado entrar en ese espacio. Hoy eso está cambiando y son más las que se dedican a la investigación. En algunos casos, tienen cargos universitarios, otras han publicado libros y varias lideran proyectos, en temas muy distintos. No comparten enfoques, pero en general coinciden en que su gremio es muy masculino y la mayoría destaca un hecho: que en Chile todavía no hay ninguna Premio Nacional en su disciplina. De las once áreas en que el reconocimiento se entrega, sólo éste y el de Ciencias Aplicadas no han recaído en una mujer.

Macarena Ponce de León: “No creo que el género tenga ningún efecto sobre interpretaciones diversas entre hombres y mujeres”

“El tema de género no lo comparto para nada pero sí creo que esta disciplina se ha ido volviendo un campo de mujeres intelectuales y profesionales que le están dando un nuevo aire a la historia”, parte diciendo esta académica de la Universidad Católica a la que le interesa un asunto bastante actual: la construcción de Estado chileno y cómo se vincula con la sociedad. Un ejemplo es su libro Gobernar la pobreza, donde analiza cómo operó la beneficencia pública y la caridad privada desde mediados del siglo XIX en Santiago, en el periodo en que comenzaba a convertirse en una ciudad moderna. Pero también lo ha analizado desde el ámbito de la educación, donde, por ejemplo, explora el financiamiento, a la par que realiza trabajos sobre  elecciones y sufragio.

¿A qué te refieres con que la historia hoy es un campo de mujeres? 

A que tienen una participación muy activa. Son académicas, investigan, realizan docencia de excelente calidad, pertenecen a redes académicas nacionales e internacionales, ganan concursos, participan en agencias estatales de ciencia, gestión universitaria, dirigen museos, proyectos culturales e incluso empresas. Con bastante dificultad han ido construyendo su camino dentro de una carrera que todavía es de hombres en varios sentidos. De hecho, ninguna ha ganado el Premio Nacional de Historia, algo impresionante y que dice mucho porque no se debe a que no hayan postulado o no tengan obra.

¿Quiénes han sido tus referentes?

Referentes mujeres tengo una muy cercana que es Sol Serrano. Es mi maestra en todos los sentidos: fue mi profesora desde pregrado y con ella me formé como investigadora. Trabajar con ella ha sido fundamental. Desde que era alumna me llamó la atención su pasión y cuán importante encontraba el tema que estudiaba. Eso no se me olvidó nunca, como tampoco cuánto importa ser intuitiva y rigurosa al mismo tiempo.

¿Crees que ser mujer te lleva a estudiar la historia de manera distinta? 

No creo que el género tenga ningún efecto sobre interpretaciones diversas entre hombres y mujeres. Una historia de cualquier temática podría ser la más radicalmente distinta entre dos historiadores, como entre dos historiadoras. Lo que sí es cierto es que la historia ha tenido una apertura a temas culturales y menos institucionales, se han renovado viejas preguntas, las metodologías. Seguro deben existir estudios de género que avalen tendencias femeninas o masculinas hacia ciertos asuntos, pero no creo que sea la pregunta importante.

¿Qué quieres decir con que “el tema de género no lo compartes para nada”? 

No comparto el argumento de género que se ha venido elaborando para sopesar la calidad de la historiografía femenina por sobre o por debajo de la que realizan los hombres. Yo creo que un buen historiador escribe buenas historias independientemente de si es hombre o mujer.

¿Qué piensas que le dice el fenómeno Baradit y su historia secreta al campo de la historia? 

Creo que Baradit no escribe historia propiamente tal. No he leído sus dos libros, pero estoy al día de la polémica. Hay mucho marketing en su fenómeno de ventas, y nosotros, historiadores, debemos defender la disciplina, no al gremio. Lo que sí creo debe ser un tema a conversar es cómo escribir sin aislarse en el ámbito estrictamente académico. Baradit es importante porque levanta el tema de la difusión de la historia.

