Volver a estudiar
Me traicionó la soberbia. Tuve la patudez de pensar que estudiar algo completamente nuevo para mí iba a ser un trámite, pero fueron seis meses en los que me enfrenté a mis oxidados hábitos de estudio, me di cuenta de la fragilidad de mi capacidad de concentración y, como guinda de la torta, tuve que sumergirme en la que años atrás fue mi pesadilla escolar: química.
Nunca tuve la piel que quise y, por lo mismo, desde muy chica investigué al respecto.
Fui la primera de mis amigas en tener una rutina de cuidado definida que, claro, ha ido cambiando, pero que ha sido una práctica sagrada diariamente, día y noche desde mi pubertad. Partió como un tema de disciplina, pero con el tiempo -y la afortunada evolución hormonal- se transformó es un momento placentero y apreciado, que siento que tiene que ver con el autocuidado, las sensaciones y los olores.
El interés siempre estuvo y la verdad es que no tengo ninguna excusa concreta para explicar el por qué no lo hice antes. Lo fui chuteando. Recién a los 37 años, decidí de verdad entender la piel y ponerme como objetivo transmitir esa información en un espacio propio que, ojalá, resultara tan reparador y tan exquisito como lo es para mí.
Al pensar en estudiar Cosmetología, admito que creí que habiendo estudiado Historia y siendo periodista, además de una gran entusiasta del skincare (qué concepto más manoseado), tenía el entrenamiento suficiente como para que me fuera bien. Y no sólo eso, sino que gracias a mi sabiduría de amateur obsesiva probablemente sería la mejor del curso. Error, no calculé varias cosas: estaba entrando al trabajo a las 6:45 de la mañana y, aunque ya estoy acostumbrada e incluso me gusta madrugar, no consideré el cansancio. Tampoco pensé que no solamente tenía que rendir como corresponde en la pega (además de los clásicos extras de periodista), sino también en clases estudiando para las pruebas, con la familia, las amigas, los amigos, lo doméstico. Y a eso sumarle poder hacer deporte. La confirmación del enorme privilegio que es tener tiempo.
Volver a estudiar siendo mayor tiene sus pros y sus contras: la autoexigencia y el foco son otros. En mi caso, esta vez fui mucho más consciente de mis ganas de aprender, pero en momentos estuvieron atrofiadas por un cansancio que a los 19 años simplemente no existía. Siempre he sido responsable, pero esta vez la sola posibilidad de no cumplir con algo era inviable.
No me esperaba memorizar decenas de siglas con significados que parecen trabalenguas ni aprender la cantidad de músculos que existen. No pensé tampoco en entender procesos con lógicas ajenas a las que siempre me relacioné académicamente o desarrollar a ese nivel mi capacidad motriz. Pero me encarrilé, la cosa fluyó y empecé a ver resultados, los que hicieron que mi compromiso aumentara. Tratar la piel de otra mujer es un verdadero acto de sororidad. Es hacerle cariño, regalarle un momento de cuidado y dedicación más allá de lo físico. Creo que es simplista pensar que se trata sólo de "verse mejor". La piel lo refleja todo: la pena, la felicidad, lo que comemos, el movimiento, el cansancio, el tiempo, la risa y el llanto. Qué fácil (y qué aburrido) sería si fuese sólo un tema estético.
Además de la carrera misma y su significado, gocé volviendo a aprender. Disfruté mucho lo que estudié cuando entré a la universidad, pero esta vez fue diferente. Puede ser porque jamás había tenido un acercamiento a un área que no fuese humanista después del colegio, o quizás porque la experiencia entrega otra perspectiva, pero esa genuina curiosidad logró que la satisfacción de haberlo hecho superara mis expectativas. Porque no se trató solamente de biología, fórmulas químicas y de verdaderas coreografías de masajes faciales de más de 50 pases de memoria. Sobre todo aprendí la delicadeza de un oficio complejo, muy lejano para la mayoría, pero lujoso y humilde al mismo tiempo.
Una gran amiga sicóloga me comentó que hay estudios que concluyen que el aprendizaje es un proceso emocional. Me hizo mucho sentido. Y quizás ese es uno de los beneficios de estudiar más grande; esa consciencia ya trabajada, que permite aprovecharlo y gozarlo de verdad.
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