Prudencia y realismo en el diseño de la política monetaria
El Banco Central debe actuar con un discurso antiinflacionario como el que comienza a desplegar, pero sin olvidar las circunstancias que hoy se enfrentan.

EL BANCO Central elevó esta semana la tasa de política monetaria en 50 puntos base, hasta el 4,5% anual. La mayoría de los analistas ha entendido este ajuste importante, que corresponde a un ritmo más agresivo que el normalmente aplicado por el instituto emisor, como una forma de reforzar su mensaje antiinflacionario, en un momento en que es importante acotar las expectativas de alza del IPC.
Como en 2008, la economía chilena enfrenta hoy inflación externa, por alzas en el precio del petróleo y alimentos. No hay que neutralizar por completo estas presiones inflacionarias. Ello significaría que, para mantener inflación estable, la inflación en combustibles y alimentos debería ser compensada con caídas en los restantes precios, para lo cual sería necesario contraer seriamente el gasto, con medidas recesivas. Además, con tipo de cambio flotante, gran parte del efecto de esas medidas monetarias para contener la inflación ocurriría a través de caídas en el tipo de cambio, lo que concentraría el impacto recesivo en los sectores exportadores. La inacción tampoco es adecuada, en la medida en que la inflación "importada" puede, vía expectativas, traspasarse a salarios y precios de otros bienes, transformando un fenómeno transitorio y de origen externo en una tendencia permanente. La calidad de la política monetaria, entonces, depende de mantener las expectativas inflacionarias en niveles aceptables y consistentes con un recorrido inflacionario transitoriamente más elevado, pero que converge a las tasas de inflación deseables. Una buena política monetaria hoy supone un discurso más duro, como el que ha comenzado a desarrollar el Banco Central, pero sin perder de vista las circunstancias reales que se enfrentan y los costos previsibles de un ajuste centrado en tasas de interés.
Las magnitudes de la actual inflación "importada" son muy inferiores a las enfrentadas en 2008, por lo cual el temor a inflaciones como las de entonces está fuera de lugar. Por otra parte, si bien las expectativas han subido, anticipando que la inflación debe repuntar al menos transitoriamente, están bastante ajustadas a las que sustenta el propio Banco Central. Tampoco se percibe hoy un problema de ritmo de aumento de remuneraciones o inflación subyacente saliéndose claramente de una tendencia razonable. Por ello, no corresponderían ajustes desmesurados, sobre todo considerando que el ambiente externo, si bien mejorado, sigue presentando riesgos para nuestra economía.
La experiencia de 2008 es decidora. Las fuertes alzas en tasas de interés de ese año debieron revertirse a marcha forzada a comienzos de 2009, cuando la recesión externa fue evidente y la política doméstica debió girar en 180 grados hacia fuerte estímulo monetario y fiscal. Una actitud precavida debería considerar hoy que la economía funciona a un ritmo acelerado y que se han cerrado holguras previas, lo que hace necesario retirar estímulos. El paso más relevante debería ser un ajuste fiscal significativo, porque el gasto público sigue en niveles excesivos, y es mejor reservar el instrumento fiscal para épocas de necesidad que no pueden descartarse. Si la política fiscal jugase hoy su rol, la monetaria debería, al mismo tiempo que acomodar las presiones inflacionarias externas transitorias, dar suficientes señales de disposición a evitar que estas se transformen en tendencias, todo esto sin arriesgar daños innecesarios a la economía.
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