Alejandra Araya: “La historiografía es el lugar más machista, misógino y retrógrado de las humanidades”

Su primer referente fue su abuela, explica la directora del Archivo Central Andrés Bello de la U. Chile. “Me interesa esta disciplina por su dimensión narrativa y ella es una gran contadora de historias”. Luego menciona a cada una de las profesoras del área que tuvo en la Escuela D-299, en el liceo Cervantes y en el liceo Teresa Prats de Sarratea. En la universidad hubo más personas que fueron significativas en su formación, especialmente el académico Rolando Mellafe, pero todos hombres porque cuando esta historiadora de 44 años entró a estudiar, en la mayoría de las facultades de esta disciplina había muy pocas mujeres enseñando. “Y eso es parte del problema porque, al no haber modelos, no ves que dedicarte a eso sea una posibilidad, la idea que se replica es la de la ayudante eterna”.

Actualmente la historiadora es una de las profesoras asociadas más jóvenes de la U. de Chile, y la menor en un cargo directivo. “Pero en parte también estoy aquí porque hay una oficina de equidad y por una política institucional que dice que debe haber paridad en estos cargos. Lo que quiero decir es que este es un trabajo, no algo que se va a dar de manera natural, que va más lento de lo que debiera y a un alto costo, porque sigue siendo complicado que una mujer se dedique por completo a la academia”.

Forma parte de las primeras generaciones en que hay un cuerpo más grande de mujeres ejerciendo esta profesión, las que tienen doctorados en Chile o afuera -como ella que lo hizo en México- e investigan y publican de manera independiente. Es, dice Araya, la de las nacidas de los 70 en adelante. Antes que ellas, las investigadoras eran pocas y para hacerse escuchar tuvieron que crearse un espacio en el corazón de la masculinidad: “La Sol Serrano, que sería la historiadora más reconocida como tal seguida creo de la Sofía Correa, se dedican al tema político, a la historia política. Ellas claramente han abierto las preguntas ahí, pero para validar te tienes que insertar en esa área y no otra. La masculinización de las mujeres en los ámbitos académicos es una estrategia, y una exigencia para poder ser oída”.

Araya investiga sobre el cuerpo, por qué la manera en que lo entendemos cambia con el tiempo y la cultura. Lo suyo es rastrear cómo se expresan en los gestos las relaciones de poder o el lugar que tenían castigos físicos durante el periodo de la Colonia, porque es el momento en que se instalan formas de control que siguen siendo importantes en la sociedad contemporánea. A modo de ejemplo, explica que la extensión de los derechos se puede analizar desde esta perspectiva. “El noble tiene una dignidad porque no puede ser tocado. La democratización también puede entenderse como el proceso de ampliación de ese principio. Si hoy se dice que los niños no deben ser golpeados, es porque les estamos reconociendo una dignidad. Lo mismo con las mujeres, las sociedades indígenas: el castigo y el daño físico te hablan de quiénes son protegidos o no en una sociedad”.

Historia por el revés, es como ella denomina lo que le gusta hacer y cuenta que se trata de investigar el pasado con métodos y ángulos distintos a los tradicionales. Pero a la vez explica que “la historiografía todavía es el lugar más machista de las humanidades, el más misógino y retrógrado. La gente piensa que la historia es una, y que el historiador dice la verdad y da un juicio, y el criterio de autoridad sigue estando asociado a los hombres”. Eso, explica, se manifiesta de muchas maneras, y una de ellas es asignándoles menos valor a los temas que toman las mujeres. “Las afirmaciones que suelen hacer los colegas hombres sobre los trabajos de las historiadoras son feroces. También hay un currículum oculto que se transmite en la formación, que dice que los asuntos que abordamos no son tan importantes como los de los hombres”.

¿Hay temas de hombres y mujeres? 

No, pero el medio local -porque no pasa en otros países - hace distinciones de género en todo orden de cosas y “feminiza” ciertas materias y eso implica ponernos en un territorio de menor valía.

¿Ser mujer te lleva a acercarte de manera distinta a la investigación? 

Evidentemente que nacer con órganos femeninos, asociados a un género, te pone en un lugar. Yo no podría ignorarlo. No es lo mismo escribir historia teniendo a su vez la condición cultural e histórica de ser mujer, de venir de los sectores populares, de ser pobre, de haber estudiado en la educación pública. Son datos de tu causa, y no pueden obviarse al ejercer este oficio. Por lo tanto, los temas que me han interesado son la historia de sectores populares, de mujeres, porque también son historias invisibilizadas, tienen que ver con mi conciencia.

