
De las ramadas a la ramal

En su última cuenta pública, el Presidente Boric anunció que antes de terminar su mandato presentará un proyecto de negociación ramal. Esta es un forma de negociación por sector de actividad económica, que reemplaza en algunos aspectos a la negociación personal o colectiva que establece nuestra normativa.
En teoría, afirman los partidarios de ella, este tipo de negociación fortalecería el sindicalismo, establecería pisos salariales y condiciones comunes para todos los trabajadores de una industria, sindicalizados o no.
Pasadas las Fiestas Patrias, la discusión se reactiva. Pero lo que se vende como un supuesto avance en derechos laborales puede convertirse en un desastre institucional con efectos muy nocivos para Chile. La iniciativa genera consecuencias negativas con su solo anuncio: desincentiva la inversión, pone en riesgo el crecimiento, golpea a las pymes y presiona a la informalidad laboral, tal como han señalado expertos y gremios como Sofofa. Todo ello en un país cuya economía necesita dinamismo, certezas y adaptabilidad, no rigideces heredadas de modelos del siglo pasado.
Se trata de importar esquemas de países europeos, que tienen mercados laborales y estructuras sindicales no comparables con nuestra realidad, o replicar experiencias latinoamericanas que han terminado por agravar la informalidad y el desempleo. Argentina es un ejemplo cercano: allí la negociación sectorial se tradujo en más conflictividad, sindicatos politizados y pérdida de empleos formales. ¿Por qué insistir en fórmulas que en otros contextos ya han mostrado sus deficiencias?
El proyecto podría eliminar de facto la libertad de negociar directamente con el empleador y puede terminar sometiendo al trabajador a acuerdos colectivos decididos por cúpulas sindicales sectoriales que le son completamente ajenas. Esto no solo podría vulnerar y desconocer la voluntad individual, sino que es un aliciente para incrementar el conflicto social y convertir a la relación laboral en un espacio de tensión permanente, polarizando nuestra sociedad aún más, convirtiéndose en un instrumento de divergencia ideológica y no de unidad, como necesita nuestro país, entronizando un poder que negocia por todos, pero que puede no escuchar a nadie.
El foco debe estar en crear empleo formal, en capacitar y preparar a los trabajadores para un mundo laboral cambiante, fomentar la innovación y en abrir espacios a la productividad. El bienestar de Chile no se logra con rigideces ni con nostalgias del siglo XX, sino con políticas que den oportunidades y bienestar a los colaboradores de las empresas en estos nuevos tiempos desafiantes y que, paradójicamente, serían los más olvidados por un sistema ramal.
Después de las ramadas, el gobierno quiere llevarnos a la ramal. Pero quizás el desafío no es copiar modelos que ya han demostrado su fracaso o que no son aplicables a nuestra realidad, sino preguntarnos qué debemos hacer en Chile para volver a crecer con fuerza, dinamismo, inclusión, modernidad y respeto a la libertad de todos los trabajadores.
*El autor de la columna es abogado y director de empresas
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