
Un día cualquiera

Parecía una carrera corrida, donde había poco en juego. En marzo, Carolina Tohá renunciaba al Ministerio del Interior y todo lucía sentenciado: fue despedida como la alternativa indudable del oficialismo, la única en condiciones de pararse frente a la oposición, con un mínimo grado de competitividad. Era sin duda una anomalía: la carta de las fuerzas gobernantes no pertenecía al núcleo originario del proyecto, articulado por el PC y el FA, sino a un partido de esa ex Concertación tan cuestionada en su tiempo por la generación hoy en el poder.
Tres meses después las cosas han cambiado de forma sustantiva, confirmando que en estos rumbos nada es seguro. Por un capricho del destino, una opción escogida a regañadientes por la nomenclatura comunista, terminó por convertirse en la gran sorpresa de las primarias que se resolverán hoy. Una figura y una irrupción que en algo recuerdan al “fenómeno” Bachelet, destello imbatible de habilidades blandas, que de nuevo se ubican en el centro de la escena, y hacen de esta elección un instante decisivo para el matrimonio por conveniencia entre la izquierda y la centroizquierda.
¿Podrá la candidata del PPD, rostro emblemático del Chile de los “30 años”, arrancar de las manos de la izquierda refundacional la conducción de un proyecto moribundo? ¿Logrará una inesperada comunista “light” poner al socialismo democrático ante la obligación de apoyar la candidatura de un partido que respalda las dictaduras de Cuba y Venezuela, y que simpatiza sin rubor con los regímenes de Corea del Norte e Irán?
Un día cualquiera, que parecía irrelevante, se transformó de pronto en una jornada inédita, donde la izquierda y la centroizquierda saldarán entre sí no pocas cuentas, donde quién gane y quién pierda definirá los términos de referencia de un nuevo pacto político. De ganar Tohá, no sólo habrá una validación explícita de un modelo de sociedad y de hacer política que el PC y el FA buscaron enterrar, dejando a los invitados a salvar los muebles luego de la derrota constitucional del “octubrismo”, como socios controladores de lo único que tiene sentido luego de ese histórico fracaso: los cargos y sueldos públicos.
De ganar Jeannette Jara, en cambio, será el socialismo democrático quien deba asumir que el precio de intentar seguir viviendo del Estado es nada menos que el funeral definitivo de todo lo que alguna vez dijo representar: una centroizquierda renovada y democrática, un proyecto supuestamente distinto al de la izquierda anticapitalista, esa que hasta hoy sigue reivindicando los totalitarismos a los que su ideología dio vida durante el siglo XX.
Ahora sabemos que en esta jornada no sólo está en juego la candidatura presidencial del actual gobierno. La izquierda y la centroizquierda no podrán salir en paralelo vencedoras al terminar el día. Una tendrá hoy una derrota política y existencial mayúscula, cuyas implicancias históricas ningún gesto unitario podrá ocultar.
Por Max Colodro, filósofo y analista político
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