Ángela Calfulaf España: Su trariwe revuelto
En la Expo Osaka 2025, el pabellón de Chile se estructura en torno a un manto de 242 metros cuadrados tejido por 200 tejedoras mapuche, entre ellas las de la agrupación Witraltu Mapu. Las historias de estas mujeres muestran que, más que una técnica artesanal compleja y laboriosa, el textil mapuche es un lenguaje. Aquí una de ellas.

Destaca en un rincón de la modesta casa del sector Lleupeco, un colorido trariwe. La larga faja no responde a un pedido especial ni forma parte de la tarea encomendada por Fundación Artesanías de Chile para esta colección patrimonial a Ángela Calfulaf España (42), dos hijos, casada.
Ella se había comprometido a hacer tres trariwe, pero este que está medio enrollado en la ventana surgió espontáneamente a partir de una necesidad expresiva incontenible que experimentó Ángela a su regreso de Santiago, después de la visita al Museo Nacional de Historia Natural, donde escogió la trilogía de piezas que ahora está recreando en su telar.
El trariwe o faja femenina es una prenda clave dentro de la textilería mapuche. Existe desde 1.300 dC –se han encontrado fragmentos de uno tejido en lana de llama en el sitio Alboyanco, en La Araucanía–. Es rico en cuanto a iconografía, símbolo social, soporte de la identidad femenina. “Te afirma la fertilidad, te la sujeta”, nos dijo una experta tejedora mapuche que nos acompaña en la visita a las artesanas.
En las Memorias del Cacique Pascual Coña, se alude a su perfección estética y a su variado contenido: “Algunas mujeres fueron dibujantes de admirable perfección, realizaban en sus labores los más variados motivos, como cruces, cuadrados, triángulos, flores, diversos animalitos y pájaros, hasta figuras humanas, pendientes y muchos más”.
Los estudiosos coinciden en que este cinturón otorga status –hay para niñas, jóvenes y mujeres maduras e influyentes en la comunidad–, pero en todos los casos se le reconoce su condición de parlante. El trariwe habla, cuenta historias y los que saben pueden leer en él significados profundos y muy personales.

Es lo que vivimos esta húmeda mañana de julio, luego que Ángela nos guiara vía celular desde la colina donde se ubica su casa. Además de la diseñadora Claudia Bobadilla, nos acompaña una maestra tejedora, quien no se puede contener y le dice a Ángela, mientras revisa/lee el colorido y largo cinturón: “No vas ni vienes. Estás un poco confundida. Aquí tienes un puro revoltijo. Hay muchos y distintos pensamientos, por eso te sale así este motivo, al que yo llamo la espiga de oro”.
–Esto parece una lectura del tarot, una interpretación de la borra del café –comentamos.
La aludida escucha atenta. No se impresiona por lo que escucha, pero la lectura le despierta la memoria remota:
“Cuando yo era niña, de unos 9 o máximo 10 años, llegó a la casa una señora muy anciana, vestida de chamán. Era una antigua tejedora, como de 90. Estaba casi ciega, pero se sacó su trariwe, me lo pasó y me lo dejó en préstamo. Era un tejido quizás de cuándo. Me dijo: ‘Mamita, tú, aprende esto, porque con esto vas a vivir en el futuro’. Y le hice caso. Esa camioneta que está afuera me la compré con la plata de mis tejidos; ahora estoy planeando hacer una ampliación en la casa, porque el telar no cabe bien acá adentro. Miren, tuve que destapar el techo para poder pararlo”.
Ángela es una de las pocas artesanas que entrevistamos, si no la única, que nos muestra una pieza propia, que tejió para sí misma. Ese trariwe que la maestra encuentra enredado en su mensaje, pero que a ella le gusta porque le salió del alma. “No lo vendería. Aunque si me dieran unos 200 mil pesos quizás...”, dice, como pillada en falta.
La experta, que en esta casa donde el frío se cuela por un vidrio roto y nos obliga a conversar en torno a la cocina, se ha vuelto más elocuente y dice sobre los trariwe. “Cuando la mujer está embarazada se hacen de 8 centímetros de ancho para no molestarle la cabeza a la guagua. Normalmente son de 10 centímetros. Hoy solo el 20 por ciento de los mapuche son hablantes, y eso hace una gran diferencia en la comprensión de los símbolos. Yo soy de las antiguas tejedoras que entienden lo que tejen, pero la necesidad y el comercio han creado artesanos sin respeto. Hay quienes sostienen que nada que contenga el lukutuwe debería venderse, porque es un símbolo sagrado, de uso exclusivo de la machi”.
El lukutuwe es un dibujo antropomórfico, cuyo significado es “lugar donde se arrodilla”. Tiene un profundo significado espiritual y está muy vinculado a la celebración del guillatun.
Ángela escucha con interés estas explicaciones. Dice que ella llegó solo hasta octavo básico y que le habría encantado “estudiar y ser profesional”. Ahora pasa sola casi todo el día. Su hijo mayor está internado en una escuela y quiere ser detective, y al pequeño, de 5, lo pasa a recoger muy temprano un furgón para llevarlo al jardín infantil y llega de vuelta en la tarde, mientras su marido trabaja en el campo de sol a sol. “A mí no me gustan el huerto ni los animales. Lo que más me come el tiempo y lo que más me gusta es tejer. Soy proveedora de Fundación Artesanías de Chile y hago trabajos a personas particulares que me hacen encargos. A mí, el tejido me lo ha dado todo”.
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- Este testimonio es parte del libro Herederas de Llalliñ (2019) editado por Fundación Artesanías de Chile, que recopila 17 relatos de artesanas mapuche de las comunas de Chol Chol y Padre Las Casas en su camino por rescatar y reproducir antiguas piezas textiles resguardadas por el Museo Nacional de Historia Natural, que forman parte del lenguaje y la tradición de su pueblo. Por el valor de estas historias, estos testimonios son rescatados por Paula.cl, profundizando en la relación que ocho duwekafe sostienen con su witral (telar tradicional mapuche), cuya trayectoria las llevó a participar de “Makün: El Manto de Chile”: la gran obra textil que protagoniza el pabellón de Chile en la Exposición Universal Osaka 2025, que se desarrolla entre el 13 de abril y el 13 de octubre de 2025
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