Opinión

El posible punto de inflexión de Venezuela

La represión de Maduro se intensifica paralelamente a una actividad militar estadounidense sin precedentes. La situación sobre el terreno muestra dos posibles escenarios.

Nicolás Maduro aparece en uniforme durante una visita a las tropas, el 28 de agosto de 2025. Foto: Palacio de Miraflores MIRAFLORES PALACE

Por Benigno Alarcón Deza, analista político, investigador y exdirector del Centro de Estudios Políticos y de Gobierno de la Universidad Católica Andrés Bello en Caracas.

En muchos sentidos, Venezuela atraviesa su crisis política más profunda desde que Hugo Chávez llegó al poder en 1999. Un régimen ilegítimo en el poder se encuentra acorralado por una administración estadounidense que, si bien supuestamente lucha contra el narcotráfico marítimo, aboga por un cambio en Miraflores, el palacio presidencial. Aunque en los próximos meses podrían materializarse muchos escenarios, la historia y la situación actual apuntan a un número reducido de posibles desenlaces.

Desde el exterior, la administración Trump ha recurrido a provocaciones militares, lanzando ataques letales contra presuntas embarcaciones de narcotráfico en el Caribe y el Pacífico oriental, y llevando a cabo el mayor despliegue de recursos navales y aéreos jamás visto en la zona. La llegada del portaaviones USS Gerald R. Ford al Caribe simboliza la coerción operativa, más que la mera disuasión.

En el ámbito interno, a pesar de enarbolar la bandera del antiimperialismo para cohesionar las otrora pujantes filas chavistas, Nicolás Maduro se enfrenta a un apoyo popular menguante y a una economía en ruinas. La situación económica es tan grave que, en otros tiempos, por sí sola habría desencadenado una ola de disturbios. El FMI estima que el país cerrará 2025 con una inflación del 270%, mientras el bolívar continúa depreciándose vertiginosamente. Derrotado en las urnas en las elecciones de 2024, Maduro se ha mantenido en el poder recurriendo a una represión cada vez más paranoica. Foro Penal, la principal ONG que monitorea las violaciones de derechos humanos en el país, reportó 882 presos políticos al 10 de noviembre, lo que refleja el uso cada vez mayor del encarcelamiento selectivo por parte del gobierno para “apaciguar” los focos de protesta e impedir la organización de la oposición.

Si bien el gobierno de Trump niega que su objetivo sea un cambio de régimen, en Venezuela todos comprenden que el discurso de la “guerra contra el narcotráfico” no excluye esta posibilidad, especialmente cuando el gobierno estadounidense acusa a Maduro de liderar una red transnacional de narcotráfico.

Dadas las dinámicas de coerción externa y cansancio interno, dos escenarios a corto plazo destacan como los más probables: o Maduro se queda y reprime aún más duramente, o la presión militar estadounidense fractura el régimen y lo obliga a dimitir.

Otra represión

Si el statu quo persiste, reflejará la adaptación de Maduro y sus seguidores. En este escenario, el régimen podría sobrevivir instrumentalizando la narrativa de la “agresión externa y la cuidadosa gestión de la escasez de divisas, endureciendo los controles”, para justificar medidas de emergencia, incluidas las concedidas bajo un decreto de “estado de shock externo” ya aprobado y listo para activarse en caso de agresión. Naturalmente, es probable que Maduro utilice esta narrativa para caracterizar la disidencia como colusión con potencias extranjeras.

Mientras tanto, el gobierno podría gestionar el riesgo de debilitamiento de la cohesión dentro de las fuerzas armadas mediante ejercicios militares, integración cívico-militar y control de los ingresos ilícitos, todo lo cual incrementa el costo de la disidencia militar y disimula las fisuras visibles dentro del alto mando. La represión selectiva (no necesariamente masiva, ya que la lealtad no puede garantizarse por completo) y el control territorial de la logística clave (combustible, puertos, telecomunicaciones) pueden reducir la probabilidad de levantamientos a nivel nacional. Sin embargo, no pueden prevenir brotes locales de violencia por el colapso de los servicios o el agravamiento de los abusos.

El empeoramiento de la situación económica reforzaría esta represión. Venezuela ya ha suspendido un acuerdo de gas con Trinidad y Tobago sobre el yacimiento Dragón, lo que cortaría una fuente potencial de liquidez en divisas no sancionadas, restringiendo aún más el flujo de caja del gobierno y forzando intervenciones cambiarias más costosas y menos eficientes.

En resumen, el régimen puede sobrevivir a la depreciación a corto plazo y a la represión social a costa de una rápida y profunda erosión del nivel de vida en Venezuela. Esto conduciría a un círculo vicioso de mayor presión social, represión más severa y una emigración cada vez más acelerada.

Esta “implosión diferida” podría consolidar una autocracia que dependerá de la migración como válvula de escape.

El escenario de transición

El escenario de transición a corto plazo más plausible no implica una intervención militar extranjera que derroque directamente al gobierno. En cambio, la presión externa crea fisuras dentro del régimen, lo que conduce a una salida negociada de Maduro.

La experiencia histórica demuestra que cuando la presión internacional es coherente, focalizada y respaldada por una aplicación creíble de la ley, puede alterar el cálculo de costo-beneficio de las élites autoritarias de maneras que los actores nacionales por sí solos no pueden. En 1994, por ejemplo, la combinación de la presión naval estadounidense, la diplomacia respaldada por la OEA y la amenaza creíble del restablecimiento del mandato democrático obligaron a los gobernantes militares de Haití a ceder el poder y permitir el regreso del presidente Jean-Bertrand Aristide, no porque fueran derrotados en el campo de batalla, sino porque el precio de mantenerse en el poder se volvió intolerable para los oficiales que sostenían el régimen.

En este escenario, Estados Unidos intensifica su presencia militar mediante el despliegue del USS Gerald Ford y realiza ataques en territorio venezolano, dirigidos a infraestructura vinculada con operaciones de narcotráfico, tal como lo ha previsto el presidente Donald Trump. Esto reforzaría la narrativa que vincula al gobierno venezolano con el narcotráfico regional, pero también desarticularía el sistema de recompensas que Maduro utiliza para mantener de su lado a figuras militares clave.

Esta desarticulación bien podría desencadenar realineamientos dentro del régimen, a medida que las facciones de élite se esfuercen por proteger su seguridad personal, su riqueza y otros privilegios. Cuando la lealtad de suficientes figuras clave comience a flaquear, Maduro podría descubrir que la mejor manera de preservar su vida y su libertad es buscar una salida negociada que incluya verificación multilateral y un proceso gradual de justicia transicional.

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