Opinión

La noche antes de la fiesta

Bomberos extinguen un incendio en viviendas particulares dañadas tras un ataque ruso en la región de Kiev, el 25 de mayo de 2025, en medio de la invasión rusa a Ucrania. Foto: AFP SERGEI SUPINSKY

Por Natalka Vorozhbyt, escritora, dramaturga y directora de cine ucraniana. Ganadora de varios premios tanto ucranianos como internacionales. “Cartas de Ucrania” es un proyecto de la campaña de solidaridad latinoamericana ¡Aguanta Ucrania! en conjunto con PEN Ucrania, UkraineWorld y el Instituto Ucraniano.

Después del invierno que prometía ser el peor de los últimos tres años de la guerra, pero que fue igual de terrible que los anteriores, solo que teníamos menos miedo porque ya estábamos acostumbrados, llegó la primavera a Ucrania. Cómo la estábamos esperando.

Me encanta la primavera, pero le tengo un poco de miedo a abril porque tengo dos cumpleaños: el de mi hija y el mío, y además los ortodoxos celebran la Pascua. Al final son demasiadas fiestas, demasiado esfuerzo, demasiado dinero gastado, demasiada comida poco sana y alcohol consumido. De alguna manera me libré de celebrar mi cumpleaños, pero mi hija cumplía diecisiete años. ¡Diecisiete años! Hay tanta primavera y amor en este número, tanta esperanza...

Por supuesto, nos desvivimos por organizar una celebración. Después de esperar a que se durmiera, trajimos y escondimos en el balcón un ramo de tulipanes de distintos colores y la bicicleta azul con la que estaba soñando. Uf, ahora podemos ir a dormir. Por la mañana habrá que entrar silenciosamente en su cuarto y cantar el “Cumpleaños feliz”. Nos preocupaba que hiciera mal tiempo y tuviéramos que cancelar el pícnic con nuestros familiares.

Pero nos despertamos a la una de la madrugada con explosiones en algún lugar cercano. Ocurre a menudo, casi todas las noches. Depende del número de explosiones y del nivel de amenaza. A veces puedes leer en Telegram que se trata de drones enemigos derribados por nuestras fuerzas. Entonces puedes darte la vuelta hacia el otro lado y quedarte dormido. Pero cuando escriben que los misiles balísticos están volando hacia tu pacífica ciudad dormida no deberías girarte hacia el otro lado: deberías ponerte la ropa interior, despertar a los niños e ir a un refugio antibombas, a un aparcamiento, o al menos a un pasillo.

Este era exactamente el caso: las explosiones estaban cada vez más cerca, su número crecía y el cielo estaba de color rosa. No tuve que despertar a mi hija, se levantó de un salto al igual que yo. Vivimos en la última planta y es el lugar más peligroso durante los bombardeos. Se escucha un dron sobrevolándote y tiene un sonido a la muerte nada agradable.

Después de vestirnos y coger nuestras “bultos de ansiedad” (suelen ser mochilas o bolsos con documentos y pertenencias sentimentales), cogimos el ascensor hasta el primer piso. Luego debíamos salir al exterior y bajar al aparcamiento, donde había un lugar para sentarse, un guardia de seguridad traía agua y, si era necesario, café. Pero imagínense las ganas que tienes de salir a la una de la madrugada. Correr encogidos de miedo bajo un cielo donde se está librando la guerra de las galaxias. Al final, decidimos quedarnos en la entrada de la planta baja, donde seguía siendo más seguro que en nuestra casa en la décima planta. No había ningún sitio donde sentarse, así que mi hija se apoyó en los buzones y se durmió de pie.

El ascensor se abrió y salieron dos chicos de unos diez y quince años. Estaban completamente dormidos, con mantas y almohadas en la mano. Probablemente tienen su propio garaje en el estacionamiento, donde dormirán en su auto. Les envidié un poco. “Buenas noches”, me saludaron los niños, muy educados, y desaparecieron tras la puerta, adentrándose en la noche. “Buenas noches”, escribí en algún lugar de mi borrador. Mi hija se despertó y me preguntó a qué hora había nacido y si ya era su cumpleaños. Le mentí diciéndole que no. Le mentí diciéndole que todos esos misiles y drones Shahed son el día de ayer. Pero que mañana iba a ser su fiesta. Se calmó, porque nadie quiere asociar su 17 cumpleaños con un bombardeo...

Efectivamente, por la mañana nos despertamos cansados y destrozados, pero en la calle hacía sol, nada se parecía a la noche anterior. Mi marido y yo nos colamos en su cuarto con flores y una bicicleta azul. Ella abrió los ojos y sonrió. “¡Feliz cumpleaños, nuestro bebé!” Todas las mañanas la saludo desde el balcón. La observo y pido mentalmente a Dios que salve y preserve a mi niña. Pero la mañana de su decimoséptimo cumpleaños me olvidé de hacerlo. Porque mientras ella bajaba en el ascensor, abrí las noticias y las leí. Leí que unas diez personas habían muerto esa noche en Kyiv al impactar un misil en un edificio residencial. Las operaciones de rescate estaban en marcha. Había muchas fotos del lugar de la tragedia. Me llamó la atención un grupo de adolescentes. Esperaban a que sacaran de entre los escombros a su amigo Danylo, de diecisiete años. Y que estuviera vivo.

Soy dramaturga de profesión. Capto las paradojas. Una noche oscura y terrible bajo los bombardeos y una mañana radiante y soleada en la que algunos niños celebran su cumpleaños y otros son sacados de entre los escombros es una paradoja. La vida y la muerte son la principal paradoja. Pero también es una ley de la naturaleza. Entonces, ¿resulta que nuestra naturaleza se basa en la paradoja? El humor y la guerra son iguales. Cuando escribo sobre la guerra uso mucho el humor. ¿Qué tiene de gracioso? La gente me pregunta después de mis funciones sobre la guerra. La guerra da miedo. La guerra no tiene nada de divertido. Pero es una paradoja.

Me doy cuenta de lo estúpida y ridícula que soy cuando me pongo las bragas durante una alerta antiaérea: me parece que entonces estoy más protegida. Me río de mí misma cuando pongo un colchón en el alféizar interior de la ventana de la habitación de mi hija por la noche, esperando que se lleve los fragmentos de la ventana en el caso de un impacto. Es gracioso cuando, tras una noche en vela y bombardeos prolongados, saludamos a alguien con globos y canciones por la mañana. Cuando los niños dicen “buenas noches” cuando no son nada buenas. El humor me equilibra el miedo y la desesperación. Estoy haciendo equilibrios. Pero tienen razón, en algún momento deja de tener gracia. Danylo, de 17 años, murió con sus padres.

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