Cristina Moyano: “No lidié con los conflictos que enfrenta la mayoría de las mujeres”

“Más que influida por el tema de género, soy parte de una generación de historiadores, de entre 40 y 45, que empezó a repensar los partidos políticos y sus culturas. A mí siempre me interesó la política y cuando entré a pedagogía en historia en la USACH, milité en el PS. Ahí apareció el MAPU. Había una especie de mitología sobre ese movimiento y sus integrantes eran un punto de referencia, para bien y para mal. Después me casé con el hijo de la actual ministra de Vivienda, Paulina Saball, que fue parte de él y siguió siendo un tema recurrente.

En la época, además, aparecían comentarios en la prensa que empecé a pesquisar: durante el gobierno de Frei, Alfredo Jocelyn-Holt dijo en Caras que era un gobierno MAPU liderado por un DC; cuando en su primer periodo la presidenta Bachelet puso a Viera Gallo en la Segpres, La Tercera tituló “El MAPU vuelve a La Moneda” y así. Aunque ya no existía como partido, me di cuenta de que era una sensibilidad y como historiadora me puse a estudiar lo que denominé la cultura política del MAPU. Investigué su periodo fundacional, los rasgos comunes. Más tarde seguí la renovación socialista del MAPU, cómo produjeron los sentidos de la transición, cómo generaron un pensamiento de izquierda en ruptura con el marxismo y dotaron de sentido a un socialismo democrático. Ahí vi que una serie de estos actores como Tironi, Brunner, Garretón, en los 80 se concentraron en una serie de ONG. Ahora estoy a cargo de un Fondecyt sobre los intelectuales de izquierda en esas organizaciones. Quiero entender cómo estos centros se convirtieron en lugares no sólo de producción intelectual, sino que también de tejer redes y articular una visión política, que sentó bases de un pensamiento común sobre la democracia por venir, de la futura transición y sus límites.

Entré a estudiar pedagogía en historia en la Usach. Al poco tiempo me di cuenta de que me gustaba investigar, me titulé y seguí de inmediato el magíster y luego el doctorado, que terminé a los 30. Muchas compañeras que venían conmigo se demoraron más porque las condiciones de ser mujer te generan trabas. Yo me gané una beca, tuve dos niños mientras hacía el doctorado, pero tenía un marido que me dijo “dedícate a estudiar, yo veo los gastos” y los niños podían ir a la sala cuna. No todas tienen esa suerte. No lidié -y soy privilegiada- con los conflictos de género que enfrenta la mayoría de ellas en la sociedad chilena. Tuve los apoyos económicos y familiares para poder ser la mujer que quería ser.

Pero la carrera académica tiene un ritmo que puede ser medio antagónico con la maternidad o la vida en pareja. Mi trayectoria biográfica es un ejemplo: terminé mi doctorado y me separé. Era el año 2000, y como estaba investigando el MAPU vivía en los 80, le dedicaba 10 horas y mi marido, que en ese momento trabajaba como jefe de gabinete del Sernam me hablaba de las políticas de la mujer y yo de que había encontrado unos documentos sobre el MAPU Lautaro. Si él no hubiera tenido alguna afinidad con el tema, hubiera sido todavía más complicado.

No tengo grandes referentes de mujeres en lo profesional. En la Usach no había muchas historiadoras, tuve clases con sólo una. Después los temas que trabajaban ellas en la época en que yo andaba buscando mi destino no eran los míos: no me interesaban las mujeres populares, las monjas, las prostitutas, las políticas de maternidad, ni las que tenían que ver con la mujer, que era lo que la mayoría hacía salvo la Sofía Correa. La investigación histórica es super individual y en general construyes redes con equipos de investigación y con los que compartes temas.

Además, este es un medio masculino y tiene prácticas machistas, como esto de juntarse después de los coloquios o seminarios que se hacen en las tardes. Yo no me quedo a socializar porque si no, no llego a ver a mis hijos. También es machista en ciertos rasgos culturales, en el humor, sarcasmo. No han sido contra mí pero he visto conductas paternalistas de mis colegas mayores, hablar de la niñita, la promesa, la joven, refiriéndose a mujeres adultas.

Erosionar esos espacios para poder participar ampliamente no es una labor ganada. Falta un recambio generacional importante en las universidades, en las escuelas de historia que incluya a más mujeres”.

*Vicedecana de Investigación y Posgrado Facultad de Humanidades, Usach.

