
Calidad del aire: todos somos parte de la solución
Hoy parece no sorprender tanto algo que debiera alarmarnos profundamente: vivimos bajo una nube de contaminación permanente, con niveles calificados como insalubres en muchos sectores del país. El último ranking de calidad del aire de IQAir confirmó esta realidad, ubicando a Santiago entre las ciudades más contaminadas del mundo y las seis con más polución de Latinoamérica.
No se trata de episodios puntuales ni de un mal día de invierno. Estamos frente a un fenómeno estructural, profundo y complejo, que hemos ido normalizando. Lo más difícil de asumir es que no se trata solo de políticas públicas mal implementadas o falta de fiscalización, sino también de nuestras decisiones cotidianas. Todos somos parte del problema.
La OMS recomienda no superar una media anual de 5 microgramos de material particulado fino (PM2,5) por metro cúbico. En Chile, el promedio nacional es de 18. Solo Punta Arenas cumple con ese estándar, mientras el resto del país lo sobrepasa con creces, sin que exista una conciencia real de lo que eso implica para nuestra salud, especialmente la de los más vulnerables a afecciones respiratorios, como niños y personas mayores.
Aun en días de alta contaminación, muchas personas mantienen sus rutinas como si nada pasara. Se sigue encendiendo calefacción a leña o circulando en vehículos contaminantes, y las restricciones, más que normas, muchas veces son percibidas como simples sugerencias. El olor a humo lo dice todo. Es cierto que la fiscalización es insuficiente porque simplemente no da abasto, pero la respuesta ciudadana -de todos- está lejos de ser la óptima.
Solemos pensar que los problemas se resuelven con más leyes o nuevos planes. Pero sin fiscalización efectiva sumada a la corresponsabilidad social, cualquier normativa resulta insuficiente. También sabemos que no todos tienen las mismas herramientas o recursos para cambiar sus hábitos, pero hay señales claras de que sí es posible avanzar. Coyhaique, por ejemplo, logró reducir en un 45% el uso de leña gracias a medidas concretas y sostenidas en el tiempo.
Hoy necesitamos escalar estos esfuerzos con mayor velocidad y decisión, como lo hacen varias ciudades del mundo. París aplica tarifas más altas para ingresar al centro en días críticos; Melbourne impulsa intensos programas de forestación urbana; Países Bajos fomenta el uso masivo de bicicletas eléctricas, sólo por mencionar casos en distintos puntos del planeta.
No es que Chile no haya exhibido avances importantes en la última década. De hecho, después de ciudades chinas, Santiago es la metrópoli que cuenta con más buses eléctricos en el mundo, y la expansión del Metro ha contribuido y continuará aportando en reducir el uso del automóvil, entre tantas otras iniciativas a destacar.
Pero se requiere más ambición y, sobre todo, un fuerte enfoque en la educación ciudadana. Debemos dejar de pensar que el problema es solo del Estado o del vecino que prende su estufa a leña. La contaminación atmosférica nos afecta a todos y la solución también depende en parte de cada uno de nosotros. No podemos seguir viviendo como si nada pasara, cuando desde hace demasiado tiempo todo ya está pasando, por tanto, todos somos parte de la solución.
Por Martín Andrade Ruiz-Tagle, director ejecutivo de Corporación Ciudades.
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