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Catalina Castro Choque: seis generaciones de ayni

De acuerdo al último Censo, un 11,5% de la población en Chile se identifica como perteneciente a un pueblo originario y más de la mitad son mujeres. Esta es parte de una serie de entrevistas que rescatan la voz de mujeres aymara -el pueblo más numeroso después del Mapuche-. Todas ellas son herederas de la tradición textil de Isluga, un poblado ubicado en el altiplano del extremo norte, a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, que es considerado la cuna de la textilería aymara.

Fotografía: Carolina Vargas y Lydia González.

Las manos de Catalina Castro Choque (43) guardan más años de tradición textil que los que puede contar. “De lo que yo sé, es una herencia que nos dejó el tátara tatarabuelo. Desde entonces que ha habido generaciones enteras de Castro dedicadas cien por ciento a la agricultura, la ganadería y la artesanía. A mí nadie me obligó a aprender, pero desde que recuerdo el hilado y el tejido estaban presentes en todo momento. Fue un saber que cayó en mis manos y yo lo tomé orgullosa”, dice hoy.

Como todos en el clan Castro, Catalina nació en la localidad de Quelga, una de las cunas del tejido andino, donde solo había una forma de vivir: “Allá nosotras trabajábamos siempre con el ayni; yo te enseño a tejer y mañana me enseñas tú. Lo mismo con la siembra, el pastoreo o la construcción de la vivienda. El ayni significa convivir en la cooperación y solidaridad recíproca”, explica Catalina.

Así aprendió a tejer, dice hoy: “con la curiosidad de una niña que creció rodeada de mujeres dispuestas a enseñarle todo lo que sabían. Mi mamá, mis primas, mis vecinas, todas tejían, y cada vez que las veía yo quedaba encantada. Yo quería ser como ellas”. Para ser una de ellas, le repetía su mamá desde los ocho años mientras le enseñaba a hilar, no podía adelantarse. Tenía que ir por etapas, sin saltarse ningún paso: primero un cintillo, luego una faja; primero con kile, luego con carnero; primero una frazada, luego un aksu.

Fotografía: Carolina Vargas y Lydia González.

“Todo lo que yo aprendí con ella me lo llevé guardaíto’ dentro de mí”, dice Catalina, refiriéndose al día que migró a Alto Hospicio en busca de trabajo, cuando tenía dieciocho años. “Pero cuatro años después, cuando me emparejé y me fui a vivir a Pozo Almonte, todo lo que aprendí allí con mi suegra volví a enseñárselo a mi mamá a Quelga. En el mismo lugar que ella me enseñó, yo le he ido devolviendo la mano”, agrega Catalina, como si un hilo invisible de ayni uniera los doscientos kilómetros que las separan desde Alto Hospicio, donde Catalina integra desde el año 2000 la Asociación Flor del Tamarugal.

En honor a su madre, la artesana Catalina Choque Castro, una vez al mes y sin excepciones Catalina hija sube. “‘Uy hija, cómo hay aprendío, ahora estai capa’”, me dice mi mamá cuando tejemos juntas. Ella me ayuda a hacer los ponchos y las vistallas para mis hijos, y yo la ayudo a hacer las fajas que hoy día la juventud ocupa en el sombrero, con su nombre tejido. El tejido nos conecta, hacemos dupla, nos nutrimos la una de la otra”, reflexiona Catalina.

Esa complicidad, confidencia entre sollozos, la emociona. Pero también la entristece. “Esa es mi gran debilidad como tejedora, pienso yo, haber tenido cuatro niñitos y ninguna hija. Es como una espinita, porque para mí no hay alegría más grande que llevar conmigo los saberes de mi madre. De repente mis hermanas me molestan. ‘Oye pero pa’ qué tejís tanto aksu si no tenís’ hija’, me dicen, y yo les respondo: ‘déjelo ahí nomás, van a ser para mis yernas’. Como sea, antes de que yo me muera, quiero compartir esta herencia, porque es lo más valioso que yo tengo. No por nada nuestro tejido sigue vivo después de seis generaciones”.

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  • Este testimonio es parte del libro Herederas de Isluga, publicado en 2021 por Fundación Artesanías de Chile (@artesaniasdechile), que recopila 18 historias de artesanas Aymara de la Región de Tarapacá. Todas ellas comparten una sabiduría donde se funde su relación con la naturaleza y sus ritmos vitales: son herederas de la tradición textil de Isluga, un poblado ubicado en el altiplano del extremo norte, a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, que es considerado la cuna de la textilería aymara. Por el valor de estas historias, estos testimonios son rescatados por Paula.cl.
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