Me enamoré del profesor de la universidad




“Cuando estaba en la universidad estudiando publicidad, tomé varios cursos de la carrera de periodismo. En uno de esos, me acuerdo, el profesor mandó un correo unos días antes de que partiera el curso diciendo que por razones personales se iba a encontrar fuera del país durante las primeras dos semanas, pero que dejaba a cargo al profesor adjunto. Iba copiado en el correo y podíamos dirigirle todas nuestras inquietudes. Lo divisé dentro de los correos y opté por avisarle que yo también iba a estar ausente los primeros 45 minutos de la clase el primer día, pero que llegaría al segundo bloque. Él me respondió con un ‘ok, que no se vuelva costumbre’.

Cuando llegué ese día, atrasada y ruidosa, más de lo que me hubiese gustado –justo se me cayó el cuaderno al entrar–, me llevé la gran sorpresa de ver que al frente del curso, y contrario a lo que yo había imaginado, había una persona no tanto mayor que yo, a los más unos 6 años de diferencia, con pelo largo, mechones desordenados, anteojos, una polera suelta de Bauhaus y unas zapatillas negras. Me sonrió amablemente y me hizo señas para que me sentara. Después me dijo: ‘llegaste justo, vamos a hacer un ejercicio práctico’. Morí de la vergüenza, pero justo encontré a una amiga y me senté al lado de ella. Rápidamente me dijo: ‘no sé de qué es el ejercicio porque me distrae lo mino que es el ayudante’. Todavía nos reímos de ese momento con mi amiga.

Pasó el tiempo y yo hice todo tipo de intentos por acercarme a él. No fui evidente y también entendía que era un poco osado de mi parte, pero desarrollé una especie de admiración. Era realmente lo que se podría decir un amor platónico; lo encontraba muy atractivo, me gustaba su estilo y el solo hecho de verlo haciendo clases me despertaba aun más ese ‘crush’ adolescente. Encontraba excusas para escribirle y muchas veces me hice la que no entendía la materia solo para poder hablar un rato más con él. Cuando se terminaban las clases buscaba su mirada al salir de la sala, y muchas veces me detuve frente al basurero e hice como que tenía que botar mucha basura de mi mochila solo para estar unos minutos más ahí, mientras mis compañeros salían. Él, por su lado, me debe haber cachado, porque me miraba y ponía muecas, a ratos se le salía una mini carcajada hacia adentro. Yo solo atinaba a decirle ‘nos vemos la próxima clase’.

No sé si habrá sido la fantasía de que era profesor, o una cosa medio facinerosa y erótica que surge desde ahí, pero lo cierto es que esa atracción iba en aumento. Sin duda el hecho de que hiciera clases y que durante dos horas a la semana me tocara interactuar con sus pensamientos y reflexiones tuvo una incidencia en los sentimientos que fui desarrollando por él, pero también estoy segura de que si lo hubiese conocido en otro contexto, en otro momento de mi vida, también me hubiese atraído. Mis amigas se reían cuando pasaba al lado mío porque, según ellas, él también tenía ganas de acercarse, pero con lo criterioso que era, no lo iba a hacer. Eso lo supe con certeza después, pero lo fui entendiendo en la medida que pasaba el tiempo; me tocó un par de veces estar compartiendo con mis compañeros y compañeras en el patio de la universidad, en esos famosos carretes o tardes dinámicas, que se me hacía difícil regular y se me escapaba algún mensaje por correo del estilo ‘estamos abajo, ven a tomarte una cerveza’, asumiendo que él estaba en las oficinas de arriba, mirándonos desde la ventana. Pero nunca bajó. Alguna vez me respondió excusándose y diciendo que tenía trabajo. Cuando pasaba eso y lo veía al día siguiente en la sala, solo se limitaba a sonreírme y a preguntarme cómo lo había pasado. Yo, roja, le decía que bien. Una sola vez me armé de valor y le dije ‘baja la próxima’. Él me dijo que lo iba a pensar.

No fue hasta que tiempo después de que egresé de la universidad, cuando ya había soltado la idea de que pasaría algo con este ayudante que tanto me atraía, que me lo encontré en una tocata en Bellavista. Esa noche, entre risas nerviosas y actualizaciones, nos pusimos a hablar de la etapa universitaria, que para mí había terminado un año antes. Entre medio me había relacionado con dos personas, pero mis amigas sabían que en el fondo, igual había quedado con ganas de materializar mi fantasía con el ayudante, que a esas alturas ya traspasaba el solo hecho de fantasear con alguien mayor que me hacía clases, sino que realmente se trataba de alguien que había tenido un efecto en mí, más allá de su rol universitario. Yo todo esto me lo guardé cuando lo vi, pero supe también que era mi oportunidad para hablarle y si se daban las cosas, transparentar que me había gustado. Hasta que él me dijo; ‘no es que no quisiera bajar a carretear contigo y tus amigos esas veces que me escribiste, es que no iba a permitir que pasara algo así, al menos mientras fueras estudiante’. En el fondo, lo que me dijo esa noche es que él no iba a transgredir ese límite. Y que bueno que lo haya pensado así. Desde un principio, por más que tuviera ganas, supo poner el pare porque entendía que eso hubiese sido un abuso de poder.

Todo eso lo hablamos entre risas pero también mucha seriedad, con un poco de nervios y mirando hacia atrás, en lo que había sido la experiencia universitaria y lo que habría ocurrido si es que hubiese bajado al patio. Hasta que en un minuto le dije: ‘ahora ya no estarías transgrediendo límites si es que te digo que quiero que nos tomemos algo juntos’. Esto fue ya hace dos años, y desde entonces hemos estado emparejados. Lo divertido es que ahora yo soy ayudante en ese mismo ramo en el que lo conocí a él, ese día de invierno cuando llegué y torpemente se me cayeron las cosas de las manos solo para ser recibida por su sonrisa”.

Fran Matamala (28) es publicista.

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