Paula

Hablemos de amor: por qué muchas mujeres se sienten más acompañadas por alguien menor

La autora de esta columna habla de ese “colágeno humano” que despierta vitalidad emocional y una forma de acompañar que muchas mujeres no habían sentido antes.

A los 40 las mujeres empezamos a hablar del colágeno con una devoción casi religiosa. Que en polvo, que hidrolizado, que con vitamina C, que en ayunas. “Para la piel”, decimos, como si la piel fuera la única interesada en recuperar firmeza.

Pero no se trata solo del colágeno hidrolizado: mujeres brillantes de 40, acompañadas por hombres más jóvenes. Un estudio del Journal of Marriage and Family señala que las mujeres previamente casadas presentan mayor probabilidad de elegir parejas considerablemente más jóvenes y que más del 54% de estos vínculos se extiende por al menos dos años, desmontando la idea de que se trataría solo de encuentros fugaces.

Existe entonces, dos tipos de colágeno. El hidrolizado que es básicamente autocuidado, y el “colágeno humano”: ese pulso suave que despierta sin hacer ruido, una chispa que se insinúa lentamente y te recuerda que aún sabes estremecerte, que todavía hay una primavera posible en tu manera de sentir. Y entonces, una empieza a notar que, en realidad, no estaba buscando solo elasticidad en la piel, sino elasticidad en la vida. No solo firmeza en el rostro, sino firmeza en el deseo. No solo prevenir arrugas, sino dejar de habitar vínculos que cansaban el alma.

Cuando una mujer elige a un hombre menor, ese que llamamos el “colágeno humano”, no lo hace como si fuese un accesorio. Al contrario, es una señal. Un indicador de que, después de los 40, ya no elegimos desde el miedo, sino desde la posibilidad.

A esta edad pasa de todo a la vez: la piel cobra intereses atrasados, el metabolismo se declara en huelga y la energía deja de ser infinita. Pero en lo psicológico ocurre lo realmente fascinante: llega una claridad nueva. Ya no vivimos pendientes del qué dirán, la maternidad y el peso deja de ser un fantasma permanente y se cae esa obediencia afectiva de los 20 y 30. Hay espacio mental. Hay humor. Hay deseo sin culpa. Llega la revisión vital: esto sí, esto no, esto jamás debió pasar.

Mientras la cultura insiste en llamarlo “crisis”, yo lo llamo oportunidad: soltar culpas viejas, recuperar la chispa, elegir vínculos que acompañen, y no que drenen, y reírse del tiempo en vez de temerle. Con esa mezcla de cuerpo sincero, mente clara y seguridad recién estrenada, se entiende por qué muchas mujeres empiezan a elegir lo que entrega vitalidad real. El objetivo ya no es verse joven: es sentirse viva.

Y también bien acompañada. Y es que muchos hombres de 45 a 55 no están llegando al lugar donde hoy necesitamos ser acompañadas. Crecieron con un guión emocional rígido: “no llore”, “arréglalo solo”, “eso se pasa trabajando”, “aquí no se habla de esas cosas”. Una crianza estoica donde sentir era sospechoso y mostrar vulnerabilidad rozaba la falta de virilidad. Eso los volvió responsables, sí. Pero también los dejó con herramientas afectivas limitadas. Aprendieron a funcionar, no a sentir. A proveer, no a conversar. A estar, pero no a acompañar emocionalmente.

Y la mujer de 40 lo percibe de inmediato. No por dramatismo, sino porque ya no tiene energía para traducciones emocionales, para suavizar necesidades o pedir permiso para sentir. Se cansa de achicarse para no incomodar.

La cultura cambió. Las mujeres ya no necesitan protección económica ni logística. Son autónomas en todo lo que antes definía al “hombre ideal”. Entonces surge la pregunta más honesta y más brutal: ¿Qué aporta un hombre cuando ya no se necesita que proteja o resuelva? Aporta vínculo, conversación, ternura. Aporta presencia emocional, descanso afectivo. Y justo ahí, donde las mujeres piden calor, muchos hombres de su edad siguen ofreciendo eficiencia. La ecuación dejó de calzar.

Los hombres jóvenes, en cambio, crecieron con otro guión: terapia normalizada, vulnerabilidad aceptada, amigas feministas, profesoras preguntando “¿cómo te sientes?”, conversaciones sobre ansiedad sin vergüenza. No se asustan cuando una siente profundo. No desaparecen para “pensar”. No confunden claridad con agresividad. No temen la independencia; la encuentran hermosa. En el fondo, hablan el mismo idioma emocional que las mujeres de 40.

Por eso el colágeno humano no tiene que ver con la edad, sino con la disponibilidad afectiva. Las mujeres no dejaron de elegir hombres de su edad por falta de atractivo: dejaron de elegirlos porque esa oferta emocional ya no alcanza para la mujer en que se han convertido. Porque, insisto, no es juventud, es presencia cálida, estable, genuina, de esa que embellece la vida entera.

Claro, hay un riesgo en confundir la señal con el camino: dejar que la chispa se vuelva destino sin comprender lo que realmente vino a despertar. Pero no debería doler ni avergonzar. Muchas veces el colágeno humano aparece para mostrar algo que ya estaba madurando dentro. Un recordatorio, un empujón, un espejo amable. No se trata de evitarlo, se trata de no reducirlo a todo.

Porque el colágeno humano puede abrir una puerta preciosa a la vitalidad, pero la verdadera transformación ocurre cuando escuchamos lo que ese encuentro quiso decirnos. Y ahí, sin estridencias ni culpas, se entiende lo esencial: después de los 40 no elegimos colágeno para llenar un vacío, sino para honrar la vida que aún queremos vivir.

Por eso, esto que el estudio del Journal of Marriage and Family define como una tendencia, no es frivolidad ni capricho: es una señal del tiempo que estamos habitando, donde ya no nos conformamos con vínculos que no conversan, no contienen, no acompañan. Un tiempo donde la vitalidad pesa más que la tradición.

Y un tiempo donde elegir colágeno, ya sea del tarro o del tipo que manda audios con voz grave a las 8:02 a.m. es, en el fondo, un gesto profundo: recordar que seguimos vivas, disponibles y con historia por delante.

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