Tana Toraja: Ritos de vida y muerte en Indonesia
<img height="16" alt="" width="60" border="0" src="http://static.latercera.cl/200811/193728.jpg " /> En la zona sur de la isla de Soulawesi, Tana Toraja llama la atención de los viajeros por sus tradiciones casi intactas.

Hoy, una anciana cumple 100 años. En lo alto de una de las típicas casas de Toraja, una fotografía de su rostro estoico y menos agrietado de lo que se esperaría, les da la bienvenida a los cientos de personas que vinieron a saludarla. La mayoría de ellos quizás nunca la vea, pero se trata de una celebración grandiosa, hecha para el deleite de sus invitados.
Alrededor de 60 búfalos morirán como parte de un rito de celebración y, a pesar del espectáculo dantesco, los cuatro extranjeros que contemplamos esta tradición barbárica –a ojos de Occidente– somos los únicos impresionados. Cada animal es llevado hasta un sector en desnivel donde se degüella y la sangre del búfalo, que por unos minutos permanece con vida, fluye con fuerza por el terreno. El olor metálico de la sangre poco se siente entre medio de la cantidad de preparaciones que se realizan alrededor: bebidas con y sin alcohol, verduras, otras carnes. Esta es Toraja y sus inolvidables fiestas que sólo los afortunados tienen suerte de ver.
Esta mañana, cuando nuestro itinerario se resumía en visitar los cementerios colgantes de Toraja, Nursalam, el guía que me acompaña, recibió la llamada de un amigo contándole de la celebración que se llevaría a cabo, extraordinariamente, hoy en Makendek, un sector cercano al pequeño centro de la ciudad. Antes de ir, Nursalam me recomienda pasar por un mercado a comprar una ofrenda para así simpatizar con los asistentes y ser bienvenida. Dice que lo mejor recibido, después de un búfalo o un cerdo, son los cigarrillos, así es que un cartón de tabaco sería más que suficiente para ser tratada como uno de los suyos.
La villa donde se celebra el cumpleaños, con sus casas típicas cuyos techos imitan la forma de los cuernos del búfalo y grabados que impresionan a los visitantes, está pintada de colores fuertes para la ocasión. Ataviadas con sus mejores galas, las mujeres de las distintas tribus llevan altos tacos, a pesar de lo irregular del terreno, y de sus brazos cuelgan carteras que, a larga distancia, podrían ser de uno que otro diseñador italiano o francés. Muchas de ellas cargan cacerolas con exquisitas preparaciones que han traído desde sus aldeas, las que entregan a los familiares de los festejados en procesión. Más allá, los hombres, enfundados en sus sarong, realizan danzas tradicionales en un gran círculo y, a pesar del griterío que tienen los chanchos ad portas de pasar a mejor vida, nada parece opacar los cánticos.
Una vez en la aldea, uno es invitado a pasar y a sentarse en alguno de los galpones dispuestos para recibir a los invitados, donde comen, conversan y pasan el calor. Todos están descalzos y sonrientes en cubículos marcados con números, donde sólo hombres o sólo mujeres disfrutan de bebidas frescas para capear la temperatura infernal. En el sitio en el cual me han asignado un lugar, una anciana es el centro de atención. Es claro que acá los adultos mayores son los más respetados, y las mujeres que rodean a la viejecita tratan de atenderla con todo lo que puedan. Por razones obvias de barrera idiomática, no podemos mantener una fluida conversación, pero eso no evita que me mantengan con comida y bebida en mano.
Afuera, en los alrededores de cada actividad, siempre están los niños curiosos. Algunos con sus ropas de juego, otros con trajes ceremoniales para el desfile de esta tarde y las procesiones que hacen los visitantes de las villas aledañas para homenajear a la cumpleañera. A los niños les gusta fotografiarse y, cada vez que pueden, se acercan a mí y con señas me piden que les haga un retrato, que luego aprobarán mirando la pantalla de la cámara.
En un momento, y como si se tratara de una celebridad, un tumulto rodea a una mujer. Nursalam dice que la señora es la nieta de la anciana que cumple años. Saludarla, entonces, y mandarle felicitaciones a la viejita con ella es lo más cercano que se estará de la festejada. Muchos de los asistentes quieren irse con esa satisfacción.
LA MUERTE COLGANTE
La gente de Toraja se declara en su mayoría cristiana –una religión minoritaria en una Indonesia con casi el 90% de población musulmana– ; sin embargo, muchos de ellos practican el animismo, relacionado con las creencias en seres espirituales y la vida del alma. La muerte en Toraja es un asunto de proporciones, y en muchas oportunidades el cuerpo se mantiene incluso por años, para poder darle un entierro apropiado al occiso. Un entierro que se convierte en una fiesta fúnebre donde se realizan danzas, peleas de búfalos, se come en grande y se despide al fallecido con honores. ¿Por qué la demora en darle el descanso final? Simplemente porque son varios búfalos y cerdos los sacrificados en fiestas de este tipo. Cada búfalo cuesta 13 millones de rupias indonesias, más de 700 mil pesos chilenos, y los cerdos 1,5 millones de rupias, más de 85 mil pesos chilenos. Sumando y considerando que al menos morirán unos 40 búfalos, la cuenta se abulta enormemente.