Soledad Zarate: “No incluir la perspectiva de género en la historia es una miopía” 

La académica y ex directora del  Departamento de Historia de la Universidad Alberto Hurtado, empezó su carrera investigando sobre el parto, de lo que resultó su libro Dar a luz en Chile, que muestra cómo en el siglo XIX se incrementa el control médico sobre los nacimientos y se reducen los aspectos más ligados al folclor y sabiduría popular. Desde entonces sigue centrada en la historia de la medicina y la salud, con un énfasis en las relaciones de género. Actualmente analiza -junto a Juan Carlos Yáñez y Maricela González- la labor de matronas, enfermeras y asistentas sociales en las décadas previas a los 80 en la puesta en marcha de políticas sanitarias que contribuyeron, entre otras  metas, a la caída significativa de la mortalidad materno-infantil. Los médicos tuvieron un papel crucial porque diseñaron y consiguieron fondos para empujar esas medidas desde el Estado, pero de acuerdo a Soledad Zárate, quienes las llevaron a la práctica fueron esas profesionales. “En ese Chile que aún era un campo, quienes van a caballo a vacunar y atender partos, educan a las madres en la higiene y en la alimentación, controlan enfermedades infecciosas como la tuberculosis, la sífilis, fueron mujeres, muchas veces solas, viviendo en postas, en casas de socorro, en todo el territorio. Es importante reconocerlas y darles su lugar, no porque son mujeres, sino porque su trabajo fue irreemplazable y de gran valor social y político”.

Las preguntas por el trabajo de estas profesionales también colabora en la ampliación del estudio de la historia del trabajo en Chile, que se ha centrado casi totalmente en los hombres de los sectores mineros y fabriles. “Te doy un ejemplo; hace 31 años, Gabriel Salazar publicó Labradores, peones y proletarios, un hito de nuestra historia social. Cuando lo leí en los 90, me encontré, con sorpresa, que sólo en el último capítulo de ese libro describe lo que ocurrió con el ‘peonaje femenino’. Destinar las últimas páginas y no incluirlas en el conjunto del relato de ese proceso crucial me resultó inexplicable”. Que las mujeres sean parte integral de la historia es algo a lo que ella quiere contribuir.

¿Por qué es importante? 

Si se trata de que la disciplina incorpore criterios de justicia y de igualdad, obviamente deben estar las mujeres en los relatos. Pero más importante aún, no incluir la perspectiva de género, es decir, cómo operan las distinciones sexuales en diversos procesos históricos, es una miopía. No todos tienen que  interesarse por investigarlas; pero ya no podemos negar su potencial explicativo de muchos fenómenos.

¿Ser mujer te acerca a la historia de manera distinta? 

En rigor, creo que me interesan temas distintos, y que en ocasiones me hago preguntas diferentes, pero eso no me parece privativo de ser mujer. Sí creo que algunas de mis preocupaciones, al menos hasta hace poco, carecían de “estatus histórico” y estudiarlas suponía un doble esfuerzo: el propio de la investigación y el de “convencer” a la comunidad historiográfica.

¿Somos un país sin memoria? 

No. Pero sí veo que hay una importante demanda social por reconocernos en la historia, una demanda que no está satisfecha con relatos tradicionales. Por ejemplo, actualmente hacer historia de las mujeres y de las relaciones de género tiene más apoyo institucional y social, y eso tiene que ver con la consolidación política y académica de dicha demanda. También las preguntas en torno a los DD.HH. y la violencia política nos ha llevado a algo  necesario y saludable que es interrogarnos por la memoria, pero también hemos aprendido de ese proceso que hay diversas memorias que recuperar, entre ellas, las de las mujeres.

Consuelo Figueroa: “Este es un país que trata de no tener memoria”

Es la directora de la Escuela de Historia de la Universidad Diego Portales y partió investigando la trayectoria de las mujeres, sobre todo la de los sectores populares, pero desde ahí se ha movido hacia la investigación de los pueblos originarios y la guerra.

¿Por qué pasaste de las mujeres a la guerra? 

No porque el primer tema me parezca poco relevante, sino porque quería mirar otros y me enfoqué en las guerras justamente porque me aburren sus relatos y los encuentro nocivos. Analicé dos conflictos bélicos que ocurrieron paralelamente, con las mismas fuerzas militares e intereses económicos y políticos. Uno aparece en la historia y el otro no: la guerra del Pacífico y la “Pacificación” (pide expresamente las comillas) de La Araucanía. Quise pensar cómo se construyen los relatos nacionales en términos plurales, no solamente el relato oficial. Estos relatos siempre van acompañados de una violenta exclusión de otros, que no son los “enemigos” que están fuera, sino que son algunos adentro, pero que jamás van a pasar a ser concebidos como sujetos de la historia. Pienso en mujeres o comunidades indígenas, sujetos que nunca llegan a ser.

