
¿Y si en vez de la ONU vamos por la presidencia de la FIFA?

El barullo que se armó por el lanzamiento de la candidatura de Michelle Bachelet a la Secretaría General de la ONU es sorprendente y bastante ridículo. Resulta que el puesto es mucho menos relevante de lo que los medios y algunos políticos han insinuado. La verdad es que casi nadie sabe los nombres de los últimos tres secretarios generales (hice una encuesta entre 30 conocidos, todos con posgrados, todos viajados, todos bilingües, todos lectores del Economist, y ni uno solo pudo nombrar a los tres; en realidad ni siquiera pudieron nombrar a dos). En 1982 fue elegido el peruano Javier Pérez de Cuéllar, un diplomático serio, adusto y experimentado. Hizo una labor buena, pero ello no significó que la reputación de su país aumentara. No cambió ni un ápice.
Si el objetivo es que un chileno lidere una organización internacional conocida, debiéramos postular a Harold Mayne-Nicholls como presidente de la FIFA. El puesto quedará vacante el 2027, cuando Gianni Infantino termine su segundo periodo. Ya que no clasificamos para los mundiales, quizás podemos organizarlos.
Aunque a la oposición le cueste reconocerlo, el discurso del Presidente Gabriel Boric en Nueva York fue bastante bueno. No fue memorable -Rafael Gumucio dijo que estaba repleto de lugares comunes-, pero estuvo bien. Habló de lo que tenía que hablar, defendió lo que tenía que defender y sumó su voz a las de decenas de jefes de Estado al condenar la situación en Gaza. Lo que a mí más me sorprendió fue que no hubiera habido casi nadie en la sala.
Los asientos vacíos contrastan con la última visita de Salvador Allende a la ONU, el 4 de diciembre de 1972. Esa vez, la sala estaba repleta y los aplausos fueron atronadores. Según el periódico inglés The Guardian, los aplausos duraron 10 minutos, y dignatarios de numerosos países quisieron saludarlo, estrechar su mano, intercambiar unas palabras y tomarse una fotografía con él.
La noche anterior, a las 10.25 p.m., el poeta Humberto Díaz Casanueva, embajador de Chile ante la ONU, llamó a su homólogo estadounidense, George H. W. Bush, y le informó que el Presidente Allende lo recibiría en ese momento. La reunión tuvo lugar en una suite del piso 28 del legendario hotel Waldorf Astoria. Tras los saludos formales, la conversación pasó rápidamente al programa de nacionalizaciones de Chile y a su esfuerzo por reestructurar su deuda de mil millones de dólares con Estados Unidos. Bush dijo que la administración Nixon no tenía problemas con la expropiación de propiedades estadounidenses, pero que la ausencia de una compensación era “un irritante”. Allende respondió que abordaría el tema al día siguiente durante su discurso.
Después del encuentro, el futuro presidente estadounidense George H. W. Bush envió un cable al subsecretario de Estado John Irwin: “Allende me dio varios apretones de manos muy firmes, me miró directamente a los ojos, parecía esforzarse por mostrarse cordial y amistoso... El presidente vestía una chaqueta ‘cuasi-Mao’. Apenas nos sentamos, alguien repartió whisky escocés. El presidente tomó un scotch con hielo y un poco de agua. No fumó durante la entrevista. Se veía bien y mencionó con cierta satisfacción su agitado viaje a México”.
El día 4 Allende comenzó su intervención con estas palabras: “Vengo de Chile, un país pequeño… donde el sufragio universal y el voto secreto son los instrumentos que definen un régimen multipartidista... Vengo aquí porque mi país enfrenta problemas que, por su significación universal, trascienden las fronteras nacionales: la lucha por la libertad social, el esfuerzo por alcanzar el progreso intelectual, la defensa de la personalidad y de la dignidad nacional”.
Durante el discurso, Allende denunció a la multinacional ITT y sus maniobras para impedir su acceso a la presidencia. Defendió la nacionalización del cobre y explicó que deducir las “utilidades excesivas” era una manera de recuperar parte de las sumas que Anaconda y Kennecott habían extraído del país. Dijo: “Queremos que todo el mundo lo entienda claramente: no hemos confiscado las empresas extranjeras de la gran minería del cobre. Eso sí, de acuerdo con disposiciones constitucionales, reparamos una injusticia histórica, al deducir de la indemnización las utilidades por ellas percibidas más allá de un 12% anual”. También denunció el bloqueo financiero impuesto por Estados Unidos y expresó su solidaridad con otras naciones del Tercer Mundo, entre ellas Vietnam.
El embajador George H. W. Bush evitó responder desde el estrado. Convocó a una conferencia de prensa en la que rechazó la idea de que Estados Unidos fuera una fuerza “imperialista” y rapaz. Afirmó que tribunales internacionales en distintas jurisdicciones estaban conociendo de los casos planteados por las compañías cupríferas. Expresó su confianza en que la posición estadounidense prevalecería finalmente.
Después de su triunfo en la ONU, Allende viajó a Moscú, donde les solicitó a los soviéticos ayuda financiera por 220 millones de dólares. Esos dineros, necesarios para pagar deudas, comprar alimentos, importar repuestos y petróleo. Los líderes del Kremlin dieron un banquete en su honor, donde sirvieron caviar y vodka. Luego le dijeron: ¡No hay plata! Y así fue como la espiral descendente de la economía chilena, que había comenzado un año antes, se aceleró hasta generar su colapso total.
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