Dicen que en el período de espera, los cuerpos se conservan casi perfectos, sin mal olor ni nada que delate su estado de descomposición. El secreto para conseguir aquello sólo lo manejan los torajanos.
Para los miembros de las familias más nobles, un artesano crea una tau-tau, reproducción en madera casi exacta, creada casi a escala real del muerto. En sus cementerios, los féretros que no cupieron al interior de las cavernas cuelgan de formaciones rocosas. La tradición dice que en la parte más alta se ubica a los miembros de familias nobles; el resto del pueblo se acomoda donde sea, más cerca de la tierra.
Con mucho respeto, está permitido ingresar a estas tumbas colgantes. A la entrada de la comunidad de Londa, un guía y habitante de la comunidad, quien habla perfecto inglés, cobra algunas rupias y con voluntad celestial acompaña al curioso. Lleva en la mano una linterna enorme y dice que es para cuando entremos a las cuevas. Elogia también mi opción de pantalones largos y zapatos adecuados, pues muchas veces tendremos que arrastrarnos para movernos dentro de la cueva. Cuidado los claustrofóbicos.
Adentro es otro cuento. Y aunque el espectáculo podría ser parte de una película de George Romero (La Noche de los Muertos Vivientes), la explicación del guía hace que uno pueda comprender, desde sus tradiciones, lo que estamos viendo. Hay cráneos y huesos humanos repartidos en todas partes, féretros abiertos, muchos de ellos acompañados aún de sus ofrendas, como cigarrillos o con las ropas ya arrugadas sobre los cuerpos que ya son sólo huesos. La respuesta a semejante desastre es que los ataúdes son dejados en donde puedan acomodarse, pero nada ni nadie garantiza que no se caerán. Si han de caerse, pues que allí sean dejados.
No se siente miedo, ni tampoco el olor a azufre que algunos dicen que lleva la muerte. El interior de las cuevas es frío y tan oscuro, que no sería raro que de vez en cuando tropiece con un objeto o, incluso, una parte de alguno de los difuntos. Pero no hay que entrar en pánico; al contrario, la misión aquí es escuchar y entender.
Saliendo de la cueva, la imagen se vuelve nítida y más colorida. En el tope del roquerío, unas cuarenta tau-tau, perfectamente vestidas y tan sonrientes como habrán sido sus modelos en vida, recuerdan a los más nobles de los fallecidos y dejados en este lugar. La muerte en Toraja deja huella.
Esta es Indonesia: calurosa, a veces pobre hasta la miseria, pero rica hasta el infinito en tradiciones. Quién no quisiera ser el afortunado testigo de cómo la historia de un pueblo, al contrario de extinguirse, se mantiene más viva que nunca en sus ritos, sobre todo en los de la muerte.
GUÍA DEL VIAJERO
CÓMO LLEGAR
Desde Jakarta deberá tomar un vuelo local hasta Makassar. Una vez allá, puede tomar transporte público, arrendar un auto o cooordinar la visita a Tana Toraja con una agencia de viajes, la cual podrá encontrar en Makassar, que es una ciudad bastante grande. El viaje dura alrededor de ocho horas, incluyendo una parada en Pare-Pare, donde podrá refrescarse y comer en un restaurante de comida típica indonesa. www.garuda-indonesia.com
TEMPORADA DE FUNERALES
Si quiere presenciar alguna de las deslumbrantes celebraciones funerarias, habitualmente, varias se realizan entre los meses de julio y octubre. En esta época, la mayoría de los pequeños hoteles de Toraja están copados, así que es recomendable reservar con anticipación.
COMER EN TORAJA
Mart´s Café es un pequeño lugar en Tana Toraja donde, además de comida tradicional, hay una pequeña pero sabrosa oferta de comida occidental, si es que ya extraña estar en casa. La mayoría de los restaurantes del lugar son pequeños y muy sencillos, más bien de estilo casero; sin embargo, la mayoría de ellos cuenta con cartas en inglés, así es que si quien lo atiende no lo habla, al menos podrá indicarle el menú.
AGUA
El agua de Indonesia, si bien es potable, no es recomendable para beberla. Todos los sitios venden agua embotellada y bien helada, lo cual se agradece por las altas temperaturas. Sin embargo, prefiera siempre comprar agua en locales, para asegurarse de su procedencia.
EL GUÍA
Contar con una persona que le guíe durante su viaje es algo que en realidad se agradece. Primero, porque son muy pocas las personas que hablan inglés en esta zona y, luego, porque nadie mejor que un habitante local conoce los secretos del sector. Nursalam S. Umar es guía turístico desde hace varios años y dueño de una agencia de turismo en Makassar que puede organizarle un itinerario completo. Su teléfono de contacto es el 0852 422 05011.
DÓNDE DORMIR
Existen desde pequeñas posadas de camioneros hasta hoteles con piscinas y habitaciones más grandes. En Toraja hay para todos los bolsillos. Un lugar muy recomendable es el Hotel Torsina, con piscina, restaurante y un bello entorno. Teléfono 0423 21293.
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