Opinión

El derribo

Foto: PPD

Bastaron unas cuantas palabras -a su juicio, bastante más cautas, de lo que realmente piensa sobre la izquierda- del economista Oscar Landerretche, para que se desatara la tormenta. Debo aclarar por transparencia, mi respeto a la honestidad intelectual, al profesionalismo y, sobre todo, a la seriedad de Oscar.

Es que una de las grandes pantomimas en este proceso de primarias es ver, a algunos tratando de disfrazarse de concertacionistas de última hora, para convencernos, que los 30 años, la moderación, las políticas públicas fruto de grandes acuerdos, son aquello que nos espera como resultado de la llamada “primaria triste” que protagonizan Tohá, Jara, Winter y Mulet.

Nada más alejado de la realidad. Las palabras del economista provocaron la virulencia no solo desde el Frente Amplio (FA), sino desde el comando de Tohá, que se apresuró, aterrorizado por sus contrincantes -como ha sido su tónica en los últimos años-, en salir a negar indirectamente a Landerretche.

Es por lo anterior, que las palabras de Landerretche tienen un dejo nostálgico. La nostalgia de esa centroizquierda moderna que llevó a Chile a la inserción en el mundo, a la reducción de la pobreza, y que fue capaz de gobernar sobre la base de acuerdos complejos y la seriedad en el ejercicio del poder. Lo paradójico es que Landerretche, no solo asume una crítica al FA y su actuar, sino que – y aunque quizás no lo haya querido- nos demuestra, que ese reflejo del pasado -que representaría eventualmente Tohá- está muy lejos de ser cierto y plasmarse en esa candidatura, ello pese a que nos hagan creer -con desfachatez- que ahora, es distinto y que han aprendido.

Lo dicho por Landerretche, no es más que un ejercicio de realidad, la constatación de un hecho. Si el horror de la violencia llevó a la cuasi desestabilización institucional, con el silencio de muchos, no cabe duda que el delirio constitucional de 2022 fue un momento de giro decisivo de la política chilena, quizás el más dramático desde el retorno a la democracia. La centroizquierda “implosionó” bajo el delirio de la irresponsabilidad, y se subsumió a la frivolidad frenteamplista con la connivencia y apoyo irrestricto de muchos de los rostros de ese pasado, que tanto habían denostado los “jóvenes idealistas de moral superior”. ¿La razón? A estas alturas quizás solo desentrañables en una terapia de diván.

Tohá es quizás la figura política de esos 30 años que mejor evidenció primero la claudicación, y más tarde la complicidad con el FA. Fue presa, cautiva y obsecuente admiradora de la maravillosa “resurrección” de una izquierda refundacional. Esa que venía a cambiar el pasado, para acabar siendo clave en el capitaneo del apruebo, donde rebasó los límites de la responsabilidad concertacionista que otrora representó. Todo ello para terminar sentada de ministra del Interior y vicepresidenta de la República, de un gobierno donde la lenidad, la corrupción, el nepotismo y las cosas mal hechas campearon. A estas alturas, Tohá más que ser la centrista que juega a ser, es una más del juego, y por algo aspira a dirigir una coalición que será la continuidad del Presidente Boric.

No se trata de una nueva restauración del “orden concertacionista”, como pretende hacernos ver su discurso centrista. ¿Se puede creer que ahora sí dará los golpes de gracia a la inseguridad pública, con una coalición que no la apoyó en las principales leyes de seguridad? Algunas, incluso, en las que ella no creía (recordemos solo el caso Naim-Retamal y el “gatillo fácil”, o su compromiso con la protección de la infraestructura crítica, que jamás llegó a puerto) ¿Será su coalición continuista, con el FA-PC más el Socialismo Democrático, la que mejorará la función pública, para evitar casos como Monsalve, el de las fundaciones o las desprolijidades de miles de operadores políticos? ¿Será Tohá la que junto a una nueva camada concertacionista -que ya no existe en ningún lugar- la que devuelva la racionalidad para gobernar, o es solo un espejismo propio de la nostalgia, o de una estrategia publicitaria desplegada por Tironi u otros?

Esa capacidad de gobernar, usando la razón y no las pulsiones, ¿la ejecutará con quiénes? ¿Con aquellos que no fueron capaces -por miedo, por terror a la cancelación, por ganarse la vida en el gobierno, o bien, por absoluta irresponsabilidad y frivolidad- de dejar de ser parte de la aventura demencial de septiembre de 2022? Hay que decirlo, nunca Chile desfiló más cerca del precipicio de la aventura identitaria que ese 2022, de la locura de sesgos, de la desconexión con el Chile de verdad. Solo los chilenos detuvieron lo que quienes apoyan a la coalición de gobierno no quisieron ver.

Lo anterior, no puede ser inmune a la responsabilidad política, por el contrario, es un error grueso que no puede ser soslayado en una política de fuste.

Carolina Tohá no fue la llegada de la sensatez -y tampoco lo es ahora- al Ministerio del Interior, una semana después de la derrota del 4S. Era el mejor reflejo de que sin su defensa al texto refundacional, no habría estado allí, pues, de lo contrario no habría sido por dos años la principal ministra del gabinete, ni habría colaborado con este gobierno. Su implicación es evidente, y tratar de separarla de ello puede deberse en Landerretche a la buena fe de la nostalgia, pero en los demás, seamos francos es solo oportunismo electoral.

Si hay alguien que no puede escapar de ese devaneo ventajoso, que les conviene cuando vuelven a besar las manos de las ex figuras concertacionistas, es Carolina Tohá. Tohá ya no es la del dedo de Lagos, tampoco la heredera generacional de una Concertación moderna, que ella misma ayudó a construir y también a destruir, y que saltó directo al abordaje del peor gobierno desde 1990, junto al FA.

A estas alturas ella y los partidos oficialistas son la continuidad evidente de Boric, y por más que lo nieguen, o intenten esconderlo, el camino ya ha sido recorrido. Tohá no será la candidata del centro, ni por más que lo sueñe, y tampoco lo será ni Jara, ni Winter, pues, han sido parte integrante de una forma de gobernar que ya cansó a los chilenos.

Quizás el tiempo los lleve a reconocer su grave error, debiendo purgar haber destruido el paso a la modernidad de una centroizquierda moderada, ello para volver a ser confiables para un electorado centrista, ese que mira el futuro cada vez con menos esperanza, agobiado por la inseguridad, la falta de trabajo y crecimiento económico, pero que es la pieza clave que elige presidentes desde el retorno a la democracia.

En las palabras de Landerretche existe el anhelo de un pasado que ya fue, ese que Carolina Tohá está muy lejos de representar (y da la sensación que él, sin querer lo sabe y lo dijo).

Por Gabriel Alemparte, abogado.

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