
Si la energía no viaja, que viajen los datos

Durante años se ha dicho que el futuro energético de Chile está en exportar hidrógeno verde. Pero ¿qué pasa si ese futuro se demora? ¿Y si, en lugar de esperar a que la energía llegue a Europa en barcos, invitamos a que los datos lleguen a Chile?
La inteligencia artificial, los servicios en la nube y la infraestructura digital están generando una transformación silenciosa. Los centros de datos —esos grandes espacios donde se almacena y procesa información— ya consumen más del 1,5 % de toda la electricidad del planeta. Eso equivale a más de 400 TWh al año. Y no se detiene ahí: según la Agencia Internacional de Energía (IEA), este consumo podría duplicarse hacia 2030, alcanzando el nivel de un país como Japón. Gran parte de ese crecimiento será impulsado por la inteligencia artificial, que ya representa cerca del 20 % del uso eléctrico de estos sistemas.
La pregunta es inevitable: ¿de dónde saldrá toda esa energía? ¿Y cómo reducir su huella de carbono?
En el sur de Chile, las condiciones naturales ofrecen una posibilidad concreta para explorar nuevas formas de desarrollo digital. El viento en Magallanes y la hidroelectricidad en Aysén representan un potencial renovable significativo, aún en fase de consolidación. Mientras se avanza en la infraestructura necesaria para su aprovechamiento a gran escala, una alternativa complementaria cobra sentido: atraer los datos hacia donde se proyecta una fuente estable de energía limpia. Establecer centros de datos cerca de estos recursos puede constituir una vía razonable y estratégica, capaz de traducirse en empleos de calidad, conectividad avanzada y una proyección internacional para territorios históricamente postergados.
Países como Noruega y Finlandia han demostrado que el frío puede ser un recurso operativo de alto valor. En sus territorios, los centros de datos reducen significativamente su consumo energético destinado al control térmico —que puede representar entre el 30 % y 40 % del total— mediante técnicas como el enfriamiento pasivo, también conocido como free cooling. El sur de Chile comparte esas condiciones climáticas, y podría integrar soluciones similares, con beneficios técnicos, económicos y ambientales.
Islandia, por ejemplo, ya aloja centros de datos como Verne Global, que operan con energía 100 % renovable y reutilizan el calor residual de los servidores para cultivos hidropónicos. Este tipo de integración entre infraestructura digital y desarrollo local no es utópica: es viable, eficiente y replicable si se gestiona con visión territorial.
La conectividad es otro pilar esencial. La Fibra Óptica Austral —más de 3.000 km desde Puerto Montt hasta Puerto Williams— entró en operación en 2020 y ya conecta digitalmente el extremo sur del país. Desde 2025, se avanza con una segunda pieza estratégica: el cable Humboldt, una infraestructura submarina de 14.800 km que unirá Valparaíso con Sídney. Será operado por Humboldt Connect, una sociedad entre Google y la estatal Desarrollo País, y se proyecta operativo en 2027.
Este acuerdo marca un hito en colaboración público-privada. Pero también abre preguntas sobre la gobernanza digital. Google, al ser una empresa estadounidense, está sujeta a leyes como la CLOUD Act, que permite a su gobierno solicitar acceso a datos gestionados por compañías bajo su jurisdicción, incluso fuera de EE. UU. Esto invita a consolidar garantías nacionales en privacidad, integridad y autonomía digital.
El desarrollo digital debe sentirse también en la vida cotidiana. En el sur de Chile, esto significa mejorar la conectividad de los hogares, ampliar la educación técnica, impulsar servicios digitales públicos y facilitar oportunidades para los jóvenes. La descentralización no puede ser solo retórica: debe materializarse en beneficios concretos para las comunidades locales.
En este contexto, la Unión Europea ha manifestado su interés en cooperar con América Latina a través de la EU–LAC Digital Alliance, promoviendo redes digitales seguras, interoperables y basadas en principios compartidos de derechos y privacidad. Chile puede encontrar en esa agenda una oportunidad para profundizar su inserción tecnológica con reglas claras y alianzas maduras.
Porque si la energía no viaja, que viajen los datos. Y que lo hagan cifrados, protegidos y bajo reglas que respeten nuestra soberanía digital.
No es solo una apuesta tecnológica. Es una decisión geopolítica que puede contribuir al desarrollo de una estrategia nacional desde los márgenes del territorio.
Por Pablo Salgado Jara, Relaciones Internacionales, Consultora Global.
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