Innovar sí, pero no a cualquier costo

Nadie duda del valor de la innovación. En cualquier industria, y particularmente en el sector financiero, de hecho, se ha convertido en una especie de mantra: innovar para crecer, para diferenciarse, para no quedarse atrás. Sin embargo, vale la pena detenerse y recordar que este proceso no es un fin en sí mismo, sino un medio, y como tal, necesita de ciertas condiciones para desplegar todo su potencial.
Primero, la innovación requiere de un entorno que la facilite. Esto implica contar con culturas organizacionales que permitan probar, que consideren al error como parte importante de este camino, y que tengan la mentalidad de siempre aprender: de las equivocaciones, de los aciertos, de los demás. Para que esto ocurra, es clave contar con estilos de liderazgo que estén alineados con esta visión y que den el ejemplo. Solo así lograremos procesos ágiles y colaborativos, que conecten a distintos actores del sistema —públicos, privados, tradicionales y emergentes—, hacia un propósito común.
Dicho eso, debemos luego hacernos una pregunta que, aunque suene obvia, a veces pasamos por alto: ¿Para qué innovamos? En el caso del sistema financiero, el norte debiera ser avanzar en inclusión financiera y eficiencia en el costo del crédito (ejemplo: las tasa de interés, el costo de adquisición y administración, etc), y usar los datos no solo para identificar mejor a quienes ya están dentro del sistema, sino también para hacer visibles a quienes antes permanecían ocultos. Esto implica personalizar servicios, optimizar beneficios y, no menos importante, evitar el sobreendeudamiento.
La nueva ley de deuda consolidada, que fue publicada en 2024 y que permitirá el intercambio de información entre instituciones del sector, constituye un buen ejemplo, pues apunta precisamente en la dirección de abrir espacios para una colaboración más transparente, donde los datos puedan usarse con más inteligencia y, al mismo tiempo, con mayor responsabilidad. La innovación, si se alinea con este propósito, puede ser una palanca de equidad.
Pero hay una tercera arista que no podemos ignorar: la innovación sin respaldo puede ser riesgosa. La seguridad es un factor con el que no se puede tranzar, a pesar de la tentación de operar con menores costos u optimización de los tiempos. La adecuada protección en el tratamiento y administración de los datos personales, obliga a la industria a ser aún más exigente con este punto. Estamos en la era del “security by design” y “privacy by design”.
Por lo anterior, la innovación también necesita de espaldas, lo que se traduce en procesos robustos, estructuras que aseguren la protección de datos y en general el cumplimiento proactivo de las nuevas normativas.
Tanto la ley de protección de datos como la ley de deuda consolidada entrarán en vigencia en 2026. En este nuevo escenario, quienes lideren el ecosistema, y particularmente las empresas con mayor experiencia, recursos y madurez, están llamadas a elevar el estándar desde la responsabilidad y compromiso con el desarrollo sostenible del sector.
Innovar sí. Pero con propósito, con reglas claras y con la responsabilidad que implica mover la vara hacia un sistema más inclusivo, confiable y justo.
*El autor de la columna es gerente general de Equifax Chile
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