¿Ser mujer influye en cómo abordas tus investigaciones?

No. Sí creo que las mujeres, en un campo bastante masculino como es la historia, hemos tenido que abrirnos espacio y lo hemos hecho muchas veces pensando desde otros lugares, pero no hay diferencias entre las sensibilidades de género. Lo que sí son importantes son las condiciones, y ahí sí a las mujeres nos ha costado más ocupar un lugar en el decir de las historias. Me acuerdo cuando estaba empezando a trabajar, con los archivos de la Rosa Makmann, la mujer de González Videla, y un historiador muy prominente nos dijo que eso no era historia. Eso fue impactante y da cuenta de todo un proceso.

¿La historia la siguen escribiendo los hombres?

Se los lee más a ellos, pero también hay mujeres que han sido claves y tienen textos maravillosos. Ha sido más tardío pero las hay. Todavía estamos en una disciplina muy masculina. A mí me encanta el trabajo de Julio Pinto, quien acaba de ganar el Premio Nacional de Historia, pero aún ninguna mujer lo ha ganado.

¿Qué historia nos falta por contar?

Mucha, porque la historia es infinita y tiene que ver con las preguntas del presente, no con el pasado. Hoy nos sensibilizan las discriminaciones: género, raza, clase, geografía. Ir revelando esas preguntas nos abre a otras. Yo estoy pensando en las no-historias, o lo que esconden las historias oficiales.

¿Está de acuerdo con que Chile es “un país sin memoria”?

Es un país que permanentemente trata de no tener memoria. Hay muchos intereses para que no salga a flote. Justamente porque hay temas que se reprimen necesitamos seguir pensando en cómo seguir escarbando.

Alexandrine de la Taille: "Que el Premio Nacional lo hubiera ganado una historiadora habría sido una señal"

Está sumergida en alrededor de 61 mil documentos del archivo de la orden las monjas clarisas, que fueron las primeras religiosas que llegaron a Chile, al que se suma el archivo que dejó Juanita Fernández, Santa Teresa de los Andes. Lo suyo, puede verse, es el estudio de la religiosidad, pero también el de la educación, que en este país ha estado muy ligada al catolicismo. En ese afán ha rastreado los orígenes de la escolarización femenina, y el cambio que implicó para la sociedad chilena.

A la académica de la Universidad Los Andes, le gusta trabajar con las voces de las mujeres del pasado. “Me imagino que son fuentes que están durmiendo y hay que despertarlas. Las fuentes femeninas son muy diversas, por ejemplo en el archivo monástico tengo sus cuentas y en qué gastan. Sé lo que valen las cosas, lo que cuesta una vela, un carnero, lo que comen. Las visitas pastorales son fascinantes porque me dicen qué se entendía en la época por lo malo. Veo sus relaciones entre pares, con el mundo, cómo ven a los hombres, a los superiores, a la Iglesia”.

Ella sí cree que hay diferencias en cómo investigan las historiadoras: “Somos más perceptivas, más entretenidas. A uno le toca combinar tantas cosas en la vida, que siente una sintonía especial. Me fascina el tema familiar: los dolores, los hijos, las muertes, los partos. Encuentro que uno tiene una sensibilidad particular para esos temas afines”. Por eso se alegra de que se estén ampliando los espacios para ellas en las plantas académicas. “Antiguamente en la Academia de Historia eran pocas, estaba la Regina Claro e Isabel Cruz. Eso ha ido cambiando, pero es una lástima que el Premio Nacional no se lo haya ganado nunca una mujer: habría sido una señal”.

El principal problema que ella ve, en todo caso, es la falta de interés en la historia en la sociedad. “Hace dos años cambiaron el programa de esta materia y llegaron un par de cartas al diario, pero no hicimos nada, no hubo la misma polémica que sí existió hace pocas semanas con respecto a la filosofía. Las humanidades están super descuidadas”, dice y agrega que todo ese desinterés también se nota en la destrucción patrimonial y de edificios históricos que ha sido característica en Chile: “es de locos”.

