
Corina y la paz
Se preparaba para competir en las elecciones presidenciales de Venezuela, convocadas para el 28 de julio de 2024. Sabía que el camino estaría plagado de trampas: los abusos y vicios de comicios anteriores anunciaban un nuevo atropello. Pero su vocación y compromiso con la verdad impulsaron a María Corina Machado a dar el paso y postularse, aun a sabiendas que enfrentaba a un lobo disfrazado de cordero.
El régimen, dueño absoluto del proceso, la inhabilitó. La oposición debió buscar otra figura intachable, aunque fuera desconocida, y halló en Edmundo González —diplomático de profesión, vinculado a la Mesa de Unidad Democrática— a quien aceptó el desafío con generosidad. La unidad permitía avanzar, evitando errores históricos previos.
Tras una campaña desbordante en represión y desigualdad, el día de la elección se repitieron toda clase de irregularidades. Cerrados los escrutinios, el Consejo Nacional Electoral proclamó la victoria de Nicolás Maduro sin publicar las actas. Sin embargo, copias de ellas en manos de la oposición (y que circularon urbi et orbi) otorgaban una amplia mayoría a González. Los reclamos fueron desechados; la justicia calló. Peor aún, una orden de arresto por “usurpación de funciones y falsificación de documentos” forzó a González al exilio, mientras Machado debió pasar a la clandestinidad.
Los meses siguientes fueron de inmovilidad y silencio. El tirano seguía en el trono, y los auténticos vencedores, perseguidos sin piedad. El poder de facto imponía su fuerza sobre la autoridad moral de la legitimidad democrática. Afloraba el sabor amargo de la frustración.
De Corina poco se sabía. Oculta de las garras del dictador, su voz aparecía esporádicamente, siempre reclamando respeto al resultado electoral y pidiendo una salida pacífica. Maduro, entre la burla y el desprecio (“bruja demoníaca”), ignoraba esas palabras serenas que sólo buscaban el reencuentro de Venezuela con su destino de libertad, justicia y democracia, y el retorno de millones de compatriotas forzados a emigrar para sobrevivir.
Hasta que el 10 de octubre de 2025, Noruega sorprendió al mundo al anunciar el Premio Nobel de la Paz para Corina Machado. Se hizo luz en la oscuridad que pretendía borrarla. El planeta entero celebró el triunfo moral de una mujer indoblegable a quien se quiso invisibilizar por todos los medios, y la humillación del déspota de Caracas se volvió símbolo de esperanza. La emoción contenida de tantos años se transformó en júbilo y lágrimas. Por supuesto, no faltaron voces críticas: los enemigos de la libertad y la democracia, o quienes gobiernan al “modo Maduro”, comunistas, adoratrices de Cuba y de la izquierda populista, apuraron su desdén ideológico. Pero el reconocimiento fue rotundo: la paz se encarna también en la valentía de resistir sin odio.
Este testimonio nos confirma que, aun en los escenarios más brutales de violencia, siempre habrá hombres y mujeres como Corina Machado que, desde la clandestinidad y bajo una persecución implacable, no claudicarán en su lucha por la paz. Los muros de Berlín siempre vuelven a caer.
Por Hernán Larraín, abogado y profesor universitario
COMENTARIOS
Para comentar este artículo debes ser suscriptor.
Lo Último
Lo más leído
1.
⚡¡Extendimos el Cyber LT! Participa por un viaje a Buenos Aires ✈️ y disfruta tu plan a precio especial por 4 meses
Plan digital +LT Beneficios$1.200/mes SUSCRÍBETE