Virginia Iommi: “No siento ninguna restricción por ser mujer”

Ella no hace historia de Chile, ni de las mujeres ni tiene grandes preocupaciones de género: “No siento tener ninguna restricción en el medio histórico nacional por el hecho de ser mujer. Tengo el apoyo para investigar, puedo enseñar, participar de los encuentros académicos y nunca lo he entendido como algo que pueda condicionar mi participación en esos ámbitos”, dice la académica y jefa de Extensión del Instituto de Historia de la Universidad Católica de Valparaíso.

Lo que la ocupa a ella es el Renacimiento, y tras terminar un doctorado en Florencia ha estado enfrascada en una serie de tratados científicos de astronomía, física y medicina del siglo XVI. “Lo que más me ha gustado es indagar y mostrar la forma en que distintos textos de este tipo conversaban, y de qué manera científicos del Renacimiento tomaron obras de la Antigüedad y del mundo medieval y las leyeron de una manera particular creando algo novedoso”, explica Iommi y agrega que ve ciertos paralelos entre la sociedad actual y el pasado en el que ella se concentra, porque pese a la diferencia en los medios existentes en cada época, “en el siglo XVI las formas de conocimiento estaban totalmente revolucionadas por la aparición del libro, y cambiaron las velocidades de comunicación. Creo que ahora también existe una transformación de ese tipo con las nuevas tecnologías”.

La historia, para ella, sigue siendo un campo bastante masculino, al menos en Chile. “Ahora eso está cambiando, pero creo que es algo muy reciente, por lo tanto me es difícil imaginar qué va a significar a la larga”.

¿Qué espacio tiene hoy la mujer en tu ámbito?

El mismo que los hombres.

En busca de las historiadoras

Por Javiera Errázuriz*

La irrupción de las mujeres en el ámbito de las publicaciones históricas es relativamente reciente y eso significa que, en Chile, la historia ha sido principalmente escrita por los hombres. Una manera de mostrarlo es seguir la trayectoria de ellas en las revistas académicas, que son el principal instrumento en que se difunde la investigación. Allí surgen nuevos temas y nuevos actores y por lo mismo son un espacio para analizar las transformaciones en las disciplinas.

El año pasado, junto a Josefina Cabrera analizamos la presencia de artículos firmados por mujeres en dos de las principales revistas del área que hay en Chile. De una parte Historia, de la UC, fundada en 1961, donde están prácticamente ausentes hasta fines de los 70, con la excepción de María Isabel González, con un artículo en 1966. En la década de los 80 hay un cambio, y las autoras corresponden al 15 por ciento del total de la década, cifra que va creciendo paulatinamente hasta el periodo 2010 y 2016 en que llegan casi al 30 por ciento, que de todos modos sigue siendo menos de un tercio del total.

El otro caso analizado, Cuadernos de Historia, revista de la Universidad de Chile fundada en 1981, presenta una trayectoria similar: en su primera década publicó cerca de un 17 por ciento de artículos firmados por mujeres; en los 90, las autoras femeninas representaron sólo el 12 por ciento, y en la primera década del s. XXI, una de cada cinco autores de artículos era mujer.

A partir de los años 80 comienzan a repetirse algunos nombres, como el de Sonia Pinto Vallejos o María Angélica Muñoz. A partir de los años 90, historiadoras como Isabel Cruz, Sol Serrano, Verónica Valdivia o Carmen Norambuena (entre otras), publican hasta cuatro artículos en distintos números de las revistas antes mencionadas, consolidando así su quehacer historiográfico y su presencia en las publicaciones académicas.

En cuanto a los temas, las autoras femeninas transitan desde problemáticas más tradicionales, como la historia  económica, indígena o colonial, preponderantes en la década de los 80, hacia la historia política o social en los 90. A partir del 2000 se diversifican e incluyen el pasado reciente, la educación y la investigación en torno a las mujeres y el género, entre otros.

Por supuesto que las dos publicaciones analizadas no son las únicas, y además, muchas personas publican también en el extranjero, pero los resultados sí dan indicios de lo que ha ocurrido en un ambiente que hasta hoy sigue siendo preponderantemente masculino, pero en el que las historiadoras han comenzado a integrarse sostenidamente aportando nuevos enfoques y temas.

* Académica Departamento de Humanidades Universidad Andrés Bello. 

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